
Pemex enfrenta actualmente una situación cercana a la insolvencia. De manera sistemática ha registrado pérdidas operativas, acumula atrasos en el pago a proveedores y se ha convertido en una de las empresas petroleras más endeudadas del mundo, lo que limita de manera significativa su capacidad para cumplir sus compromisos financieros. Este deterioro obedece, en buena medida, a una carga fiscal históricamente elevada —equivalente a entre 50% y 70% de sus ingresos hasta 2013—, a la ausencia de autonomía de gestión y a malas decisiones empresariales. En este contexto, la empresa opera hoy como un pasivo contingente para el Estado, sostenida principalmente para evitar un costo político inmediato y un incremento en las tasas de interés que pagaría tanto el sector público como privado.
Durante décadas Pemex representó una fuente sustancial de recursos fiscales y contribuyó a la acumulación de reservas internacionales del Banco de México. Esto último se explica porque el marco legal obliga a las entidades públicas federales a vender al banco central las divisas que obtengan de sus operaciones, salvo aquellas que se utilizan para cubrir compromisos externos (deuda, importaciones de insumos estratégicos, etc.). A cambio, Banxico acredita a las cuentas de Pemex el equivalente en moneda nacional, con lo cual la empresa puede pagar sus obligaciones en moneda nacional.
Cinco años después de la crisis de 1995, el saldo de dichas reservas ascendía apenas a 2,184 millones de dólares. Para agosto de 2025, sin embargo, el Banco de México registraba un nivel de 249 mil millones de dólares. Este incremento se explica por los 254 mil millones de dólares que Pemex transfirió al banco central durante el periodo, así como por las compras realizadas por Banxico a los bancos tras la crisis financiera internacional (véase cuadro 1).
Si bien desde el año 2000 México opera bajo un régimen de tipo de cambio flexible, ello no impidió que el banco central interviniera en el mercado cambiario. Estas intervenciones no tuvieron como propósito fijar un nivel predeterminado del tipo de cambio, sino más bien para acumular un volumen de reservas que funcione como amortiguador frente a choques externos capaces de detonar episodios de alta volatilidad cambiaria. En otras palabras, la acumulación de divisas no obedece al objetivo de alcanzar un tipo de cambio específico, sino a la necesidad de preservar la estabilidad financiera y reducir la vulnerabilidad del país ante riesgos de carácter externo. Asimismo, es sabido que las agencias calificadoras internacionales (Moody’s, Fitch, entre otras) consideran el nivel y la evolución de las reservas internacionales como un insumo en la valoración del riesgo soberano de cada país.

Gracias a la acumulación de divisas, el banco central dispuso de dos herramientas para enfrentar episodios de inestabilidad: (I) ajustes en la tasa de interés para moderar movimientos abruptos de capital, y (II) operaciones de compra y venta de dólares con el sector privado financiero. Si Pemex fue la principal fuente de acumulación de divisas, estas operaciones de compraventa representaron la vía contraria: entre 2000 y agosto de 2025, Banxico realizo ventas netas de divisas por 82 mil millones de dólares. Las razones fueron diversas, pero destacan dos episodios. En septiembre de 2008, con el estallido de la crisis financiera internacional, el banco central vendió 31 mil millones de dólares en los doce meses siguientes para apaciguar las presiones sobre el tipo de cambio. El segundo episodio fue la caída pronunciada en el precio del petróleo iniciada en marzo de 2015, que llevó a Banxico a colocar 30 mil millones de dólares en los siguientes doce meses para contener las expectativas de devaluación.
En los últimos veinticinco años, estos dos eventos externos obligaron a Banxico a vender una tercera parte de los dólares acumulados en los últimos 25 años. Ello permitió no solo frenar las expectativas de devaluación, sino también reducir la necesidad de recurrir a incrementos mayores en la tasa de interés doméstica, que habrían desacelerado aún más a la economía mexicana.
Sin embargo, con la paulatina reducción de las exportaciones petroleras, la contribución de Pemex a la acumulación de activos internacionales ha disminuido desde mediados de la década pasada, tendencia que se ha acentuado en los años recientes (véase gráfica). Con los años de bonanza de Pemex ya en el pasado, los efectos de futuras crisis podrían resultar más severos para la economía mexicana, en la medida en que el banco central tendría que depender en mayor grado de la política de tasas de interés para amortiguar los posibles efectos desestabilizadores de choques adversos sobre la economía del país.
No es posible evitar las crisis financieras que se originan en el exterior; sin embargo, ante la dificultad de que Banxico continúe acumulando divisas, las autoridades gubernamentales deben actuar con mayor cautela para prevenir crisis internas que pongan en entredicho el valor de la moneda nacional.