Jalisco

Trump aseguró que el ataque fue “cinético”, un término que expresa la fuerza bruta de un proyectil antes que la diplomacia de una mesa de negociación

Trump, el ataque en el Caribe y la nueva escalada contra Maduro

Salvador Cosío Gaona

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acompañado por su secretario de Estado, Marco Rubio, anunció este martes lo que calificó como un “ataque letal” de sus fuerzas armadas contra una embarcación que transportaba drogas desde Venezuela en aguas del Caribe. Se trató de un operativo militar que, según la Casa Blanca, dejó un saldo de once muertos, identificados como integrantes del grupo criminal Tren de Aragua.

Lejos de ser un hecho aislado, este episodio es parte de la creciente tensión entre Washington y Caracas. Con buques de guerra desplegados en la zona y una retórica que sube de tono semana tras semana, el Caribe vuelve a ser escenario de confrontación geopolítica.

Trump no recurrió a eufemismos. Aseguró que el ataque fue “cinético”, un término que expresa la fuerza bruta de un proyectil antes que la diplomacia de una mesa de negociación. El golpe, explicó, se dirigió contra “narcoterroristas” que transportaban estupefacientes hacia Estados Unidos.

La mención al Tren de Aragua no es casual. Esta organización delictiva, surgida en cárceles venezolanas y hoy con ramificaciones en toda Sudamérica, es símbolo del deterioro institucional de Venezuela y del amparo que el régimen de Nicolás Maduro ha dado —por acción u omisión— al crimen organizado. Catalogarla como grupo narcoterrorista abre la puerta a justificar acciones militares directas, sin pasar por tribunales ni acuerdos multilaterales.

Trump, fiel a su estilo, aprovechó para presentarse como el hombre fuerte que protege a su país. Publicó el anuncio en su plataforma Truth Social con tono triunfalista, reivindicando la acción como un logro en la lucha contra los enemigos de América. Lo cierto es que, cada operación de este tipo le sirve como muestra de músculo, refuerza la narrativa de autoridad y alimenta la imagen de un líder que no vacila en ordenar disparar.

La reacción de Caracas tampoco sorprendió. Maduro repitió el libreto conocido: denunció agresión imperialista, acusó a Washington de manipulación y presentó a Venezuela como víctima del intervencionismo. Pero, puertas adentro, la percepción es distinta. En los barrios castigados por la violencia del Tren de Aragua y otras mafias, crece la idea de que el régimen es incapaz de frenar a estas bandas. Esa contradicción erosiona aún más la legitimidad chavista.

Así, el choque entre Trump y Maduro se convierte en un juego de espejos. El estadounidense se enarbola como defensor de la seguridad regional y el venezolano como caudillo que resiste al imperio. Ambos, en realidad, se retroalimentan: uno gana réditos políticos en su electorado y el otro encuentra justificación para endurecer la represión interna.

El verdadero riesgo radica en las consecuencias regionales. Un ataque en aguas internacionales, con saldo mortal, sienta precedente. Puede abrir la puerta a acciones cada vez más audaces de parte de Washington, con la consecuente respuesta de Caracas y sus aliados. Para América Latina, el escenario no es menor: gobiernos cercanos a Estados Unidos verán en el operativo un ejemplo de determinación contra el crimen transnacional, mientras que otros lo interpretarán como una amenaza de intervencionismo que revive fantasmas del pasado.

¿Será efectiva esta estrategia? La historia sugiere cautela. Golpes militares contra líderes criminales no necesariamente desmantelan organizaciones; muchas veces las radicalizan o las dispersan. Además, ofrecen al chavismo argumentos para reforzar su narrativa de resistencia. En cambio, lo que sí logra Trump es instalar el tema en la agenda internacional y consolidar su liderazgo interno de cara a las urnas.

El Caribe vuelve a ser tablero de poder. Antes lo fue por las colonias, luego por Cuba y ahora por Venezuela. Washington, decidido a cortar las rutas de narcotráfico, no oculta su disposición a usar la fuerza. Caracas, debilitada económicamente, solo tiene como escudo la propaganda política.

En medio, queda América Latina. Entre el rugido de las armas y la manipulación de discursos, los pueblos enfrentan la incertidumbre de un conflicto que mezcla crimen, geopolítica y ambición de poder. Los once muertos del ataque no son únicamente víctimas de un operativo militar; son también la muestra de hasta dónde está dispuesto Trump a llevar esta nueva escalada.

Y lo cierto es que, mientras uno y otro capitalizan la confrontación, las consecuencias se extenderán mucho más allá de las aguas del Caribe.

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