
No imagino lo triste o decepcionante que debe ser para un jugador cuando, de ser una estrella, pasa a ser un recuerdo o en el peor de los casos una simple moneda de cambio, un producto de intercambio o, dicho de otra manera, un desecho deportivo; y no es decirlo de una manera despectiva, digamos que es un activo que ya no produce y debe cambiarse o desecharse.
Lo anterior viene a colación de lo que hemos sido testigos con Russell Wilson, aquel otrora dinámico quarterback que llevara a Seattle a un triunfo en dos apariciones de Super Bowl, por cierto de manera consecutiva, y que el segundo lo perdiera de forma muy polémica ante Nueva Inglaterra tras una ilógica jugada llamada por el staff de coacheo liderado por Pete Carroll, pero esa es otra historia que en su momento abordaremos.
Lo de Wilson nos hace reflexionar una y otra vez que la NFL, como cualquier otra liga o deporte, pero ahora más que nada en el futbol americano de los EU, es un negocio en donde si el jugador ya no produce, sencillamente se va, sea quien sea, y haya hecho lo haya hecho.
Wilson, ese que casi de la nada se hizo de la titularidad en Seattle, tras llegar en una tercera ronda como selección 75 global en 2012, y que posteriormente se convirtió en una de las estrellas de la liga, hoy no es más que un trota mundos, o trota equipos más, como muchos, que sigue la inercia del mercado, y en vez de retirarse, pues ha ganado todo, deportivamente hablando, además de bastante dinero, prefiere seguir en el circo sin importar si su actuación es digna de aplausos o de abucheos.
EL INICIO DEL TOBOGÁN
Su paso de Seattle a Denver, y que prometía un segundo aire en su carrera, pues aún se le veía futbol en su brazo, sólo fue un remedo de sus años de gloria. Su llegada a los Broncos, en una era de plena reconstrucción con dos coaches en transición, primero con Nathaniel Hackett y después con Sean Payton, dejaron ver que Wilson estaba acabado. Nunca supimos si el primero no supo explotarlo, pero si estamos más que conscientes de que el segundo no tenía la más mínima intención de conservarlo. Payton quería su propia elección de mariscal de campo (Bo Nix), no tomar lo que encontró dentro del armario al llegar al equipo.
Lo más triste fue atestiguar como Payton lo sentó en la banca para que, como un vil producto, se conservara en buen estado para intercambiarlo o venderlo llegado el momento. No obstante, su posterior paso por Pittsburgh nos confirmó lo que adelantábamos con Denver, Wilson había perdido la chispa, la magia que lo hizo una estrella en Seattle y en toda la NFL. Fue relegado por otro joven trota equipos como Justin Fields (ambos salieron de Pittsburgh a tan sólo un año de haber llegado)
En una tercera venta fue a caer a los muy malbaratados Gigantes de NY, donde apenas tres juegos fueron suficientes para susurrarle al oído que todo ha terminado.
La semana cuatro arrancó no sólo con Wilson sentado en la banca, sino con los Gigantes al mando de un novato encendido como Jaxon Dart y con una victoria de los neoyorkinos sobre los invictos Cargadores de LA.
De hecho, mucho antes del juego de la semana cuatro, la directiva de los Gigantes hizo pública la noticia de que Wilson estaría a disposición de un intercambio en caso de que algún equipo se interesara por sus servicios antes del 4 de noviembre, fecha límite de transacciones de jugadores en la Liga.
Llegar a esos niveles de mera mercancía de intercambio después de haber sido una joya para la Liga debe ser muy triste y decepcionante para cualquiera, y Wilson ha llegado hasta ese punto.
Dada la situación actual de quarterbacks entre los 32 equipos pareciera que sólo Nueva Orleans y Cincinnati están en apuros, pero la pregunta es ¿Wilson podría representar una solución real para esos equipos?
Los Bengalíes perdieron por meses a Joe Burrow, y se quedaron con Jake Browning, mientras que los Santos no van a ningún lado con Spencer Rattler (?) ¿Wilson es mejor que ellos?, en su versión actual, no.
Tanto Zach Taylor como Kellen Moore, coaches de ambos equipos, respectivamente, se habrían frotado las manos con la posibilidad de tener al Wilson de hace cinco años, pero al actual, no.
Lo más increíble de esto es que este pasador seguirá montado en el carrusel de cambios y destinos sin darse cuenta o ignorando que ya no esta al nivel de la Liga, y eso es triste para quien lo vio ganar en grande, pero quizá no para él.
Pero la historia de Wilson no es aislada, digamos que es cíclica, y lo seguirá siendo para muchos otros, que aún andan en las andadas o pasaron por ahí.
