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Mónica Herrera Villavicencio tiene 39 años. Nació en la CDMX condenada a morir por su atrofia muscular tipo 2. El clima capitalino, húmedo y seco, acelerarían afectaciones a sus pulmones. Sus padres, campesino y ama de casa, migraron hacia Tlapacoyan, Veracruz. Su vida transcurrió de manera ‘normal’, con desafíos día a día, incluso un embarazo. Comparte a Crónica trozos de su vida

PT discriminó discapacidad y rompió con Morena; su capacidad arrasó con voto para diputación en Veracruz, y alianza reculó

CDMX — Nació con un diagnóstico que la sentenciaba a un corto plazo de vida, de horas, de días… Sobrevivir dependía de políticas públicas inexistentes, de dinero, pero sobre todo de amor. Han pasado 39 años desde que sus padres recibieron la mortal sentencia para una de las cuatas que la señora Villavicencio dio a luz: “Atrofia muscular tipo 2”. Una muerte de manera súbita era la amenaza que se centraba en pulmones, en la cantidad de comida y agua.

Mónica Herrera Villavicencio (CDMX, 1986) irrumpió con su silla de ruedas por su discapacidad en núcleos sociales limitados, incluso la ciencia médica y las alianzas políticas. Puso a prueba a todos. Empezó por su familia, luego la escuela y luego un embarazo hace 11 años. Si algo complicaba el parto, era ella o su hija. Ambas hoy forman una familia.

A los 5 años de edad, la atrofia muscular tipo 2 que comprometía los pulmones de una de las cuatas del tercer y último embarazo de la familia Herrera Villavicencio, obligó a los padres de Mónica, campesino y ama de casa, a migrar a otro lugar, menos húmedo y seco de la capital del país. Tlapacoyan, Veracruz, fue el destino.

En entrevista con Crónica, la secretaria de la Comisión de Grupos Vulnerables de la Cámara de Diputados, narra su tránsito hacia otra silla, una curul con sillas de ruedas.

-Diputada, ¿cuál es la ciudad más inclusiva dentro del caos, muchos retos de movilidad, muchos días de caos y bloqueos?

-No conozco muchas ciudades. Xalapa, Veracruz. La ciudad de Puebla, Puebla, pero sin duda como la CDMX no hay ninguna por todo esto de los retos. Pasamos más tiempo a cuatro ruedas que en nuestras actividades, pero la sí me sorprendió por inclusión es Cancún, Quintana Roo.

-Y ¿cómo fue el tránsito de la niñez a la Cámara de Diputados, con una discapacidad tan amenazante, de riesgo de vida?

-Fue de irrupción en todo. Cambiar el diagnóstico médico que me daba poco tiempo de vida por la discapacidad con la que nací, el clima húmedo y seco de la Ciudad de México que comprometía los pulmones aún más en sus épocas de frío. Aquí, en la ciudad, iba a una escuela integral, pero debía dormir con tanque de oxígeno, siempre los médicos decían que iba a morir pronto. Después de que estuve en estado de coma, mi papá decidió el cambio de vida, y nos llevó a vivir a Tlapacoyan, Veracruz, donde no había escuelas integrales, pero el clima era el óptimo. Me fui a los 8 años, pero con edad de 5.

-Conozco de viva voz que la niñez con discapacidad sufre de violencia física por parte de compañeros de escuela. ¿Fue víctima de esto?

-Sí, en la primaria. Una niña me jalaba los cabellos. Era hija de maestros. Mi mamá habló con las autoridades de la escuela, con la mamá de la alumna. Fue mi clara mi madre, que no me iba a cambiar de escuela, que la niña agresora debía entender y respetarme, pero la violencia continuó. La solución fue que mi mamá le dijo a mi hermana Susana, mi cuata, que nació en perfectas condiciones, que debía defenderme. “La próxima vez le rompes su madre a esa niña que no entiende que no debe golpear a tu hermana”. Se presentó de nuevo esa intención de agredirme, y Susana no tuvo de otra. Y después de eso, pues la cosa cambió. Hubo reclamos por lo que hizo mi hermana, y aunque la niña no tenía la culpa de que no se le inculcaran valores ya se quedó quieta. La niña era adoptada, después pensé que cómo era posible esa adopción si no la iban a enseñar a ser una buena persona.

¿La escuela secundaria fue mejor?

-No. La infraestructura era adversa para mí, porque mi salón estaba en el segundo piso, y cómo iba yo a llegar, a subir en silla de ruedas. Un profesor me prometió que solicitaría que las clases se impartieran en el primer piso. Pero no fue así. Cuando arrancaron las clases cuestioné al profesor Ernesto, él me dijo claramente: “Mónica, tú te tienes que adecuar a la vida de los demás, no nosotros a tu vida, pero hizo lo mejor cuando dispuso de una comitiva de cuatro alumnos, los más descarriados, los que no querían ir a la escuela, y esa responsabilidad los forjó, porque se hicieron cargo de mí. Era su tarea subirme en sillas de ruedas. Fue un compromiso moral que ellos adoptaron, aunque quizá un día no quisieran ir a clases, porque algunos planeaban irse de pinta, pero no lo hacían. Tenían la responsabilidad de que yo entrara a mis clases. Hasta que un día me dijeron que nos fuéramos de pinta, y yo me fui de pinta con ellos, con permiso de mi mamá. Fuimos a comer helados a una cuadra de la escuela. La vida transcurrió así, con los cuidados de mi mamá, en una casa grande que tenía un local, donde mi mamá emprendió el negocio de vender abarrotes, frituras, dulces. Y la casa se llenó de niños, jóvenes que iban a ver a Mónica y a todos les tocaban frituras y refrescos. Eran tardes espléndidas de mucho amor y compañía.

