Hace unos días vi con mi hija, de 5 años, la película K-Pop: Demon Hunters. Desde entonces, en casa no solo jugamos a ser cazadoras, también cantamos y bailamos las canciones que, confieso, ¡Se nos pegaron a las dos!

Entre risas y bailes, ella me mira y me dice: “mamá, eres mi soda pop”. Y en esa frase entendí que, más allá de la pantalla, lo que estábamos compartiendo era un momento que nos llenaba de energía y complicidad.
La película combina música increíble, humor, colores brillantes y escenas de acción con demonios. Aunque puede impresionar a los más pequeños, en nuestro caso la emoción ganó al miedo: mi hija terminó fascinada, quería luchar con poderes como las protagonistas y cantar como ellas.
Y en medio de esa fantasía infantil, descubrí que lo que nos hace distintas puede ser también lo que nos hace más fuertes, justo como la protagonista Rumi, que aprende a aceptar su diferencia como su mayor poder.
Pero detrás de los colores y la música hay un mensaje que cala más hondo.
Una de las canciones dice: “Yo me rompí en mil fragmentos y ahora puedo ver la belleza en cada pedazo”. Esa frase me atraviesa, porque en la vida real yo también me rompí en mil pedazos y me costó mucho tiempo descubrir que en esas grietas también había belleza. Todos cargamos demonios: miedos, errores, cicatrices que preferiríamos ocultar. Sin embargo, como canta la película, “debajo del dolor encuentro lo mejor, la voz del corazón”. Solo enfrentándolos podemos crecer, y cuando lo hacemos descubrimos que no estamos solos en esa lucha. Eso es lo que la película logra: transformar un aprendizaje profundo en un relato mágico, que nuestras hijas e hijos entienden en su propio idioma.
Y es que en la historia el demonio mayor no es un monstruo externo, sino esa voz interna que habita en la mente y atormenta a quienes cargan cicatrices. Esa voz que repite errores, que susurra culpas y apaga la luz. Rumi descubre que su verdadera lucha es aceptar sus marcas y no permitir que esos demonios se aprovechen de ella.
Y lo consigue porque no está sola: se apoya en su red, en sus compañeras y amigas que la sostienen, que le recuerdan que siempre se puede volver a brillar.

Ese mensaje es poderoso. No es solo fantasía, son armas para la vida.
La música es otro regalo, ya es parte de nuestro día a día. Cantamos juntas, inventamos pasos en la cocina y confirmamos que la música es un idioma universal entre generaciones. La película, que parecía solo entretenimiento, se convirtió también en una oportunidad para platicar y para reír, para hablar de lo que nos da miedo y de lo que significa ser valiente, pero también para celebrar la amistad y la unión.
Y entonces entiendo que lo verdaderamente valioso no es si recordaremos todas las canciones o las escenas de acción, sino la memoria que estamos creando juntas y el aprendizaje que nos llevamos las dos. Lo mejor es esa chispa alegre que mi hija resume en una sola frase. Para ella soy su soda pop… y para mí, ella es la melodía más dulce que me acompaña todos los días y me impulsa a brillar más, más, más.