
Sombreros y percha blanca protagonizaron los primeros cinco kilómetros de la marcha de este sábado 15 de noviembre. En el Ángel de la Independencia, punto de partida, la convocatoria reunió a los dolientes y dignos marchantes en legado de Carlos Manzo, algunos batas blancas del sector Salud y unas cuantas Jolly Roger que asomaron tímidamente. En pulcra paz avanzó el cortejo, encabezado por doña Raquel, abuela del finado edil de Uruapan, pero lo que comenzó como un hondo reclamo de paz y justicia, dirigido a los oídos del oficialismo, degeneró rápidamente en violencia, rabia e ira mal canalizada.
Muros de metal dirigieron el caudal de cólera, como acequias de la protesta hacia el corazón del zócalo capitalino, la bandera monumental vio cómo la vanguardia blanca de Carlos Manzo frenó de golpe ante una barrera negra, cientos de jóvenes tomaron la plaza de la Constitución y llamaron a derribar el vallado, fiera faena la que se libró a las puertas de Palacio Nacional cuando la masa se dispuso a echar abajo el muro.
Con tamborileros en segunda línea, tragahumos para ahogar latas de gas en galones de agua y capitanes que, con altoparlantes y radios, coordinaban la arenga y carga general, la hasta entonces pacífica protesta fue devorada por un torbellino de caos y arrebatos violentos; picas, palos, cadenas, jaloneos, rocas y golpes contundentes hicieron aquello para lo que fueron conjurados; tras una hora y media de refriega, las soldaduras que unían los muros de frío metal finalmente se quebraron. Sobre la sección central del vallado, de frente a Palacio, el hierro chilló y un boquete se abrió, fue la brecha en la muralla que comprometió toda la coraza.
Gas pimienta y lacrimógeno ahogaron a la turba, rocas lapidaron a los oficiales, a los “Ciclones”, pero nadie se detuvo, y sobre las 13:45 h, otra llaga se creó. En la esquina sureste de la casa del Ejecutivo, el edificio vecino de la SCJN fue testigo de un boquete más, los jóvenes habían dejado todo el flanco izquierdo de Palacio Nacional al descubierto.
Cargas y gas, cargas y gas, el modus se repite, los oficiales luchan por guardar la formación mientras empujan a los blandientes de Jolly Roger, centennials o no, todos están aquí. Las enseñas anarcas y banderas mexicanas enlutadas revisten a los que ahora se asumen potenciales asaltantes, prospectos para emular la toma de la casa de gobierno en Morelia. En tanto, la retaguardia policiaca refuerza los portones de Palacio, mole de tezontle y cantera que corona sus almenas con elementos del Ejército, desarmados, pero atentos a las escaramuzas.
La batalla se prolonga, la fatiga hace mella tras el pesado equipo antimotines, los elementos de la SSC no tienen relevos, resisten hasta que ya no.
Son las 14:15 h y dos figuras emergen del trecho de valla que sigue en pie: sobre la sección noreste, dos oficiales alzan las manos en ademán de paz; acto seguido de bulla y arenga, la masa lo consiguió, celebra pero sigue empujando.
Una tregua asiste por espacio de media hora, parte de los colectivos que inauguraron la jornada, gente mayor que viste de blanco y lleva sombrero por El Movimiento de Uruapan, corre a la primera línea, hacen de mediadores entre Turba y Ley, unos despotrican, otros reclaman, muchos piden al uniformado dar paso franco a los portones pues ellos también son pueblo.
Efímera la pausa para tomar aliento, sigue el granizo pétreo, las rocas vuelan, el calor sofoca y atiza la rabia. La violencia estalla de nuevo.
Tiempo muerto que ha dado pie a juntar pertrechos, más lacrimógeno emana de entre la formación testudo de los azules, la masa negra retrocede, cohetones y más rocas refuerzan la acción. Poca visión, zumbido en los oídos, molesta resequedad en ojos y garganta, ceguera a fuerza de lágrimas y picor.
La plaza comienza a vaciarse, la luz del sol ahora hiere en diagonal y el cerco comienza a estrecharse, la mole negra pierde números y el gas sale a escena cada vez más seguido. De carga en carga o de amenaza en amenaza, los policías empujan a los retazos de la marcha; la jornada termina sin el asalto por algunos imaginado, pero también sin el honor y la legalidad por otros anhelado. Causas justas y legítimas que se marchitan a la luz del único lenguaje que destruye entendimientos y mina confianzas.