Opinión

Preguntas sobre la muerte en helicóptero

(La Crónica de Hoy)

La tragedia en la sierra boscosa del Estado de México en la que fallecieron ocho personas, encabezadas por Ramón Martín Huerta, Secretario de Seguridad Pública, obliga cuando menos a un ejercicio de sospecha y especulación dados varios elementos de nuestra precaria seguridad, creciente delincuencia, podrida policía y endeble gobierno.

El Secretario fue uno de los hombres más cercanos al Presidente Fox, comprometido hombro con hombro en la lucha por la gobernabilidad que arroja el cumplimiento de la ley y el imperio del orden; le heredó el gobierno de Guanajuato, fue subsecretario de Gobernación y finalmente llenó el hueco que dejó Alejandro Gertz Manero. Si se quisiera atacar al Presidente de manera frontal, con pocas personas se lograría un impacto tan perverso como con el ex secretario: la Señora Marta, sus hijos, Ramón Muñoz, quizás Creel y su abogado privado, José Luis Reyes Vázquez. En ese sentido caben muchas preguntas:

¿Por qué Ramón Martín Huerta no tenía un chip de localización, como lo tenía Rafael Macedo de la Concha y esperamos tenga el Procurador Cabeza de Vaca? La ubicación de los caídos y el helicóptero hubiera demorado mucho menos, parece que no al grado de haberlos salvado, pero sí para restar incertidumbre. Quizás sí tenía el chip y éste se calcinó o tal vez sí se sabía de su paradero. En todo caso se tratará de información que reservará el Ejecutivo Federal.

El Presidente de la República, el Procurador General, el Secretario de Seguridad Pública y en ocasiones el de Gobernación requieren de una logística especial y de alto cuidado en sus desplazamientos, por ejemplo, que varios vehículos salgan al mismo tiempo cuando es una ruta tan evidente y prolongada, y que casi nadie sepa en cuál de ellos viaja el funcionario. ¿Cuántos helicópteros salieron esa mañana? Si salieron varios por qué no se alertó al accidentado; si sólo salió el que se estrelló hay que preguntar por qué hay tan mala protección y previsión para un funcionario con ese rango y responsabilidad.

La pericia del piloto arroja más interrogantes. Entendemos que era un hombre diestro y experimentado, pero cómo es posible que con un helicóptero de esas características (radares y sensores incluidos), toda la niebla que se quiera y dando por necesario el cambio de ruta, no se haya atendido la ruta de navegación que, también entendemos, debe marcar la cima más alta de la travesía: si es de 4,000 metros, sin visibilidad la nave no puede volar a menos de 4,500 ¿o sí?

La información oculta y el mal tratamiento mediático despiertan más sospechas. Por tremenda que fuera la explosión es difícil de creer que todos los restos quedaran carbonizados, máxime si no fue un atentado; ¿Pero si alguien los puso? ¿A quiénes habría que averiguar? Hay que agotar todos los supuestos por más evidencias que se tengan sobre el presunto accidente, ¿O podría afirmarse al 100% que no hay más opciones? Lo dudamos.

¿Y si fue un atentado? Tratándose de los pasajeros no puede descartarse. Ojalá que se trate de un accidente, el Estado no está para afrontar un desafío tan brutal y cobarde de esas dimensiones, pero no es difícil pensar en la podredumbre de la estructura social y en las múltiples manifestaciones de inseguridad, corrupción policíaca e ineficacia gubernamental que encuentra en hombres como Ramón Martín Huerta y los otros pasajeros, magníficas excepciones convertidas en blancos muy apetecibles para el hampa.

Es muy triste la historia. En el mejor de los casos se trata de un estúpido y trágico infortunio. Nuestras condolencias. Descansen en paz.

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