Cultura

La inmadurez espiritual de nuestros tiempos: la cancelación

Se avecina una “sociedad encantada”, en la cual no hay diferencias, todo se vale y, si algo no gusta, se elimina a través de la cancelación

opinión

“Diógenes”, el filósofo que buscaba hombres honestos con su farol, pintura de Jean-León Gerome.

“Diógenes”, el filósofo que buscaba hombres honestos con su farol, pintura de Jean-León Gerome.

Si bien, desde hace décadas, varios filósofos contemporáneos retrataban nuestra sociedad desde diversos ángulos –por ejemplo, Jean Baudrillard escribía “La sociedad del consumo”; Guy Debord firmaba su libro “La sociedad del espectáculo”, y Byung-Chul Han escribía “La sociedad del cansancio”, o Mario Vargas Llosa con su “Civilización del espectáculo”, entre otros– hay que decir que todos estos escritos representan un signo de alarma, que estos autores levantaron ante la descomposición social y moral que se viene anunciando.

Ideas sobre género, derechos, lenguaje inclusivo y cancelación se han transformado en debates sociales que, supuestamente, nos deberían interesar, ya que se presentan ante nosotros, como si fueran exigencias morales con los que todos nos deberíamos ocupar el día, como bien ironiza el filósofo Jean-François Braunstein en su escrito “La filosofía se ha vuelto loca”. Es más, deberíamos sentirnos indignados ante acontecimientos “tan relevantes” que marcan “el cambio” y llevan a la humanidad hacia el progreso y el encanto (la promesa de un mundo mejor e igualitario).

Cohortes enteras de personas están todavía más encantados y convencidos de que este modo de acercarse a la realidad es “lo correcto”, sin darse cuenta de que, mueven y manipulan sus emociones, además que detrás de todos estos discursos hay mucho interés, marketing y dinero. Entonces, animados por buenas intenciones y movidos emocionalmente, se transforman en moralistas y así, “discursos que todos deseamos hacer nuestros, sobre el amor y la tolerancia, sobre animales maltratados o sobre vulnerabilidades, acaban con conclusiones chocantes”. Esto se refleja en el cambio de mentalidad que es, en el fondo, una lavada de cerebros, es decir una distorsión de la realidad, una práctica antigua de adoctrinamiento que se imponía con cada cambio de régimen (político y social o religioso). El problema no sería esto; el problema, como bien sostiene el mismo Braunstein, es que “bajo la apariencia de reformas modernas y de sentido común, veremos que surgen cambios de una gran amplitud de miras que modifican la definición misma de lo que entendemos por humanidad”.

El panorama está definido: hay que borrar todos los límites, todas las fronteras, dándose lugar a un encanto por ideas “nuevas” pero problemáticas en el fondo; ideas que deberían dialogar, analizar y no imponer; como, por ejemplo: la eliminación de la diferencia sexual (binarismo), animalización del hombre, personalización de los animales, identidades extrañas, borrar la muerte, negar los ideales (valores).

Efectivamente, se avecina una “sociedad encantada”, en la cual no hay diferencias, todo se vale y, si algo no gusta, se elimina a través de la cancelación (como en los videojuegos). Cancelan personas, cancelan obras de arte, cancelan artistas, escritores, en fin… Cancelan la cultura y creen que tienen este derecho, cuando en realidad, lo único que muestran es nivelación, manipulación, desconfianza, imposición, falta de diálogo, narcisismo, egoísmo, relaciones impersonales, falta de madurez espiritual.

