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Las bibliotecas son refugios

Estimados lectores, como siempre, es un enorme gusto saludarles. Hoy tengo mucho que compartir, especialmente lo vivido en la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Fue una edición vibrante: grandes presentaciones, el lanzamiento de nuevas obras y, entre tantas noticias, una que emocionó a todos los presentes: la FIL prepara una celebración extraordinaria para su edición número 40, con Italia como Invitado de Honor bajo el lema “Il mondo ci parla come un grande libro” (“El mundo nos habla como un gran libro”).

Durante este encuentro, el Dr. Abraham Mendoza Andrade, Rector de la Universidad Panamericana, Campus Guadalajara. Tomó un espacio para reflexionar sobre el cierre de la FIL. Confesó que, aunque el evento había concluido, él seguía pensando en todo lo que nos dejó. Y compartió una frase que resonó profundamente: “las bibliotecas son un refugio”.

En sus palabras, la FIL es una gran fiesta: una celebración de la información, el conocimiento y la cultura, llena de energía, conversaciones e historias. Pero cuando la fiesta termina, las bibliotecas permanecen ahí, en silencio, esperándonos. Sin prisa, sin juicio, sin exigencias. Son ese espacio donde uno puede pensar, preguntarse, reencontrarse y descubrir —o recordar— que no está solo.

El Dr. Mendoza concluyó con una imagen poderosa: la FIL es la fiesta del libro; la biblioteca, la casa a la que volvemos cuando todo se calma. La invitación quedó hecha: volvamos la mirada hacia nuestras bibliotecas y permitamos que ese refugio haga su trabajo.

Las bibliotecas como refugio

Dicen por ahí que, si las paredes hablaran, conoceríamos historias inimaginables. Ahora bien, ¿qué pasaría si hablaran las paredes de una biblioteca? Cuántas vidas, descubrimientos, consuelos y transformaciones tendrían para contarnos.

Me gustaría iniciar este apartado afirmando que, efectivamente, las bibliotecas son un refugio. No solo del conocimiento —para quienes buscamos estar cerca de él—, sino también un refugio social y, quizá, el espacio más democrático que existe (para todos). Para mí, la biblioteca ha sido un refugio en cada etapa de mi vida.

En mi infancia, la biblioteca fue una máquina del tiempo. A través de los libros conocí la historia del mundo, viajé a conocer Abraham en la Edad del Bronce, caminé junto a un Jesús del siglo I, recorrí la Grecia clásica, el Imperio romano y la historia de México. Forjé personajes favoritos y, sin darme cuenta, adquirí herramientas para comprender mejor el mundo que me rodeaba.

En mi juventud, la biblioteca se convirtió en mi fuente primaria de información científica. Me acercó al pensamiento crítico, a la ciencia, a la política y al contexto en el que vivía. Fue compañera constante durante mi formación universitaria: un lugar para concentrarme, relajarme y reflexionar. Un refugio cuando había problemas en casa, cuando faltaban recursos, cuando internet no estaba al alcance. La biblioteca suplió todo eso con dignidad y generosidad.

Hoy, sigue siendo mi refugio, pero también se ha transformado en algo más. La veo como un fuego que enciende la posibilidad de transformar el mundo a través del conocimiento. Como un caleidoscopio que nos permite observar distintas perspectivas y descubrir nuevas formas de interpretar la realidad. La veo también como un espejo: un lugar donde nuestras ideas se reflejan y dialogan con los pensamientos de otras épocas. Es fascinante observar cómo los filósofos de la Antigüedad buscaban explicar la vida misma: Isócrates y su concepto de paideia; Sócrates, Platón y Aristóteles con las virtudes cardinales —prudencia, justicia, fortaleza y templanza—; y Jesús, con las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad—, que orientan la existencia hacia la trascendencia.

Hoy nos encontramos en la cúspide del conocimiento científico, de la información y de la tecnología. Sin embargo, las preguntas esenciales permanecen. ¿Siguen siendo útiles las bibliotecas? Mi respuesta es un rotundo . Más que nunca. Siguen vivas, necesarias y profundamente vigentes.

El desafío contemporáneo: información y criterio

Vivimos en una época que exige verificar la información que consumimos y compartimos. Las bibliotecas no solo resguardan conocimiento: nos enseñan a procesarlo, comunicarlo y transformarlo en sabiduría. En la vida cotidiana, un ejemplo de esto es la aplicación de los tres filtros de Sócrates antes de hablar o compartir algo: La verdad: ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decir es cierto?; La bondad: ¿Es algo bueno lo que vas a decir?; La utilidad: ¿Será útil lo que vas a decir? Si aquello que deseamos comunicar no es verdadero, ni bueno, ni útil… entonces, ¿para qué decirlo? A ello se suma la responsabilidad permanente de verificar la información que manejamos y compartimos, un ejercicio que hoy es más necesario que nunca.

Estimados lectores, hasta aquí mi reflexión de hoy. Les agradezco profundamente permitirme llegar a ustedes a través de estas palabras, abrirme un espacio para compartirme y para reencontrarnos juntos en este refugio común que es la lectura.

Pido a Dios que me permita seguir compartiendo temas que nacen desde el corazón y desde la mente. Me despido deseándoles que crean siempre, que nunca pierdan la esperanza ni los sueños —porque sí se cumplen—, y que busquen ese rayo de luz que ilumine sus días, los haga sentirse amados y les arranque una sonrisa.

Y si ese rayo de luz no aparece afuera, búsquenlo dentro de ustedes. Porque ustedes mismos son su primera fuente de brillo: suficiente para iluminar su propio camino… y quizá el de alguien más. Con profunda estima y admiración, hasta la próxima.

Jorge Alejandro Peña Landeros

*Jorge Alejandro Peña Landeros / Director de Biblioteca / Universidad Panamericana (UP)

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