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‘Es martes y el cuerpo lo sabe’

Bestiario para Atletas (o cómo elegir tu jaula)

. Mírate al espejo, más allá del músculo y del sudor.

Si le preguntas a una víbora cómo conquistar el mundo, te dirá que la única estrategia es reptar y envenenar.

Si le pides a una araña el secreto de la victoria, te susurrará que no se gana con pulmones, sino con geometría; tejiendo una red de ángulos y esperas hasta que el rival se enrede en su propia impaciencia.

Si consultas a un tiburón, te explicará, con la calma de lo inevitable, que ganar es simplemente el acto de devorar a quien muestre el más mínimo signo de debilidad.

Cada campeón es un animal que ha logrado construir un mundo a la medida de su propia naturaleza.

Y luego, con la mejor de las intenciones, nos vende su biografía como si fuera un método.

El fraude no está en el consejo, sino en la premisa. La autoayuda deportiva es el arte de convencer a los peces de que, con suficiente mentalidad, les pueden crecer alas.

El atleta genéticamente superdotado lo llama “disciplina”. El estratega despiadado lo llama “inteligencia de juego”.

El que nunca tuvo una lesión grave lo llama “escuchar a tu cuerpo”.

Cada uno nos describe su jaula con el orgullo de un arquitecto, sin mencionar que fue construida con los barrotes de su propio ADN.

LA FAUNA DEL MARCADOR

El deporte es el zoológico más honesto. No hay disfraces.

Allí está el pavo real, ese futbolista que prefiere un túnel humillante e inútil a un pase de gol. No juega para el equipo, actúa para la galería. Su victoria no es el resultado, es el highlight que se repetirá en cámara lenta.

A su lado, la hiena, ese ciclista que se pasa cien kilómetros a rueda, un fantasma cobijado por el esfuerzo ajeno, para aparecer de la nada en los últimos doscientos metros y robar una etapa con la energía que no gastó.

Y cómo olvidar al topo, el gimnasta o el clavadista, ese monje del gesto único. Pasa veinte años de su vida puliendo un solo movimiento en la oscuridad de un gimnasio, ciego a todo lo demás. No busca ganar; busca un diez perfecto, esa utopía matemática que lo justifique. Cada uno es un maestro en su propio ecosistema. Cada uno, un fracaso en cualquier otro.

EL ATLETA COMO ERROR MITOLÓGICO

La verdadera tragedia no es esta fauna, sino la quimera que la pedagogía moderna intenta crear.

El entrenador, el gurú, el coach ontológico, nos exigen ser un animal imposible.

Quieren que el luchador tenga la furia del jabalí, pero la calma zen del monje.

Que el maratonista posea la resistencia del camello, pero el remate final de un guepardo.

Que el tenista combine la paciencia de la araña con la potencia del oso.

Nos piden ser un monstruo mitológico, un ser de diseño que es la suma de todas las virtudes y, por tanto, la encarnación de ninguna.

El resultado es el atleta contemporáneo: un cuerpo sobreexigido, una mente fragmentada, un alma en guerra consigo misma. Un error de la naturaleza entrenado hasta la extenuación, que se lesiona no por accidente, sino por diseño.

LA PREGUNTA FINAL DEL ESPEJO

Así que la próxima vez que un campeón te revele “su secreto”, sonríe.

No te está dando una llave, te está mostrando sus barrotes.

No hay métodos, solo naturalezas. No hay manuales, solo confesiones de una sola página.

La única pregunta que un atleta debe hacerse no es cómo ser mejor, sino quién es.

Mírate al espejo, más allá del músculo y del sudor.

¿Qué animal te devuelve la mirada?

¿El que corre, el que espera, el que embosca, el que devora?

Y una vez que lo sepas, la única decisión que importa, la que separa al campeón del mártir, es esta: ¿vas a pasar el resto de tu vida en una guerra civil contra tu propia naturaleza, o vas a empezar a construir un juego donde tu jaula sea, por fin, el campo de tus victorias?

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