
Imagina que hace 10 años publicaste una foto donde estabas “de fiesta” en Facebook, sin pensar mucho en ella. Hoy aplicas para un puesto de trabajo y de pronto, esa foto vuelve a circular en grupos o incluso aparece en la primera página de Google al buscar tu nombre; o tal vez compartiste un comentario en Twitter (hoy “X”) que hoy sería políticamente incorrecto y alguien lo rescata para cuestionar tu reputación. Borraste la publicación, sí, pero el internet ya no lo olvida.
Esa es la realidad de lo que llamamos huella digital. No es un concepto abstracto, es el rastro de todo lo que compartimos en línea: fotos, videos, ubicaciones, compras en línea, comentarios y hasta likes; y no se limita a lo que publicamos de manera consciente. Existe también la huella pasiva, que son los datos que las plataformas guardan de nosotros sin que lo notemos, desde sitios que visitamos, hasta cuánto tiempo pasamos viendo un video o que productos agregamos a un carrito de compras.
Lo más interesante e inquietante es que esta huella no desaparece con un simple “eliminar”. Una foto borrada puede seguir en servidores, un tuit eliminado puede quedar en capturas de pantalla, y los historiales de navegación rara vez se borran del todo; la red, como una memoria infinita, guarda lo que compartimos… incluso cuando queremos olvidarlo.
En México, tenemos una Ley que reconoce derechos como el acceso, rectificación, cancelación y oposición de datos, me refiero a la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de los Particulares. Pero hay límites, no existe como tal un derecho al olvido como en Europa, donde desde el caso de Mario Costeja contra Google (2014) se estableció que cualquier ciudadano puede pedir que su información sea eliminada de los buscadores si ya no es relevante. En Estados Unidos, en cambio, la tendencia ha sido opuesta, pues la libertad de expresión suele prevalecer por encima del derecho a desaparecer digitalmente.
Como abogada, me preocupa que seguimos confiando demasiado en la ilusión de que lo digital se borra, pero la realidad es que borrar no significa desaparecer. Las víctimas que buscan limpiar su imagen digital se enfrentan a un camino desgastante pues involucra contactar plataformas, denunciar enlaces, explicar una y otra vez por qué ese contenido les causa daño mientras que viven el golpe a su reputación, trabajo o vida personal.
No es exagerado decir que internet se ha convertido en un archivo eterno, y que a veces funciona como un tribunal implacable que juzga no solo lo que hiciste ayer, sino lo que fuiste hace años, aquí es donde me pregunto: ¿Debería el Derecho protegernos de ese archivo? Yo pienso que si, porque todos tenemos derecho a cambiar, a crecer y sobre todo a dejar atrás errores del pasado. El detalle está en que hoy la Ley mexicana aún no está diseñada para dar esa oportunidad de “borrón y cuenta nueva” digital.
Por eso, estoy convencida de que el Derecho debe dejar de actuar como simple observador pasivo y empezar a ser un verdadero árbitro que proteja a la ciudadanía frente al archivo eterno que es internet.
A veces me pregunto si no hemos sido demasiado ingenuos al confiarle a la red lo más íntimo de nosotros mismos… nos acostumbramos a publicar con ligereza sin pensar que cada clic puede convertirse en un espejo del que después no podamos escapar.
Todos tenemos derecho a equivocarnos y a evolucionar, pero la pregunta es: ¿Qué tan justo es que internet nos condene de por vida por un error del pasado? Creo que ahí es donde el Derecho debe devolvernos la posibilidad de escribir nuevas versiones de nuestra historia.
Al mismo tiempo, creo que también tenemos que ser conscientes de que nuestra huella digital es, en parte, nuestra responsabilidad y con decir esto me refiero a que no se trata de vivir con miedo a internet, sino de asumir que cada publicación es como una piedra lanzada: aunque no quieras, el impacto queda.
Internet nunca olvida, pero el Derecho sí puede y debe ayudarnos a decidir qué merece permanecer y qué no. Porque borrar no significa desaparecer, y el Derecho no puede quedarse rezagado en esta batalla por nuestra memoria digital.
Desde Derecho en Perspectiva, insisto en que tu imagen digital es parte de tu identidad, y defenderla es defender tu derecho a escribir tu propia historia.