
El esfuerzo tiene contabilidad, pero no de la que aparece en relojes, apps o libretas de gimnasio.Cada cuerpo lleva su propio libro mayor: una aritmética íntima donde el cansancio no descuenta, inscribe.Uno corre, levanta, salta, repite, fracasa… y el mundo sigue como si no hubiera ocurrido nada.Pero adentro, el cuerpo escribe con una letra que nunca se borra.
Registra la mañana en que no querías levantarte y aun así fuiste; la serie que parecía imposible y, sin saber cómo, completaste; el día en que todo dolía y aun así no hiciste trampa.El cansancio es la memoria contable de la dignidad: un archivo donde el cuerpo se explica por qué sigue adelante incluso cuando el ánimo ya se rindió.
Lo irónico es que nadie lo ve.Para el mundo, un esfuerzo es apenas la vibración tenue de una voluntad obstinada.Pero para el cuerpo es inversión: una apuesta muda que no pide comprobantes, porque el único auditor es uno mismo.
Hay quien entrena para mejorar, quien entrena para no desmoronarse y quien entrena para recordar quién era.Pero en todos los casos el esfuerzo circula como una moneda clandestina: la única que no se devalúa cuando el país se cansa.
LA CIRCULACIÓN AFECTIVA DEL FRACASO
El fracaso tiene pésima fama, cuando en realidad es la infraestructura emocional del entrenamiento.Nada se sostiene sin él.Es el error el que revela dónde estamos parados; es la caída la que ajusta la brújula del cuerpo.
Cuando alguien falla un salto, una serie o una jugada, no pierde:abre una conversación.Le dice al entrenador: “éste soy yo”.Le dice al compañero: “sigo aquí”.Y le dice al cuerpo: “no me maquilles la verdad”.
El fracaso viaja de uno a otro con la solemnidad de una moneda antigua.No genera vergüenza: genera reconocimiento.
En el deporte, como en la vida, uno no se siente acompañado cuando triunfa;uno se siente acompañado cuando alguien se queda a tu lado mientras te deshaces un poco.
Los que entrenan solos también operan en esta economía afectiva: se prestan paciencia, se cobran honestidad, se condonan ilusiones rotas.El fracaso es la divisa que más circula y, paradójicamente, la única que siempre deja ganancias.
Porque fallar es el interés compuesto del carácter:cada error que no nos derrumba nos afila un poco más.
EL DIVIDENDO INVISIBLE DEL QUE INSISTE
Insistir es la forma más discreta de la victoria.Un cuerpo que insiste no mejora por acumulación técnica, sino por acumulación simbólica:cada intento añade una capa de sentido, como quien fortalece un muro desde adentro.
La insistencia es un músculo moral.No sirve para correr más rápido: sirve para correr más verdadero.Un corredor que continúa, aunque el ritmo no acompañe, un boxeador que levanta los guantes, aunque ya no quede aire, una persona que vuelve al parque, aunque la motivación no aparecerá hoy… todos ejecutan la mismaoperación:depositan esperanza en una contabilidad que no verá la luz pública.
No importa si el tiempo mejora o no.La ganancia es otra:la tranquilidad íntima de saber que el cuerpo sigue dispuesto a intentarlo, incluso cuando la cabeza ya habría negociado la rendición.
En un mundo obsesionado con el resultado, el que insiste es casi subversivo:trabaja sin audiencia, apuesta sin pronóstico, se respalda a sí mismo.Hace economía afectiva con un bien que escasea: la voluntad.
Y quizá por eso el esfuerzo conmueve:no porque parezca heroico, sino porque revela esta verdad callada:que el cuerpo, incluso exhausto, es la parte de nosotros que todavía cree.