Opinión

Príapo y el priapismo

Los símbolos de la fertilidad en la mitología primitiva han sido de diferente tipo, dependiendo del lugar, el tiempo y las características de las sociedades que los crearon. Las comunidades de cazadores-recolectores, las de orientación eminentemente agrícola y las primeras civilizaciones acuñaron sus propios símbolos. Un elemento común a todas ellas ha sido el simbolismo de la Tierra.

El Sacrificio a Príapo, de Francisco de Goya

El Sacrificio a Príapo, de Francisco de Goya

Como la tierra es el lugar en donde nacen, moran y se reproducen los seres vivos se le ha asociado siempre con la figura materna. Madre y Tierra son equivalentes, ambas tienen la misma connotación y significado. En el pensamiento mágico-mitológico sus atributos son intercambiables. Las acciones por las que se gesta la vida vegetal y animal son de la misma naturaleza a las que dan lugar a la vida de los seres humanos.

Los pueblos cazadores enterraban los huesos y la sangre de los animales muertos con la esperanza de que, desde las entrañas de la Diosa Madre Tierra, volvieran a encarnar, a renacer como lo hacen las plantas. En algunos casos sólo enterraban el cráneo porque creían que ahí residía el ánima del animal. Los rituales de enterramiento -incluyendo el de los seres humanos- quizás sean de los más antiguos practicados en todas las civilizaciones. (Mircea Eliade)

Las figurillas de las llamadas Venus Paleolíticas, encontradas en excavaciones de amplias zonas de Europa, pasando por Oriente Próximo hasta Siberia son, de acuerdo con algunos antropólogos, representaciones humanizadas de la Gran Diosa Madre y son el símbolo por excelencia de la fertilidad en ese periodo. Esas pequeñas esculturas labradas en piedra, marfil, madera o barro, son la imagen de una mujer desnuda, en la que se exagera el tamaño de los senos, el vientre y los glúteos. En algunos casos se muestran con su órgano genital o vulva expuesta. Y en la figurilla conocida como la Mujer sentada de Catalhoyuc, en la antigua Anatolia, la Gran Diosa está sentada desnuda en un trono, escoltada por dos felinos y dando a luz a un animal con cara de león.

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La figura masculina estaba prácticamente ausente como símbolo de la fertilidad. Algunos estudiosos de la mitología piensan incluso que, a juzgar por estos hallazgos y por los relatos más antiguos, en el tiempo en el que predominaba la imagen femenina no estaba claramente asociada la relación del coito con el nacimiento -por el largo tiempo transcurrido entre uno y otro- y por esa razón la figura masculina carecía de valor simbólico.

Existe un mito pelasgo de la creación, de la época prehelénica, anterior a la llegada de los dorios y demás tribus invasoras, en dónde Eurínome, diosa de todas las cosas, que surgió desnuda del caos, al practicar una danza ritual copuló con el Viento del Norte, también conocido como Ofión o Bóreas. Se creía que era este viento el que “fertilizaba” también a las yeguas que concebían sin la ayuda de algún semental. (Robert Graves).

En algunas mitologías se dice que los primeros seres fueron creados por la mezcla del polvo terrestre y el agua. La figura formada por el barro fue traída a la vida por un soplo divino. Estos relatos probablemente están relacionados con mitos en los que se narra que el mundo fue creado por el matrimonio entre un dios de la atmosfera o del cielo -de donde proviene la lluvia - y la tierra. En Grecia fue la unión de Urano y Gea lo que dio origen a todas las cosas.

La centralidad del poder femenino como símbolo exclusivo de la fertilidad, con el tiempo pasó, por así decirlo, al otro extremo. En la India, en Egipto y en la propia Grecia deidades masculinas representadas con un enorme falo erecto ocuparon lugares preponderantes en esas culturas.

Príapo, el guardián de los jardines que carga siempre su podadera, fue un dios prehelénico de la fecundidad. En la etapa helénica se le hace hijo de Dionisio y Afrodita. Príapo se representaba con enorme falo erecto que exhibía sin ningún pudor. La diosa Hera lo había hecho feo y con enormes genitales para castigar la promiscuidad de su madre.

Cuenta la leyenda que en una ocasión los dioses celebraron “una fiesta rústica” en donde se bebió y comió a lo grande. Cuando los dioses se fueron a dormir, Príapo bastante ebrio, intentó violar a Hestia, la antigua diosa del hogar. En el preciso instante en el que Príapo se disponía a cometer el abuso, un asno rebuznó en el establo despertando a Hestia. La diosa gritó a todo pulmón de tal manera que Príapo salió despavorido, presa de “un terror cómico”.

Dionisio terminó opacando y, de alguna manera, sustituyendo la figura de Príapo como deidad de la fertilidad en Grecia. En la Atenas clásica se llevaban a cabo las fiestas dionisíacas que tenían lugar al finalizar el año. Uno de los eventos más importantes de las festividades consistía en una alegre procesión en la cual un sacerdote (falóforo) cargaba por las calles un enorme falo de madera mientras el cortejo entonaba diversos cantos.

Príapo, no obstante, siguió conservando su culto en el mundo latino. La importancia de Príapo llegó a ser tal en la literatura romana, que en su honor se inventaron composiciones literarias, principalmente poemas o epigramas obscenos, cuya colección se conoce como Priapeia. Estas composiciones son generalmente monólogos supuestamente dichos por el propio Príapo en el que hace alusión a su poder fálico, se alaba y felicita por ello y amenaza a aquellos que se atrevan a profanar su huerto o robar su fruta con aplicarle severos castigos de carácter sexual.

En medicina existe el término “priapismo” que los urólogos utilizan para referirse a una afección del pene, la cual se manifiesta por su estado de erección patológica y permanente y que no está relacionado necesariamente con el estimulo sexual. En algunos casos, el priapismo requiere de intervención quirúrgica urgente, de lo contrario se corre el riesgo de sufrir como consecuencia una disfunción eréctil permanente.

Este padecimiento de priapismo puede presentarse con mayor frecuencia en aquellas personas que acostumbran estimular su deseo sexual con fármacos que mejoran el flujo sanguíneo y la presión arterial como la prostaglandina o la papaverina.