- ¿Cómo se viven los estereotipos?

- Como cualquier persona, porque las mujeres y los hombres que nacemos en la condición de discapacidad sentimos como los demás. Las mujeres menstruamos, y son temas de los que no se hablan. También queremos vernos bien, delgadas, gustarle a los demás. La juventud la viví con la libertad.

¿La familia ni siquiera pensó que usted podía ser mamá?

No, claro. Y fue difícil. Porque fue una etapa de aislamiento. Mi papá enojado, triste, porque hizo todo para que yo viviera, y el embarazo era de vida o muerte. Fue una gestación muy complicada. No comía, y me la pasaba acostada. Hasta que tuve mi cuidadora que era muy rígida en los hábitos que yo debía seguir. Esta etapa también fue reto para médicos, porque se vieron rebasados, y fue un hombre, el jefe de ginecología el que me acompañó en el riesgo, pero siempre sincero en que no sabía ni él mismo se iba a lograr que yo y mi bebé saliéramos del quirófano. Por desconocimiento, pues sí, viví una violencia médica. Pero siempre consciente de que mi vida se podía apagar incluso sin embarazo. Ya vivía en Xalapa, y ahí di a luz.

¿En qué momento llega Morena a su vida?

Por los temas de la infraestructura, de obstáculos para las personas con discapacidad dejé de estudiar cuatro años, porque no quería que mi mamá siguiera con estos esfuerzos. Pero yo quería seguir en la escuela, tener una licenciatura. En 2005 tomé un curso, era Parlamento de la Juventud. Y ahí conocí una persona que me dijo que había un concurso. Yo era ajena a los partidos, voté por mi primera vez como cualquier joven, pero no era Morena, creo, pero nunca me había involucrado en esos temas. Esta persona me dice que debía hablar de mi historia de vida, y de eso trató mi ponencia. Con un énfasis de crítica hacia el Estado, porque mis papás hicieron todo para que yo fuera parte de la sociedad, pero el Estado no hacía nada por nosotras las personas con discapacidad, para que pudiéramos continuar con los estudios. Y eso salió en todos los periódicos de Veracruz. Me invitó un dirigente estatal del PRI a instancias de mi hermana que conocía a esta persona. Nunca este partido me dio un cargo. Pero esa oportunidad me hizo parte del boteo para el Teletón. En el PRI me decían que yo era súper eficiente, me invitaron a llenar camiones de sus campañas, pero nunca me dijeron que ya me merecía algo, o un cargo.

-¿Se aprovecharon?

-Pues no me tomaron en cuenta. En realidad, participé porque mis hermanas sí trabajaban para el partido, pero yo nunca fui invitada a ningún cargo, aunque fui dirigente distrital. Me convertí en un referente juvenil. Y la vida continuó. Yo, alejada de la política. Con mi hija de seis años. Emprendí las ventas por internet. Y tres días antes de que se cerrara la fecha para registrar candidaturas, Morena tocó la puerta de mi casa a las 7 de la noche. Me dijeron que si quería ser candidata a una diputación federal. Les dije que no, que no me interesaba, y ellos aferrados a que necesitaban a una persona con mi condición por acción afirmativa.

¿Votó alguna vez por Morena?

-No me tocaba. Y ni siquiera conocía a Andrés Manuel López Obrador. Yo apagué la televisión para no ver noticias, y en la casa se dejó de hablar de política. Mi papá sí se inmiscuía en esos temas. Pero yo fui víctima de un fraude, y llegó AMLO a Veracruz. Le expuse mi problema. Y nunca volvía a ver al Presidente era después de 2020.

Y así un día llegan de Morena. Y me invitan, y pues aceptó, pero yo dije mejor quiero ser alcaldesa de Tlapacoya. Y no se pudo. Entonces pues la diputación, pero esto provocó la inconformidad del PT, porque el diputado petista Rodrigo Calderón quería dejar a su suplente. Y el PVEM quería a Norma Leyva. Morena dijo no. Voy yo como candidata. Se rompe la alianza, incluso muere de un infarto el candidato del PT, por el que todos pedían el voto. Esos partidos lo dejaron claro: “Pero cómo le van a tener fe a ella. Vela cómo está, no puede hacer campaña, en territorio”. Incluso el candidato el PT ejercía violencia política de género contra mí en sus eventos. Yo hice compañía como cualquier candidato o candidata, con propuestas de hacer mejoras para el Distrito 7, nunca con temas de inclusión. Y en los resultados de la votación, fui la más votada. La alianza reculó. El PT regresó a Morena.

UN RETO DE VIDA Mónica Herrera Villavicencio, secretaria de la Comisión de Grupos Vulnerables, en entrevista con Crónica. (Eloísa Domínguez)

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