Lee también

El filósofo Friedrich Nietzsche advertía al final del siglo XIX que vendrán doscientos años de nihilismo, lo malentendieron. El filósofo judío, Martín Buber escribía sobre “El eclipse de Dios”, y el filósofo suizo Max Picard también hablaba, como advertencia, sobre “Hitler en nosotros”, sobre “La huida ante Dios”, y sobre un mundo de la ruptura. ¿Qué significa “Hitler en nosotros”? Exactamente, esto: las ansias de un progreso desmesurado, y las falsas ilusiones que determinan una transformación artificial de la naturaleza humana y de la sociedad. Picard sostenía con razón que “Hitler” puede habitar en cualquier alma humana y se manifiesta a través de ideas ready-made, prefabricadas, que se convierten en eslóganes y “principios” morales mediante los cuales se juzgan nuestras preferencias. Estos discursos crean la ilusión de ser partícipes a la gran revolución social. Para la cultura o, mejor dicho, la dictadura de la cancelación, es intolerable el hecho de no seguir “sus” normas, de no difundir estos discursos. Si uno cree que no tiene sexualidad, “los demás” lo tiene que aceptar, sin cuestionar; si uno se llama a sí mismo fluido, también no se puede cuestionar; si uno se identifica en ser un mono, un león, o cualquier otro animal, igual, se tiene que tolerar y ser “inclusivos”, de lo contrario etiquetas como anticuados, conservadores y radicales se pega de inmediato y la exclusión es radical.

Quiero especificar que, el problema no es la sexualidad de una persona (de esto cada quién es responsable), el problema ni siquiera es la filosofía de género, el problema no es ser inclusivos; más bien, desde mi punto de vista, el problema es de falta de responsabilidad, ya que asumirse como persona y asumir realmente lo que uno es, viene con una responsabilidad tremenda, que no están dispuestos a aceptar; por eso unos buscan refugios en la diversidad de identidades (sean estos monos, conejos, u otros animales).

Creo también que la “cultura” del internet y de las redes sociales, que para muchos es la única “cultura” que tienen, no ayuda porque los mantienen en un estado de posibilidad, un encanto perpetuo que ofrece la ilusión, que desde la comodidad la casa y dando un click o un like, el mundo puede cambiar. Desde estas posturas, se juzgan con una arrogancia moral o se “cancela” a todo aquello que no se ajusta a este “mundo perfecto” y politically correct. Esta propaganda se ha impregnado hoy en todos los niveles sociales y todas las instituciones y organizaciones. Y no cuestionamos nada. Lo consideramos parte de un gran cambio al cual participamos y nos sumamos a estas manifestaciones pensando que así hacemos el “bien”. Olvidamos que una verdadera visión comunitaria y hacer el bien, nunca ha necesitado de ningún tipo de propaganda, pero esto sí de valentía y de responsabilidad.

El mundo, la vida, y los valores que realmente son importantes no se pueden cancelar al antojo de cualquiera. Atender realmente los problemas del mundo (comunidad LGBTQ+, los problemas de la sexualidad, de género, comunidades vulnerables, sostenibilidad, el problema de los animales, de la ecología, etcétera) implica mucha madurez del espíritu que se gana con la experiencia de vida, con mucho conocimiento adquirido por la lectura y el estudio, no cancelando a los que no comparten radicalismos o cancelando la tradición, sino retomando del pasado aquello que es importante y puede dar continuidad a la comprensión de la realidad para construir el futuro.

El cambio es la única constancia, afirmaba el filósofo Heráclito. Y, una mirada atrás nos hace entender que, en ciertos momentos o ciertas épocas, los cambios han tenido un impacto y han revolucionado la sociedad. Pero hay de cambios a cambios, y no toda revolución es positiva (los ejemplos en la historia son más que relevantes). Esta supuesta transformación que promueve una falta de límite y falta de fronteras ha desembocado en esta dictadura de la cancelación que cada vez más está presente y se convierte en una práctica que debemos ¿Tolerar? ¿Aceptar? Y ¿Hacia dónde nos lleva todo esto? ¿Cuál es la finalidad? ¿Un mundo mejor?

El sufrimiento, los límites, el dolor, la muerte, las injusticias, las diferencias, todo esto es parte de la vida en su totalidad. Borrar estos límites y cancelar todo aquello que no gusta, implica eliminar la vida misma que, con sus bellas imperfecciones, nos ayuda a madurar y, con ello, a comprender el sentido de la vida.