
El cuerpo que vota sin votar
Antes que ciudadano, uno es cuerpo.Y ese cuerpo, con su cansancio, su prisa, su torpeza, su firmeza, vota todos los días sin ir a ninguna casilla.La política no empieza en el discurso, sino en la fricción diaria entre lo que el cuerpo quiere hacer y lo que la ciudad le permite.
Aristóteles definió al ser humano como animal político, pero lo dijo desde la comodidad del concepto. La calle mexicana, en cambio, ofrece una versión más honesta: somos cuerpos intentando existir en sistemas que no siempre nos consideran parte del diseño.
El microbús que no frena, la banqueta rota, el semáforo que decide quién merece pasar: todo eso es política encarnada. No se debate en parlamentos, sino en el tobillo que esquiva, en el brazo que se estira, en la espalda que carga.
Cada día, sin metáforas, el cuerpo emite su voto:puedo,no puedo,me dejan,no me dejan.Una democracia de huesos, articulaciones y permisos tácitos.
LA COREOGRAFÍA PÚBLICA DEL MOVIMIENTO
El movimiento humano es la forma más antigua de la vida pública.Caminar ya es una declaración: marca un territorio, define un deseo, interrumpe o coincide con la trayectoria de otro.
Las calles funcionan como una especie de coreografía involuntaria donde cada gesto está en permanente negociación: avanzar sin chocar, detenerse sin obstaculizar, retroceder sin parecer derrota. La ciudad es un escenario moral donde las piernas dialogan más que las palabras.
Huir también es político.Esperar también. Trepar una barda puede ser un delito o un juego; la diferencia la decide el contexto, no la intención.
La política se disputa en los cuerpos antes que en las leyes:cuando la policía decide qué cuerpos son “sospechosos”;cuando los parques expulsan a quienes no consumen;cuando las ciudades orientan el movimiento hacia el tránsito, pero no hacia la convivencia.
Ahí está la ironía: la polis moderna se cree hecha de instituciones, pero sus reglas verdaderas están escritas en la piel.
EL CUERPO COMO FRONTERA COMÚN
Cada cuerpo, al ocupar espacio, crea una frontera.No una que divide: una que obliga a negociar.
Dos cuerpos que se cruzan en la banqueta deben pactar, aunque no hablen:quién pasa primero, quién se hace a un lado, quién invade, quién cede.Esa diplomacia microscópica sostiene la vida social más que cualquier constitución.
El deporte lo sabe mejor que nadie:jugar es un acuerdo entre cuerpos.Competir es pactar reglas para que el movimiento tenga sentido.Celebrar es reconocer que otro cuerpo existe y logró algo que el nuestro no pudo.
La política pública suele olvidar esta verdad elemental:primero somos cuerpo, después ciudadanía.Y cuando el Estado ignora ese orden, el resultado es visible: ciudades donde caminar es peligroso, donde jugar es un acto subversivo, donde moverse parece pedir perdón.
El cuerpo, aun así, insiste.Resiste.Se abre paso.Porque sabe algo que la política moderna ha querido olvidar: que el sentido colectivo no nace en los discursos, sino en la convivencia física.En ese roce cotidiano, a veces gentil, a veces brutal, donde se define quién puede estar y quién no.
El cuerpo es archivo, testimonio y territorio.Y cuando se mueve, negocia.Y cuando se detiene, también.
Por eso esta teoría del cuerpo político no necesita a Aristóteles: le basta mirar la calle.
Ahí, en ese teatro de gestos mínimos, se revela la verdad más simple y más profunda de todas: la sociedad no se piensa: se encarna.