
Desde que nació tenía la marca, esa mancha negra que lo perseguiría toda su vida. A su madre se le pasó el tiempo del parto, dicen que su embarazo duró casi un año. Desde que supo que estaba embarazada, Rosa maldijo su vida y odió completamente a su hijo, era el tercero y así como los dos anteriores, nunca fue deseado. Todos fueron accidentes de borrachera y sin padre. Nunca fue al doctor y siguió con su vida nocturna, solo dejó de irse con los clientes cuando la panza ya se le notaba y los hombres se alejaban al verla.
Cuando nació El Chucky en lugar de estar lleno de sangre, su color era negro porque ya llevaba más de nueve meses en la panza. Dicen que sobrevivió de milagro, que un poco más y se mueren los dos, tal vez hubiera sido mejor para él, pero eso no sucedió. Nació lleno de un líquido negro y con extremidades desproporcionadas. Casi no lloró, sus ojos saltones espantaron a las enfermeras, entre ellas decían que tenía una mirada de miedo que estaba marcado.
Sus primeros años sobrevivió con la poca comida que le daban sus hermanos, porque Rosa apenas dejó pasar una semana del parto y volvió al bar, era el único sustento de sus hijos y no podía dejar de trabajar tanto tiempo. Su casa era de lámina, como la de su abuela y sus tres tías que vivían en el mismo predio. Entre árboles frutales y el piso de tierra El Chucky creció y a los 7 años tuvo su primer trabajo. Desde temprano caminaba una hora por la montaña y cuando llegaba a la primera avenida grande se paraba en el semáforo a vender chicles, nunca nadie le dijo nada, ni Rosa, ni su abuela, ni sus hermanos, ni los conductores que pasaban y lo miraban con desdén por la ventana de su auto y a veces le daban dinero o comida o ropa.
Cuando lo intentaron meter a la escuela ya era muy tarde, El Chucky ya había hecho amigos en el semáforo y el gusto por estudiar le duró una semana, así que leer y escribir y sumar y restar eran cosas que él nunca conoció, pero tampoco las necesitaba en su vida diaria.
Cuando tenía 14 años, ya había cambiado de trabajo más de diez veces, de los semáforos se pasó a la basura donde duró algunos años porque ahí trabajaban dos de sus tíos, pasó por vulcanizadoras, ayudante en puestos de mercado, albañil y cargador en la central de abastos hasta que llegó a una tortillería.
Su estatura siempre fue un problema para los trabajos, medir un metro con cuarenta centímetros a los 14 años le complicaba la vida. Desde pequeño su crecimiento fue raro, aunque tenía una cabeza grande, sus extremidades eran pequeñas. Pocas veces había ido al médico de la farmacia y solo por gripa o cosas del estómago, así que nunca supo si era normal ser pequeño o si debió tomar tratamiento. Aunque toda su familia se burlaba de él, su madre le decía que era especial y que eso no se lo iba a quitar nadie.
En la tortillería lo aceptaron porque fue el único que aceptó la paga miserable. Poner la masa en la parte de arriba de la máquina era una odisea, porque además del peso, la máquina era alta, así que se tenía que poner un banquito para tener más altura y colocar el maíz molido. Poco duró ahí, llevaba dos semanas cuando le toco cerrar la tortillería. Tenía que lavar todo y dejarlo listo para el día siguiente. Aunque estaba cansado de la jornada de más de ocho horas y con solo una comida, El Chucky se apuró para salir lo más pronto posible y poder echarse unos tacos de tripa en el camino antes de llegar a casa.
Cuando estaba lavando la máquina, olvidó ponerse el banquito y por instinto la limpió, cuando metió la mano a la parte de arriba no vio que la máquina aún no había parado por completo y las aspas seguían dando vueltas. Lo que pasó después es poco claro para él, recuerda que sintió un dolor profundo y un calor le recorrió todo el cuerpo, como nunca, gritó y se tiró al piso, lo primero que vio fue su mano incompleta y llena de sangre que empezó a escurrir junto con la masa líquida que salía de la máquina, cerró los ojos por instinto y apretó su mano contra su pecho, los gritos siguieron.
