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Descubre cómo los filtros, la adicción a redes y la ansiedad están afectando la salud mental y el bolsillo de miles de personas en México

El verdadero costo de la felicidad digital

La búsqueda de la felicidad digital puede costar más que dinero
Redes sociales La búsqueda de la felicidad digital puede costar más que dinero (Diego Severiano)

En la penumbra de su habitación, Sofía, de 17 años, ajusta por décima vez el brillo y el contraste de su última selfie. Ha pasado casi media hora frente a la pantalla, deslizándose entre filtros que afinan su nariz, aclaran su piel y diluyen cualquier rastro de fatiga. Cuando por fin pulsa “publicar” en Instagram, la espera comienza. Cada corazón que aparece en la esquina de la foto es un pequeño alivio, cada minuto sin notificaciones, una inquietud creciente.

Esa escena se repite millones de veces al día en México, un país donde 9 de cada 10 jóvenes tienen un teléfono móvil y 35.3 millones de personas de entre 12 y 29 años usan internet, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares.

Lo que alguna vez fue una ventana de comunicación y descubrimiento se ha convertido en un espejo que refleja —y a menudo distorsiona— la autoestima, las relaciones y hasta la economía personal.

Filtros en redes sociales, autoestima y una realidad retocada

El uso de filtros en redes sociales se convirtió en un capítulo aparte del costo emocional y económico de la felicidad digital. Las aplicaciones que ofrecen retoques faciales y corporales —gratuitas en apariencia— esconden detrás modelos de suscripción que pueden costar hasta 250 pesos mensuales. Sin embargo, el verdadero precio se paga en la percepción personal.

El uso habitual de filtros aumenta la insatisfacción corporal y fortalece la comparación constante con estándares inalcanzables. Jennifer Lira Mandujano, investigadora de la UNAM, advierte que esta dinámica no solo moldea la autoimagen, también refuerza la adicción a las redes.

“Los algoritmos reconocen nuestras preferencias y nos mantienen atrapados. Cada publicación retocada que recibe aprobación funciona como un refuerzo emocional, igual que sucede con sustancias adictivas como el alcohol o el tabaco”, indicó.

La adicción que no apaga la pantalla

En México, los jóvenes pasan hasta seis horas diarias frente a redes y plataformas. TikTok encabeza la lista con 45 horas de uso mensual, seguido por Facebook, YouTube, WhatsApp e Instagram.

Lo que parece entretenimiento inofensivo tiene efectos medibles. Uno de cada cinco adolescentes reporta insatisfacción corporal vinculada al uso de redes, y se detecta un aumento en casos de ansiedad, insomnio y aislamiento social.

El verdadero costo de la felicidad digital
Adicción en pantalla El verdadero costo de la felicidad digital (Diego Severiano)

La comparación constante con vidas idealizadas erosiona la autoestima y fomenta una dependencia emocional que, de acuerdo con especialistas, puede requerir intervención psicológica o psiquiátrica, marcando un alto costo emocional y en ciertos casos económico.

“Aplazamos responsabilidades para quedarnos más tiempo conectados, incluso sabiendo que tenemos trabajo, escuela o familia que atender”, explica Lira Mandujano.

La economía emocional de los clics

Mantenerse presente en el radar digital no es gratuito, se invierte en el mejor teléfono para captar “los mejores momentos” y pulirlos para salir de la realidad.

Un análisis de Bango muestra que el mexicano promedio gasta más de nueve mil pesos al año en servicios digitales: plataformas de streaming, aplicaciones premium y planes de datos que aseguran estar siempre conectados.

Felicidad digital: entre el FOMO y el JOMO

El FOMO (miedo a perderse algo) sigue alimentando la necesidad de revisar notificaciones cada pocos minutos. En un país donde la visibilidad en línea puede significar oportunidades laborales, desconectarse es una decisión personal y también un riesgo económico.

Frente a ello, crece lentamente la tendencia JOMO (alegría de perderse algo), que celebra la desconexión voluntaria y la recuperación de tiempo para la creatividad, la introspección y las relaciones presenciales.

Para algunos, como Mariana, fotógrafa, ese equilibrio parece inalcanzable: “Mi trabajo depende de estar en línea, pero a veces siento que vivo más para publicar que para mirar”.

En el fondo, la felicidad digital es una obra de teatro incesante donde gran parte de la comunidad digital actúa para una audiencia invisible. Cada filtro es un vestuario, cada publicación un acto medido para arrancar aplausos en forma de corazones y comentarios. Pero como en toda función, el telón cae y la pantalla se apaga, la habitación recupera su silencio y lo que queda es un costo más allá de lo económico, trasciende a la afectación de la salud mental.

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