HISTORIAS PARALELAS
Quizá el caso más similar sea el de Kirk Cousins, curiosamente de la misma generación de Wilson, llegado a Washington en la cuarta ronda en 2012 como el 102 global. Inició como suplente en los Pieles Rojas detrás del fenómeno Robert Griffin. Ttras la lesión de éste, se quedó con la titularidad. Algunos buenos años en Washington y posteriormente en Minnesota le dieron un mega contrato con Atlanta, donde llegó al olvido. Después de una errática primera campaña y traicionado desde un inicio por la directiva de los Halcones al seleccionar en sus narices al futuro quarterback de la franquicia en la persona de Michael Penix, el veterano Cousins fue relegado a la banca y ahora es el suplente más caro de la historia. Ningún equipo ha solicitado sus servicios, ya sea por la escandalosa absorción de su contrato o porque realmente ya no le ven mucho football en su brazo y su capacidad.
Así, Cousins, al igual que Wilson, sólo son el recuerdo de lo que un día fueron.
UNA Y OTRA VEZ
No obstante, como lo apuntamos al inicio, esto no es nuevo, es un reciclaje de historias, y quizá algunos de los más recordados sean los casos de Donovan McNabb, Mark Brunell y Jim McMahon.
McNabb fue una luminaria en Filadelfia, primera selección colegial del equipo en 1999, cuatro disputas por el título de la NFC y una aparición en Super Bowl, además de líder pasador de todos los tiempos de las Águilas. Cuando terminó su ciclo en las Águilas, el equipo lo mandó a Washington y de ahí pasó a Minnesota, donde nada importante logró.
Brunell, quien inició en Green Bay detrás de Brett Favre en 1993 y en donde no tenía cabida, pasó a Jacksonville, equipo en que vivió sus momentos más brillantes. Zurdo y elusivo se le comparó en su momento con Steve Young de San Francisco. Brunell llegó a disputar el título de la AFC en 1999, después de aquello sólo fue una historia de cambios y destinos en Washington, Nueva Orleans y NY Jets; nada más pasó con él, y a pesar de que era notorio su muy bajo desempeño se negaba a decir adiós.
Finalmente esta McMahon, primera selección de Chicago en 1982 y campeón con los Osos en el Super Bowl 20. Fue no sólo una estrella en la Liga, fue un fenómeno mediático que después de su título pronto se apagó. Desfiló por San Diego, Filadelfia, Minnesota, Arizona y Green Bay; nada extraordinario sucedió ahí. Sólo el olvido y el tiempo lograron retirarlo.
Desafortunadamente ese es el camino e historia de muchos ídolos en la posición más glamurosa de este deporte, quizá ese halo de divinidad deportiva no les permite darse cuenta de la realidad.
EL FINAL MÁS TRISTE
Una historia que nos habla de ello, y lo ejemplifica a la perfección, es el final que tuvo Joe Namath, el ícónico mariscal de los Jets de NY, primera selección colegial tanto de la AFL como de la NFL en 1965, tomado por Jets y Cardenales, respectivamente. Namath eligió irse a NY y sin duda fue un símbolo indudable del despegue de la actual NFL.
Con toda premeditación dejé para el final esta anécdota, que cuando la leí me hizo imaginar la escena de manera muy real y triste ala vez.
Después de buenos años con NY, el título del Super Bowl 3 y grandes hazañas en la Gran Manzana, Namath, con las rodillas, literalmente, destrozadas, decidió continuar su carrera tras salir de los Jets en 1976. Los Carneros de LA le ofrecieron una oportunidad y promesa de dirigir el ataque, no sin dejar a un lado la competencia que representaba la joven promesa Pat Haden. A sabiendas de sus limitaciones de movilidad, Namath aceptó.
Cuatro juegos bastaron para que lo mandaran a la banca, cuatro intercepciones en la semana cuatro fueron suficientes. El coach Chuck Knox tomó la decisión, sentó a Namath y mandó a Haden a dirigir la ofensiva. Namath nunca regresó a la titularidad y tampoco se lo perdonó a Knox.
Con Haden, los Carneros llegaron hasta los playoffs. En el encuentro divisional ante el poderoso equipo de Minnesota y entrado el cuarto periodo, los Vikingos tenían dominado al equipo conjunto angelino por 14-0, Haden, apenas en su segunda temporada, estaba más que rebasado, y todos sabían que la única esperanza estaba sentada en la banca con el número 12 en el jersey.
Cuando la presión del momento fue abrumadora para el coach Knox, éste volteó hacia Namath.
Descrito por el propio Namath, cuenta que se encontró con la mirada desesperada de Knox, quien sin palabras le pidió que entrara y lo intentara, que los salvara, pero resentido por haberlo sentado casi al inició de la campaña, decidió ignorarlo y se volteó, resignado en su lugar, en la banda lateral. Knox se tragó su orgullo y no se acercó a él para pedírselo.
Los Carneros cayeron 14-7 y ahí acabó la carrera de Namath, negándose él mismo la posibilidad de un último regreso. Sólo hasta ese momento entendió que había sido todo para él en el campo de juego.
Y así como le sucedió a Namath, quizá le pasará a otros que se niegan a decir adiós.