Al despertar, estaba en el hospital y tenía la mano vendada. Su hermano estaba a lado, perdiste dos dedos pendejo, fue lo primero que escuchó. El Chucky aún estaba mareado por la anestesia y los medicamentos, no dijo nada, cerró los ojos y se volteó al otro lado de la cama para no ver a su hermano. Las lágrimas corrieron rápidamente y mojaron la almohada, un nudo se le atoró en la garganta y sintió como se hacía grande y le inundaba todo el cuerpo, como si un hoyo negro se lo tragara lentamente. Se quedó dormido profundamente.
Nunca volvió a trabajar en la tortillería, después de ese día lo corrieron. La recuperación le duró poco, porque con el poco dinero que le dieron de indemnización por ser menor de edad y para que su madre no los demandara, El Chucky se compró una moto usada y comenzó a hacer entregas de mandado. El mercado quedaba cerca de su casa y el trabajo era fácil, llevaba costales de verdura o fruta a otros puestos en las colonias cercanas.
Los dedos que se rebanó fueron el medio y el anular de la mano derecha, así que su vida la tuvo que adaptar y acostumbrarse a no tenerlos. Al menos son los que menos se usan, le decía a la gente cuando le preguntaba qué le había pasado. Su abuela en tono de burla le decía; ni escribir sabes, ni te van a hacer falta mijo.
Una tarde las entregas se retrasaron y acabó después de las seis, su amigo Beto que también era repartidor le invitó unas chelas, estaba con más amigos del mercado. Cuando se dio cuenta, ya eran las once y estaba muy borracho, en realidad todos estaban borrachos. Tomó su moto para agarrar camino a casa. Un amigo de Beto que vivía cerca de su casa, le pidió ride, él no se negó, así que se subieron a la moto y se fueron. Ninguno de los dos calculó que la velocidad a la que iban los lanzaría por una de las vueltas hacia la barranca, tampoco calcularon que la caída sin casco le costaría la vida al amigo de Beto y le abriría la cabeza a él.
Cuando despertó en el hospital, no había nadie acompañándolo, su madre había muerto cuando él tenía 9 años y sus dos hermanos mayores ya estaban casados, por esos años él vivía con su abuela que no caminaba por una lesión en la rodilla, así que cuando abrió los ojos lo único que vio fue la cama de enfrente con otro herido. Su cabeza estaba hinchada, varias vendas la cubrían y sentía mucha presión en la frente, la cara le dolía, pero nunca se la vio hasta que salió del hospital, cuando llegó a su casa, lo primero que dijeron su tías y primos fue “Ya llegó El Chucky” seguido de risas que duraron varios días hasta que se acostumbraron a su rostro y les dejó de parecer gracioso.
En el accidente se había abierto la cabeza de la parte superior izquierda hacia la frente y la nariz donde se le veían las marcas de las suturas que le habían hecho para “salvarlo”, por supuesto no fueron operaciones estéticas ni cuidadas, las cicatrices le quedaron y las líneas que atravesaban su cara se hicieron gruesas y duras, haciéndolo parecer enojado y en algunas ocasiones causaba miedo.
Cuando se recuperó volvió al mercado, la familia de su acompañante le reclamó varias veces, lo culpaban de su muerte y que había dejado a dos hijos y a su esposa de 19 años. El Chucky no se sentía culpable, cuando se veía al espejo pensaba que hubiera preferido morirse igual y no tener que ver su cara desfigurada todas las mañanas. Tampoco le gustaban las miradas de asco y de lástima de la gente, aunque su estatura le ayudaba para no tener que ver casi a nadie a la cara y todo era más fácil. A las burlas de su familia se acostumbró, pero cuando alguien desconocido quería hacerle una broma de su aspecto, se enfurecía y su cuerpo se incendiaba por dentro. De ahí agarró lo agresivo, se peleó muchas veces y siempre cargaba un tubo de metal por si se ocupaba.
A los 19 años conoció a Pechi, también trabajaba en el mercado y la había visto varias veces antes de hablarle. Pensó que no aceptaría ir por tacos con él, pero para su sorpresa, ella le dijo que sí. Salieron por un tiempo hasta que se fueron a vivir juntos, Pechi quería salirse de su casa porque ya no soportaba a su padrastro borracho que por las noches “visitaba su recámara” y aunque su mamá sabía, no hacía nada. Así que cuando El Chucky le propuso irse a vivir juntos, ella aceptó sin dudarlo. No le gustaba y su cara le daba asco, pero mejor eso a seguir soportando a su padrastro todas las noches.
