Escenario

‘Au Hasard Balthazar’: La vileza humana contra la empatía sublime de los seres más inesperados

CORTE Y QUEDA CLASSICS. En esta sección toca el turno de recordar una obra clave en el cine de Robert Bresson, quien muestra “como es el mundo en hora y media” a través de los ojos de un asno

cine

Fotograma de 'Au Hasard Balthazar'.

Fotograma de 'Au Hasard Balthazar'.

ESPECIAL

Inspirado por uno de los pasajes de la obra El idiota del ruso Fiódor Dostoyevski, el realizador francés Robert Bresson plasmó en un proyecto particularmente minimalista la historia de un pequeño asno bautizado como Balthazar. A través de su vida y el paso por diferentes dueños y etapas de la misma, el aplaudido cineasta galo ofrecería reflexiones interesantes acerca de la vida, la muerte, así como de la inocencia y la adultez, pero sobre todo de la condición humana a través de lo que este burro llega a experimentar.

Participante en el Festival de Cannes, así como ser una de las cintas más memorables del Festival de Venecia en 1966, Au Hasard Balthazar resulta un relato que ofrece una reflexión severa e irónica de la naturaleza misma. Siendo éste el séptimo largometraje de Bresson, que debutaría como director en el distante 1934 con un cortometraje, Affaires Publiques, el francés tuvo la idea de, para esta obra, seguirle el paso a este pequeño burro desde su nacimiento hasta la muerte, meramente aceptando el destino que sus dueños le imponen, haciendo del relato algo emotivo y auténtico.

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A través de los diversos personajes que usan (o abusan) del burro, es su relación con la joven Marie la que se convierte en una pieza clave de esta historia. Interpretada por la debutante Anne Wiazemsky, ella es la que más entabla un lazo con Balthazar. Lo quiere, lo cuida pero también lo olvida y no lo protege de los abusos maliciosos de unos adolescentes que rondan este pequeño poblado de la campiña francesa. Sin embargo, pareciera que la chica y el burro comparten las mismas alegrías y dolores, pues su camino va casi a la par.

Pareciera por momentos que el destino de Balthazar está unido a personajes que enfrentan mil y una adversidades o cuyos prejuicios sociales hacen por demás interesantes a estos alienados seres. Un ejemplo de ello es el borracho del pueblo, Arnold (Jean-Claude Guilbert), quien es visto como un vulgar tipo de mala calaña pero cuya actitud con el burro es diferente a la de otros. Lo salva, se queda con él, lo pierde y el infortunio lo alcanza para llevarlo de la gloria a la tristeza. Sin embargo, muestra un factor clave para el relato de Bresson: la empatía.

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La contraparte se observa en Gerard (Francois Lafarge), un joven completamente malicioso que siempre que puede abusa del burro y de Marie. Es el abuso de este muchacho el que padece más Balthazar mientras que su primera dueña jamás mueve un dedo para defenderlo. La inacción de ella encuentra un paralelismo con el destino del burro, ese que, a diferencia de ellos, no es capaz de discernir o decidir por su cuenta sino solamente aceptar lo que le viene. Si bien existe una reflexión un tanto funesta en ello, de nueva cuenta vemos un factor básico en la filmografía de Bresson: el espejo de la condición humana.

Claro está que, a partir del ojo y el imaginario del espectador, la cinta puede recibir todo tipo de lecturas del triste pasar de Balthazar. Puede ser considerada desde una analogía de la vida de Cristo o una cargada mano espiritual debido a las creencias del realizador, todo esto a través de la escena del bautismo y de las penurias de Balthazar, cuyo destino final no ofrece una resurrección pero sí cierta redención para los pecados de los humanos, o simplemente puede ser un relato que no teme en enfatizar la malicia del ser humano, mostrando un mundo lleno de barbarismo moral y físico.

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A pesar de las enriquecedoras miradas e interpretaciones, el destino de Balthazar se distingue por ser el de una experiencia mucho más sensorial, que conecta o duele con quien la mira. La maestría de Bresson es similar a la de un pintor, pues en este caso cinematográfico expone algunas verdades existencialistas alejadas del sentimentalismo comúnmente visto en relatos con animales protagonistas. El rol de este burro es similar al de nosotros, un mero observador que no puede intervenir en nada. Simplemente camina o espera, ejerce su rol como una simple bestia de carga cuya vida está fuera de su control.

Es con ello que el cineasta galo demuestra que no necesitas caricaturizar a Balthazar, sino crear una empatía a través de su mirada, de sus rebuznos ocasionales. El reto de su narrativa es vivir a través de ellos sin caer en la maquinación habitual del cine. Bresson escapa del maniqueísmo del séptimo arte o la provocación simple y lleva su cámara a las miradas, los actos o incluso las reacciones del burro y los humanos alrededor de él que nos acercamos a Balthazar, generando esa conexión a través de la observación de las circunstancias.

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Hay un virtuosismo interesante en el oficio de Bresson que no sólo es visible en Au Hasard Balthazar, sino en su cine en su totalidad. El principal reto que solía enfrentar era que no buscaba actuaciones, repetía muchas tomas hasta conseguir meramente la autenticidad de la palabra con las acciones. Esto se prueba no sólo con los personajes humanos, sino con el mismo burro en este filme, mismo que no fue entrenado en absoluto salvo por una escena clave en un circo. Este tipo de sucesos hicieron que la filmación fuera más complicada de lo normal, pero el resultado es de una autenticidad que pocos logran a través de sus historias.

Esa pureza ayuda mucho a Balthazar, pues de alguna forma se convierte en el perfecto protagonista para la visión del director, dejando que el burro seamos todos. Esas cuestiones remiten a ese juego existencialista antes referido, mostrando sin dudar ni un segundo la experiencia humana en su máxima expresión. Es ahí donde el lazo entre sus diversos dueños y las decisiones que toman contrastan para hacernos pensar en la fútil idea de tener control. Pues, como Balthazar, existe esa ilusión pero realmente lo único que queda para considerarnos humanos es el poder entender los sentimientos de unos y otros. Vivir juntos o morir solos, compartir el dolor y las alegrías o simplemente dejarse llevar solitariamente por lo que las condiciones del mundo nos impongan. Eso ofrece un precepto interesante de la filosofía humana.

‘Au Hasard Balthazar’: La vileza humana contra la empatía sublime de los seres más inesperados Video

Siendo el filme uno de los favoritos de Michael Haneke, Au Hasard Balthazar sigue mostrando, como en su momento dijo Jean-Luc Gordard, “el mundo en una hora y media”. Si bien las circunstancias o el contexto social son diferentes ahora a lo mostrado por Bresson en los 60, este drama rural trasciende su propia época gracias a la complejidad dentro de su aparente simpleza. Pero, sobre todo, a esa metáfora del dolor y la crueldad como un factor de redención que busca recordarnos que, a pesar de la vileza humana, también existe la empatía sublime, misma que llega a través de los seres más inesperados, como un pequeño asno que vino, vivió y ganó.