
Un reportaje publicado por The New York Times, basado en entrevistas con cinco miembros del Cártel de Sinaloa, ofrece una mirada al funcionamiento interno de una de las redes criminales más poderosas de México y su capacidad para adaptarse frente a la presión de los gobiernos mexicano y estadounidense.
Los informantes anónimos detallan cómo el cártel ha cambiado su forma de operar debido a la ofensiva del gobierno de Donald Trump y la colaboración con México.
En lugar de enviar grandes cargamentos, ahora prefieren transportar cantidades menores para reducir pérdidas y evitar detectores.
Uno de los métodos descritos consiste en rociar los paquetes de fentanilo con un líquido con olor a cloro para engañar a los perros rastreadores y envolverlos en papel carbón para burlar los rayos X.
Estos cargamentos, que pueden pesar alrededor de seis kilos y alcanzar un valor de hasta 90,000 dólares, se ocultan en compartimentos especiales dentro de vehículos, que varían en cada operación para evitar ser descubiertos.
El trayecto desde Culiacán hasta la frontera norte está cuidadosamente coordinado, el conductor va escoltado por otro vehículo con “halcones” encargados de detectar retenes o la presencia de fuerzas militares. La ruta alterna entre autopistas y caminos de tierra, y en al menos cuatro puntos de control entre Sinaloa y Sonora se pagan sobornos a soldados mexicanos para garantizar el paso.
Incluso en la frontera con Estados Unidos, existen complicidades. Según el reporte, un agente de la Patrulla Fronteriza habría aceptado permitir el paso del cargamento, aunque en esta ocasión una alerta obligó a suspender la operación y el fentanilo tuvo que esperar tres días en Nogales, México, antes de continuar su viaje.
Aunque la mayoría de los miembros entrevistados no mostraron remordimiento por el impacto del fentanilo en Estados Unidos, uno de ellos, con antecedentes de adicción y heridas de bala, expresó pesar y calificó esta droga como la causa de una “maldita guerra”. Sin embargo, el temor a represalias del cártel le impide abandonar la organización.
Las autoridades estadounidenses, incluida la Administración para el Control de Drogas (DEA), coinciden en que esta red criminal tiene un alcance profundo y sofisticado. Su capacidad para adaptarse y persistir pese a la presión hace que su desmantelamiento sea una tarea sumamente difícil.