Al poco tiempo quedó embarazada y dejó de ir al mercado, se acostumbró a quedarse en casa, que en realidad era un cuarto de lámina a lado de la casa de la abuela del Chucky, y también se acostumbró que El Chucky llegara borracho al menos cuatro días por semana. A veces llegaba y se dormía rápido y eso lo agradecía Pechi, pero cuando llegaba agresivo se desquitaba con ella y las noches terminaban en golpes o cogidas dolorosas. Ella prefería eso a soportar a su padrastro que además de tocarla, era alcohólico y le pegaba a su mamá y a sus hermanos.
Cuando nació Juan, El Chucky tuvo un sentimiento extraño, a él su mamá nunca lo abrazó, a su padre ni siquiera lo conoció y con sus hermanos nunca tuvo momentos de amor, los golpes y las groserías eran lo único que él conocía. Se empezó a ausentar más de la casa y Pechi lo prefería, con que le llevara dinero a la semana y no le dijera nada, ella podía vivir tranquila.

Los días que llegaba a dormir en su casa, El Chucky llegaba borracho y a veces muy alterado, Pechi y su abuela lo regañaban y le decían que no se metiera mierdas, que tomar estaba bien, pero meterse mierdas ya era otra cosa. Él las ignoraba y se ponía a ver la televisión mientras fumaba y se quedaba dormido en el sillón, fundido en su hoyo negro.
Lo que pasó después, nadie lo tiene claro, El Chucky desapareció y no llevó dinero a casa en dos semanas, su teléfono estaba apagado y aunque su abuela y Pechi lo buscaron, nadie sabía de él. Lo único que se enteraron por Beto que seguía trabajando de repartidor, era que el Chucky llevaban meses de no ir al mercado y que alguien le había dicho que lo vieron con La Maña.
Pasaron un mes sin saber nada de él, nadie lo reportó como desaparecido, creían que iba a aparecer en cualquier momento y para qué hacer tanto rollo de ir a la policía. Un día Pechi recibió una llamada de Beto, cuando contestó lo primero que le dijo fue; encontraron al Chucky, córrele, estamos afuera del Soriana. Ella supo que algo andaba mal, porque Beto no dijo más y colgó, ni siquiera dio tiempo a que ella le respondiera y su voz estaba alterada. Cargó a Juan, le gritó a la abuela del Chucky y las dos salieron corriendo de la casa y tomaron el primer taxi que vieron. Cuando llegaron al Soriana ya estaba lleno de policías y cintas acordonando el lugar, entre la gente se abrieron paso y cuando llegaron al centro ahí estaba El Chucky.
Pechi dio un grito desgarrador y se tiró al piso con Juan, su abuela corrió a abrazar la cabeza del Chucky que estaba tirada a lado de un basurero llena de moscas, no tenía cuerpo, solo la cabeza. Los brazos y las piernas estaban tiradas alrededor, parecía un rompecabezas humano al que le faltaba el torso. ¡Lo descuartizaron!, gritaba Pechi, ¡Lo descuartizaron!
La gente no decía nada, solo se quedaron mirando el espectáculo de sangre y moscas volando arrebatadamente, se peleaban las poses en las partes del cuerpo, era un festín, para ellas y para los espectadores a los que los charcos de sangre y los pedazos de cuerpo ya no los espantaban.
Su abuela abrazó la cabeza que estaba llena de sangre, hinchada y con moretones, le acarició el rostro con ternura, nunca alguien lo había acariciado de esa manera, lo besó en la frente antes de que los policías la quitaran de ahí porque era escena del crimen. No había mensajes y el torso tampoco estaba, decían que su muerte estaba relacionada a grupos criminales, quién más podría descuartizar a alguien y tirarlo afuera de un supermercado para que toda la gente lo viera a plena luz del día.
Los policías les dijeron que tendrían que reclamar el cuerpo o las partes del cuerpo, pero que antes tenían que hacer una “investigación”. Pechi y su abuela se fueron a casa y no dijeron más, en el camino compraron flores y una veladora que prendieron al llegar a casa. Nunca fueron a reclamar el cuerpo por miedo a que les hicieran algo, allá todo se sabe y si El Chucky las debía, con ellas se lo cobrarían. Los pedazos del Chucky siguen congelados en la morgue y el torso nunca apareció.