“No tuve hijos para dejarlos en una guardería” o “Yo decido quedarme en casa con mis hijos” son posturas cada vez más repetidas en las redes sociales. Opciones que no son viables para todas, en las que la vida de ama de casa y mamá de tiempo completo se plantea como un espacio de realización.
Durante casi todo el siglo XX, las mujeres feministas del mundo reivindicaron su derecho a trabajar y recibir igual salario por el mismo trabajo que sus contrapartes masculinas. Con la entrada en el siglo XXI, la preocupación se enfocó en evidenciar que, a pesar del aporte de las mujeres en los ingresos domésticos, sus cargas en el hogar y los cuidados no disminuyeron. La lucha entonces se amplió hacia la exigencia de políticas públicas que garantizaran la participación del Estado y el involucramiento de los varones en estas tareas.
Este reclamo busca que las mujeres tengan la posibilidad de disfrutar de un ingreso propio, aportar recursos al hogar e, idealmente, la realización personal a través del ejercicio de una profesión o trabajo, mientras las tareas domésticas y el cuidado se comparten con el resto de la familia. En el 2020, esta aspiración era una parte fundamental de la agenda de las mujeres y también de muchos hombres que querían compartir más tiempo con sus familias.
Con el confinamiento por la Covid-19 y la permanencia en casa, comenzaron a popularizarse influencers que promovían aspiraciones inalcanzables de maternidades perfectas con regímenes de lactancia muy puristas, producción de alimentos desde cero, educación en casa de nivel profesional y dedicación total a la vida familiar y las infancias. Un estilo de vida peligrosamente parecido a los comerciales de la postguerra norteamericanos, cuyo propósito fue retornar a las mujeres al ámbito privado.

Por inalcanzable, pareciera tentadora la posibilidad de quedarse en casa a cuidar a los niños y hornear pay de manzanas recolectadas en el propio huerto. Retornar al esquema del hombre proveedor y ser una “esposa tradicional” (trad-wife), según el nombre de esta tendencia en redes sociales y foros de internet.
Aunado a esta tendencia cada vez más en auge, hay un descenso en la natalidad a escala mundial. En México, de acuerdo con el Inegi, las mujeres han pasado de tener más de seis hijos en los años sesenta a menos de dos en la actualidad. En algunos sectores conservadores se vuelve a plantear la pregunta que creímos superada: ¿podemos cumplir con la función biológica y divina que se nos ha asignado para ser madres y, al mismo tiempo, trabajar por un salario? ¿No sería mejor que nos dejáramos de tonterías y retornemos a lo de antes? Pareciera que el problema es, como siempre, el egoísmo de las mujeres que pretenden anteponer su desarrollo profesional a la maternidad y a la crianza de tiempo completo, o simplemente una cuestión electiva.
La concurrencia de las tendencias trad-wife y natalistas ignora el hecho de que la mayoría de las familias no puede vivir con un solo salario, tampoco se habla de la precarización del trabajo, los bajos sueldos y la crisis de vivienda.
La fantasía de este modelo de vida idealizado oculta de la vista que los matrimonios no duran para siempre; que las mujeres que dependen económicamente de sus esposos son más vulnerables al maltrato, al quedarse en relaciones violentas, y que resulta muy difícil recuperar una vida profesional interrumpida.
*Mariana Espeleta Olivera y Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte, académicas del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO