
El concierto arrancó a la hora señalada, reforzando esa puntualidad que genera expectativa y disciplina en la atmósfera. La Castañeda apareció tras un velo translúcido: una invitación a sumergirse en un viaje nocturno, casi ritual, hacia “la nave de los locos” como lo dijo uno de los tantos performers que tuvieron en el escenario.
Las proyecciones en este velo y la iluminación jugaron un papel fundamental, dando paso a siluetas y luces que acentuaban la sensación de misterio y desafío a la cordura. En la tercera canción, al compás de “La fiebre de Norma”, el velo se retiró, catapultando la euforia colectiva. El público estalló en aplausos y gritos. El siguiente tema, “Sueños”, se convirtió en un clamor: la multitud coreó cada verso como si fuera propio, reforzando la complicidad entre banda y asistentes.
La atmósfera derivó hacia una melancolía profunda con “La estación”, tema que invadió el Auditorio Nacional con un aire nostálgico, casi cinematográfico. Las luces más cálidas y un juego de sombras enfatizaron la emotividad de la pieza. Sin pausa creció la energía al interpretar “Gitano Demente”, una de las más coreadas, momento en que se sintió la comunión plena de la audiencia con la banda. Para dar paso a “La dosis” y “Lucrecia”, consolidando esta primera parte del concierto con contrastes entre introspección y potencia sonora. Cada nota parecía remitir a la larga historia de La Castañeda, evocando vivencias compartidas entre la banda y su público a lo largo de 36 años.
Momentos íntimos y sorpresas en el escenario
Tras esta primera tanda, el telón volvió a cubrir el escenario, preparando la primera gran sorpresa de la noche: la aparición de José Manuel Aguilera, de La Barranca. Su intervención en guitarra en “Sacrifícame en tu altar” sorprendió por la maestría técnica que posee en la guitarra y el matiz emocional que aportó al espectáculo. Fue un guiño entre generaciones y proyectos afines del rock mexicano que reforzó la sensación de comunidad artística.
Entre aplausos, Salvador Moreno, usó el micrófono para dirigirse al público: “Esta noche queremos celebrar y agradecer cada uno de los momentos donde hemos vibrado juntos y compartir el corazón con ustedes. Gracias por estos 36 años de La Castañeda.” La mención de la trayectoria evocó recuerdos: para muchos, canciones que formaron parte de la banda sonora personal.
Cuando el público gritó “¡Que lo quiten, que lo quiten!”, en referencia al velo, Moreno bromeó: “Lo que la banda dice, debe ser; la banda manda”, y el velo desapareció definitivamente. La dinámica de interacción continuó con otra sorpresa: Sergio Arau se sumó para interpretar “Tloque Nahuaque”. En un momento de gran energía, ambos cantantes recorrieron los pasillos del Auditorio, saludando a la gente. Esta cercanía física derribó barreras entre escenario y butacas, generando un vínculo más directo y memorable.
Aquellos pasillos se convirtieron en parte del escenario, y cada gesto de saludo reforzó la sensación de celebración compartida. La última sorpresa vino cuando apareció Santa Sabina para interpretar “Cautivo de la calle”. Esto no hizo más que reforzar el tono místico y profundo del concierto: las voces femeninas y masculinas se entrelazaron en un diálogo sonoro que evocó tanto la oscuridad como la luz propia de ambas agrupaciones.

Homenajes, emotividad y cierre apoteósico
Antes de abordar “Misteriosa”, La Castañeda se detuvo para rendir homenaje a “los caídos”, recordando con solemnidad y esperanza que pronto se reencontrarán. Fue un momento de recogimiento que mostró el lado social y humano de la banda: consciente de las pérdidas que cada asistente pueda haber vivido, la banda instauró un puente emocional hacia el recuerdo y la solidaridad. A continuación, presentaron “La carta”, dedicada a “los guerreros” que han enfrentado adicciones y depresiones y se han levantado.
Esta interpretación resonó con fuerza entre quienes han vivido esas batallas: la letra, cargada de empatía, y la entrega interpretativa, generaron un clímax de nostalgia colectiva. El Auditorio Nacional vibró con un coro casi unánime, como si cada voz sumara fuerzas para el renacimiento simbólico que la canción propone. Para el final anunciado, La Castañeda eligió dos de las piezas más coreadas de la noche: “Noches de tu piel” y “Cenit”.
La ejecución de estos temas cerró el set principal con una explosión de júbilo y nostalgia: muchos asistentes cantaron con los ojos cerrados o llorosos, rememorando momentos pasados, conciertos anteriores, o simplemente dejándose llevar por la intensidad del aquí y ahora.
Aunque el público creía cerrada la noche, la banda volvió al escenario para un encore con dos colaboraciones especiales: “Transfusión” junto a Armando Palomas y “Ángel de las sombras” con Santa Sabina nuevamente. Ambas interpretaciones sellaron la velada con una sensación de plenitud y gratitud mutua. El Auditorio Nacional, testigo de tantas celebraciones musicales, despidió a La Castañeda con aplausos prolongados y vítores, consciente de haber sido parte de un hito: la conmemoración de 36 años de una banda que sigue reinventándose y conectando con nuevas generaciones, sin perder la esencia que la hizo única.
Con este concierto, la banda recordó que la locura también puede ser colectiva, terapéutica y transformadora.