Deportes

‘Es martes y el cuerpo lo sabe’

El cuerpo no es inocente

. .

Anatomía de una jerarquía

El deporte no es universal: es un mapa social con vestidor.Las clases altas no eligen el boxeo por la misma razón que las clases bajas no practican equitación: no es su habitus.No se trata de músculo, sino de escenario.El rico no golpea con los puños; golpea con la renta.El pobre no monta caballos; los alimenta.Las disciplinas, como los cubiertos en la mesa, tienen protocolo.Hay deportes para sudar con estilo y otros donde el sudor huele a subsistencia.El habitus —esa herencia invisible que enseña al cuerpo su lugar— dicta qué movimiento parece natural y cuál ridículo.Por eso el tenis se aprende de niño, el futbol en la calle y el yoga en oficinas con aire acondicionado.Hasta la gravedad tiene clase: unos caen con elegancia, otros simplemente se desploman.

En esa coreografía de cuerpos, la meritocracia es solo un espejismo. El talento pesa, pero el capital cultural empuja más. La mayoría de los atletas no asciende por piernas, sino por permisos. El mérito se mide en kilómetros recorridos, pero empieza en la puerta que se pudo pagar.

LOS FALSOS UNIVERSALES

Correr parece la gran excepción: todos corren.Ejecutivos con audífonos, obreros en horario nocturno, mujeres que huyen y hombres que persiguen.El running promete igualdad democrática, mismo gesto, mismo aire, pero también está tarifado.Unos corren en asfalto con GPS, otros en terracería sin tiempo.Unos acumulan medallas, otros ampollas.Unos celebran “superar su marca personal”, otros apenas alcanzan la parada del camión.El mismo verbo, distinta biografía.

Nadar tampoco une: se necesita alberca, horario, cloro, membresía.El agua no discrimina, pero la entrada sí.Hasta los deportes “libres” tienen costo: la bicicleta de montaña, la raqueta, el calzado especializado, la asesoría nutricional, el tiempo libre.Cada disciplina exige una infraestructura social previa: el dinero, el lenguaje, el permiso.En los gimnasios se paga por entrar; en la calle, por salir.Y aun en la calle, la vigilancia también se estratifica: hay cuerpos que corren seguros y otros que corren por su vida.

EL MÚSCULO CLASIFICADO

El cuerpo entrena lo que el mundo le permite.El que tiene tiempo busca técnica; el que no, resiste.El que puede paga asesoría nutricional; el que no, come lo que queda.El gimnasio, ese templo del mérito, funciona como sucursal del orden social: espejos, membresías, cuotas.Todos se ven iguales, pero unos pagan más por serlo.La ciencia del ejercicio aporta su toque moral: VO₂ máx, lactato, rendimiento… palabras que suenan a biología, pero huelen a contabilidad.El sudor cambia de apellido según el barrio.La fatiga también tiene acento.Hay cuerpos que corren por salud y cuerpos que corren por hambre, y ambos terminan jadeando, pero solo uno sale en las fotos de meta.

EPÍLOGO

El deporte juró ser la gran república del esfuerzo.Pero el podio ya estaba reservado.El músculo se gana, sí, pero el punto de partida se hereda.A veces, sin embargo, el cuerpo traiciona a la clase: un boxeador abraza a su rival, un maratonista rico se detiene por un corredor exhausto, un niño se lanza al agua sin saber que rompe una frontera económica.Entonces, por un segundo, el habitus se tambalea, la jerarquía se desordena y el sudor, libre de clase, se vuelve humano.Después todo vuelve a su sitio: el club, el turno, la cuota, el uniforme.Y el cuerpo, disciplinado, vuelve a fingir que el deporte es justo.

Tendencias