Jalisco

Posibilidad de una crisis financiera silenciosa: sin quiebras espectaculares, pero con impagos acumulados, confianza debilitada y capital huyendo a lugares con menos riesgo climático

Finanzas para todos. El pasivo que no aparece en balances: riesgos climáticos que bancos latinoamericanos aún ignoran

El 15 de abril, un informe del Banco de México reveló algo inquietante: las temperaturas extremas no solo reducen los rendimientos agrícolas, también elevan la morosidad de créditos firmados apenas unos años atrás. Ese día muchos banqueros entendieron que el clima ya no espera a las políticas: ya está cobrando. Lo preocupante es que no se trata de un accidente aislado, sino de una advertencia de que bajo la superficie de los balances corre una deuda silenciosa que casi nadie reconoce.

En el pasado, las pérdidas eran visibles. El Niño en los ochenta, las sequías en Centroamérica en los noventa: cosechas arrasadas, aldeas inundadas, daños claros e inmediatos. Hoy el golpe es más discreto. Fincas que dejan de producir lo prometido, créditos concedidos bajo la ilusión de climas estables, ofertas financieras que no contemplan un futuro seco. Las instituciones ya no ven el riesgo hasta que se vuelve irreversible.

Esto importa más allá de la agricultura. Estudios muestran que días de calor extremo elevan la morosidad agrícola y arrastran al sector comercial en regiones rurales (Aguilar-Gómez et al.). El Banco de México estima pérdidas de hasta 35 % del PIB hacia fin de siglo si no se actúa. Son deudas que ya aparecen en pólizas de seguro más costosas, en hogares sin protección, en bancos que retiran líneas de crédito cuando el incumplimiento ya es inminente.

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El problema revela una tensión estructural: lo que la naturaleza exige contra lo que el sistema financiero valora. La regulación ambiental aún no obliga a medir ni prevenir riesgos climáticos de manera seria. En la “Sustainable Banking Assessment” de WWF, de 22 bancos en seis países latinoamericanos, solo seis reconocen riesgos ambientales y apenas dos se han comprometido a emisiones netas cero. Se siguen aprobando créditos como si el clima no importara, como si las tormentas y las sequías pudieran ignorarse con una firma.

Si esto continúa cinco o diez años más, los bancos medianos podrían descubrir que gran parte de su cartera agrícola es incobrable. Las aseguradoras abandonarían regiones enteras. Los hogares más pobres absorberían solos cada ola de calor y cada inundación, mientras las tasas suben para compensar riesgos que nadie previó. Sería una crisis financiera silenciosa: sin quiebras espectaculares, pero con impagos acumulados, confianza debilitada y capital huyendo hacia lugares con menos riesgo climático.

Algunos ya reaccionan, aunque de forma desigual. El Banco de México ha integrado modelos espaciales para analizar riesgos físicos con mayor realismo. WWF impulsa transparencia en emisiones y políticas de deforestación cero. Algunos fondos de desarrollo financian seguros agrícolas climáticos e infraestructura resiliente. Pero estas iniciativas siguen siendo la excepción, no la norma.

Reconocer la deuda invisible del clima no es solo un reto técnico o financiero. Es un acto de respeto hacia quienes ya viven pérdidas que los balances ignoran. Porque lo que hoy parece una cifra fría mañana será memoria, herida y advertencia para un sistema financiero que decidió mirar hacia otro lado.

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