
Hay padecimientos que llegan poco a poco para instalarse en el cuerpo y nos acostumbramos a ellos: más cansancio que antes, la misma ropa que ya no cierra igual, granitos que resisten cremas y dietas. Muchas personas achacan esos cambios al estrés o a la edad, pero detrás de ellos a veces hay un hilo común y silencioso: la resistencia a la insulina.
La insulina es la llave que facilita que la glucosa entre a las células y se convierta en energía. Cuando esa llave no funciona bien —es decir, cuando las células se vuelven “resistentes” a la insulina— el páncreas responde produciendo más hormona para compensar. Ese círculo puede mantenerse durante años en silencio y finalmente derivar en prediabetes o diabetes tipo 2, además de afectar el peso, la piel, el ánimo y el metabolismo en general.
Sin embargo, cuando una persona con estos síntomas puede darse cuenta a tiempo, la sintomatología puede mejorar y la prediabetes puede ser prevenida con un cambio en el estilo de vida.
¿Cuáles son los síntomas de la resistencia a la insulina?
Los signos no son siempre evidentes. Muchas personas no presentan síntomas hasta que la glucosa ya está elevada. Sin embargo, pistas frecuentes que los médicos vigilan incluyen: cansancio persistente, dificultad para perder peso (sobre todo grasa abdominal), acné persistente o brotes hormonales en adultos, irregularidades menstruales o síntomas de ovario poliquístico (PCOS), hipertensión, manchas oscuras aterciopeladas en la piel (acantosis nigricans) y presencia de erupciones cutáneas.
Estos signos no confirman por sí solos la resistencia, pero ayudan a detectar a quienes deben hacerse pruebas.

¿Por qué aparece?
La insulino-resistencia responde a una mezcla de estilo de vida, genética y procesos biológicos:
Exceso de tejido graso, especialmente abdominal, que genera inflamación y altera la señalización de la insulina. Asimismo, el sedentarismo y dieta rica en ultraprocesados y azúcares añadidos.
También podría estar determinada por la edad, predisposición genética y algunas condiciones como el síndrome de ovario poliquístico. O por inflamación crónica, alteraciones en la microbiota intestinal y factores ambientales que emergen en la literatura más reciente como coadyuvantes importantes en la fisiopatología.

¿Cómo se diagnostica?
No existe una “prueba mágica” para la resistencia per se en la consulta rutinaria, pero los médicos usan señales clínicas y pruebas de laboratorio que detectan la disfunción metabólica: glucosa en ayunas, hemoglobina A1c, curva de tolerancia a la glucosa y, en estudios y contextos específicos, medidas de insulina y cálculos especializados (HOMA-IR).
Además, la presencia de acantosis nigricans o antecedentes familiares de diabetes puede aumentar la posibilidad de padecer esta resistencia a la insulina. La buena noticia: la resistencia a la insulina suele mejorar con cambios en el estilo de vida y, cuando es necesario, con medicamentos.
Si te reconoces en algunos de los síntomas —cansancio crónico, “imposible perder peso” a pesar de dieta y ejercicio, acné adulto persistente, irregularidades menstruales o manchas oscuras en cuello y axilas— pide a tu médico pruebas básicas (A1c, glucosa en ayunas) y coméntale tus dudas sobre insulina y síndrome metabólico.