¿Qué significa el término “incel”?
El término incel, originalmente un especio diseñado para compartir la soledad, ha sido ahora asociado a radicalizaciones que trascienden el teclado. Se cuenta que Lex participaba en un grupo llamado “Farmacia curincel”, con más de 4 mil miembros, un refugio colectivo para quienes se sienten excluidos por su incapacidad aparente de concretar relaciones afectivas o sexuales.
Especialistas apuntan que esta subcultura no es aislada: reconoce códigos (chad, foid, Stacy, Becky, normie…), jerga específica, niveles… los más extremos abrazan lo que llaman “black pill”, una visión nihilista del mundo afectivo que descarta toda posibilidad de cambio o contacto.

El caso de la soledad que albergaba a Lex Ashton “N”
Eran las primeras horas de la tarde del 22 de septiembre cuando algo más oscuro que la sombra del edificio IM en el CCH Sur se hizo presente. Un joven de 19 años, Lex Ashton “N”, saltó del tercer piso: un gesto desesperado, una huida. Adentro, ese mismo instante, Jesús Israel, estudiante de 16 años, perdió la vida tras recibir heridas de arma blanca. También resultó herido un trabajador, testigo del desenlace.
La escena se borda ahora con preguntas que nos obligan a mirar más allá del hecho: ¿qué papel juega lo que sucede en la intimidad de un usuario en redes sociales y foros de internet? ¿Puede un odio larvado volverse acto? En el perfil virtual de Lex han revisado posteos sin amigos, fotos en penumbras, atuendos negros, cubrebocas, frases que parecen salidas de un diario que se alimenta de rencor.

Una de esas expresiones: “Escoria como yo tiene la misión de recoger la basura”. Y otra, más brutal: “Estoy harto de este mundo, nunca he recibido el amor de una mujer… los chad pueden disfrutar de las foids…” Con jerga que proviene de comunidades incel “involuntary celibates” donde el aislamiento, la ausencia de vida social, el rechazo romántico se traducen en acosados discursos de odio.
Hay algo que no podemos ignorar: el contexto. Jóvenes que crecieron entre pantallas, testimonios de soledad real durante la pandemia, expectativas de género que pesan como mandatos, rechazo social que puede ser silencioso pero letal.
Este incidente en CCH Sur una tragedia irreparable que parece conectarse con horizontes más amplios de violencia simbólica: comunidades virtuales donde la frustración se convierte en odio, donde el aislamiento no es vivido sino alimentado. No se trata solo de castigar lo visible, sino de mirar lo invisible, los discursos que deshumanizan, los ecos que se llevan a actos extremos.