
Cuando María Branyas nació, en 1907, la esperanza de vida en el mundo era de 45.6 años, el Titanic no se había construido, Albert Einstein todavía no había publicado su Teoría de la Relatividad General y faltaban seis años para que estallara la Primera Guerra Mundial. Cuando murió, en 2024, la esperanza de vida promedio en el mundo era de 75 años, la Academia Sueca premió con el Nobel de Física a los precursores de la Inteligencia Artificial y el mundo conmemoró el 79 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
En total, la que fuera en su día la persona más longeva del mundo vivió 117 años y 168 días. Pero lo asombroso no fue sólo que fuera capaz de vivir cuarenta años más que un anciano, sino que lo hiciera con la mente lúcida, tanto como para recordar que esquivó la gripe española cuando era niña, que nunca padeció enfermedades graves, pues no tuvo problemas de corazón, cáncer, demencia u otras patologías graves, y que sobrevivió tras contagiarse de Covid a los 113 años, sin apenas presentar síntomas y con un recuperación asombrosa, al extremo que ella misma pidió que su caso estuviera al servicio de la ciencia.
“Por favor, estúdienme”

El doctor Manel Esteller, catedrático de genética de la Universidad de Barcelona, recuerda el gesto conmovedor de la anciana, que poco antes de morir, el pasado verano en su casa de la ciudad catalana de Olot (noreste de España) le dijo: “Por favor, estúdienme”.
Este gesto voluntario permitió que Esteller y su equipo realizara el estudio más completo jamás hecho sobre una supercentenaria. Gracias a su generosidad, los científicos pudieron analizar muestras de sangre, saliva, orina y heces para investigar los secretos de su longevidad excepcional.
El resultado, publicado este miércoles en la revista Cell Reports Medicine, concluye que María Branyas “se ganó la lotería genética” y, sin ser consciente de este don, supo administrar esta excepcional riqueza biológica llevando una vida saludable a lo largo de toda su vida: no fumaba, no bebía alcohol y seguía una dieta mediterránea regada con aceite de oliva.
Cuando el equipo que la investigó realizó un estudio de sus genes, su metabolismo y el sistema inmunológico, hallaron varios datos asombrosos:
Poseía variantes genéticas que la protegían contra demencia, enfermedades cardiovasculares y diabetes, así como un sistema inmunológico equilibrado, ya que, a pesar de tener linfocitos envejecidos, no sufrió enfermedades autoinmunes.
“Tenía células que parecían más jóvenes que su edad”, dijo el doctor Esteller. “Los microbios que vivían dentro y fuera de su cuerpo, o su microbioma, se asocian con bajos niveles de inflamación” añadió y explicó que “tener altos niveles de inflamación están relacionados con el envejecimiento avanzado”.
Su microbioma contenía una abundancia de un tipo de bacteria beneficiosa, la Bifidobacterium, cuyo crecimiento puede ser estimulado por las bacterias presentes en el yogur. María Branyas consumía tres yogures al día.
Tras analizar las muestras, los investigadores concluyeron que “quienes alcanzan edades supercentenarias no lo logran por un retraso general del envejecimiento”, sino, en palabras de Esteller, gracias a una “fascinante dualidad: la presencia simultánea de señales de vejez extrema y de longevidad saludable”.
En este sentido, el equipo observó que Branyas presentaba características genéticas asociadas a la neuroprotección (que evitan la demencia) y la cardioprotección (que preservan el correcto funcionamiento cardiovascular).
También tenía un microbioma muy joven, como el de una niña, dominado por bifidobacterias beneficiosas, así como una edad biológica inferior en diecisiete años a la cronológica.
Pero, al mismo tiempo, el equipo investigador detectó signos inequívocos de envejecimiento, como telómeros muy cortos ( los extremos de los cromosomas, que se acortan con la edad) y una población envejecida de linfocitos B (células del sistema inmunitario que se forman a partir de las células madre en la médula ósea).
“Estaban como la punta de un lápiz desgastado, casi no les quedaba nada. Pero a pesar de eso, su salud era buena. Eso nos permite deducir que los telómeros indican el paso del tiempo, pero no la mala salud que se relaciona con el paso del tiempo”, destaca Esteller.
Este trabajo no invalida la conexión entre telómeros y envejecimiento, pero sí la aclara. “Son un cronómetro, van indicando la edad cronológica, es decir, nació en tal año. Pero no la edad biológica”, termina Esteller.
“Dios se ha olvidado de mí”
De esta manera, Branyas tenía al mismo tiempo los achaques propios de la ancianidad y una salud envidiable.
María Branyas Morera nació el 4 de marzo de 1907 en San Francisco (Estados Unidos), unos meses después del terremoto que destruyó la ciudad. Empezada la I Guerra Mundial de 1914, su padre murió de tuberculosis en el barco que traía a la familia de regreso a España. Durante la Guerra Civil trabajó de enfermera en el frente republicano junto a su marido, médico. Fue testigo de la II Guerra Mundial, de la llegada del hombre a la Luna en 1969, de la caída del Muro de Berlín en 1989, del cambio de milenio, en 2020 superó una infección por covid. y en 2023 se convirtió en la persona más anciana del mundo. En todos esos años, vio morir a sus padres, a su marido, a sus hermanos y a su hijo a los 52 años. Tuvo dos hijas que parecen haber heredado su don de la longevidad: tienen en la actualidad 92 y 94 años.
Según dijo el doctor “María contaba que al llegar a los 100, a los 105 o a los 108 años, pensó que Dios se había olvidado de ella”. Pero al poco recuperó el optimismo. “Se dijo, mira ya que estoy aquí, hago lo que puedo, disfrutando de la familia lo que me quede de vida”.
No es el elixir de la vida eterna
Immaculata De Vivo, genetista molecular de la Universidad de Harvard que no participó en el estudio, dijo que las explicaciones de los investigadores sobre la longevidad de Branyas eran “científicamente razonables” y reconoció que “la genética y los factores metabólicos pueden inclinar las probabilidades a favor o en contra de que aparezca una enfermedad”.
Sin embargo, advirtió, “siempre es importante ser cauteloso al interpretar los resultados de casos individuales, a diferencia de estudios poblacionales amplios y bien controlados”.
Por su parte, Mary Armanios, oncóloga y genetista de la Facultad de Medicina de Johns Hopkins, advirtió que la genética y un buen microbioma no son sólo la clave de la longevidad de algunas personas, y recordó que existen enormes diferencias en la esperanza de vida relacionadas con la educación, los niveles de ingresos o factores medioambientales.
“Creo que obviamente hay una mala genética que limita la esperanza de vida, pero no estoy segura de que una buena genética sea suficiente, si hay limitaciones socioeconómicas”, declaró. En Baltimore, afirmó, esto representa una diferencia de 20 años entre las personas que viven en el centro de la ciudad y llevan un estilo de vida saludable y cuenta con buenos servicios de salud, y las que viven en los suburbios, azotados por la marginalidad, los malos hábitos alimenticios y el alto consumo de bebidas azucaradas, alcohol, fármacos y drogas.
En otras palabras, del estudio sobre el caso de María Branyas no se puede extraer el elixir de la longevidad porque son demasiados los factores que entran en juego para que una persona rebase los 115 años (con información de EFE, El País y The New York Times).