Cronomicón

Cuento de la SOGEM

El nido en el balcón

Esta mañana Paloma se ha terminado de convencer de que algo inusual ha ocurrido en la casa frente a su magnolia. Y es que desde hace cinco días (Paloma ha ido contando las puestas de sol) nadie ha vuelto a salir al balcón. Antes, cuando Paloma era más joven y aún no empollaba su primer huevecillo, no faltaba algún humano que saliera al balcón a espantar a Paloma cuando se paraba sobre el barandal. Algunas veces salía una mujer (la dueña del nido humano, suponía Paloma) a regar las plantas de las macetas. La mayoría de las veces, sin embargo, era una niña flaca, pálida y débil quien salía al balcón y no hacía otra cosa más que quedarse sentada en un camastro a tomar baños de sol hasta que este se ocultaba tras la barranca.

El balcón de esa casa, con su techo amplio y su barandal alto, es el lugar perfecto para construir y resguardar allí un nido, Paloma lo sabe muy bien, es por eso que durante cinco días no le había quitado la vista al balcón y le había pedido ya a su pareja que consideraran construir un nido nuevo allí.

Cuento de la SOGEM, "Nido en el balcón"

Paloma supo que algo estaba cambiando la noche en que le interrumpieron el sueño varias veces. Esa tarde, la niña flaca, más lenta y más débil de lo normal, había salido a despedirse del sol como siempre, pero se había quedado en su camastro por mucho tiempo después del ocaso. Paloma se había quedado dormida viendo a la niña, la despertaron luego los gritos de la dueña del nido humano, quien había salido al balcón esa noche y parecía estar frustrada de ver que la pequeña no se movía. Al poco rato, unas brillantes luces rojas daban vueltas encandilando por turnos la calle, el tronco de la magnolia, el nido de Paloma y luego la casa. De las luces salía un sonido chillante, parecido al canto de un pájaro campanero y Paloma no descansó hasta que todos los humanos salieron de la casa y se metieron bajo las luces rojas, las cuales se alejaron rápidamente con todo y su chillante canto hasta desaparecer tras la barranca.

Los días pasaron. Hace varios atardeceres Paloma vio por última vez a la dueña del nido humano salir al balcón. La mujer no regó las plantas, al contrario, Paloma la vio cortar las flores de todas las macetas y colocarlas dulcemente sobre el camastro vacío, como si estuviera por hacer un nido nuevo. Las piernas de la mujer colapsaron y cayó de rodillas junto a aquel nidito de flores, las cuales regaba con el agua que salía de sus ojos.

Qué triste debe ser carecer de alas, no poder volar, y soportar siempre el peso de vivir en la tierra, reflexionó Paloma, mientras celebraba la promesa de ser madre empollando un par de huevecillos en su nido nuevo, bajo el techo de ese perfecto balcón.

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