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El caso Molinet: cuando la nota NO es la víctima

En ocasiones, un hecho violento desata los demonios de una comunidad. Pueblo chico, infierno grande, dicen. Eso fue lo que ocurrió en la ciudad guanajuatense de Salamanca en la naciente primavera de 1992. A la distancia, los hechos todavía sorprenden: un adolescente que quería ser poeta, una mujer asesinada, unos policías con ganas de encontrar rápidamente a quien cargarle el muerto. Los ingredientes para una historia delirante rebotando en las planas de nota roja.

historias sangrientas

El adolescente Molinet creció y logró consolidar su vocación de poeta. El
suyo fue uno de los casos más sonados de mala impartición de justicia en la
última década del siglo XX.

El adolescente Molinet creció y logró consolidar su vocación de poeta. El suyo fue uno de los casos más sonados de mala impartición de justicia en la última década del siglo XX.

-Lupe está tirada en la cocina.

-No juegues así.

-No estoy bromeando.

-Vamos para allá.

La médica Cecilia Aguilar colgó el teléfono y salió corriendo hacia su casa. Su hijo adolescente, Pablo, de 17 años acababa de decirle que la empleada doméstica estaba en la cocina, muerta. Un enorme charco de sangre arropaba a la desdichada. Era el 24 de marzo de 1992 y el tiempo, en Salamanca, Guanajuato, corría con placidez. Son días de clases, y al adolescente Pablo recibe el regaño del director de su prepa porque no lleva la camisa blanca que forma parte del uniforme. Había salido de su casa a las 7 de la mañana, después de desayunar con su madre. Guadalupe Díaz, que trabaja en la casa, sirvió el desayuno. Era eso, un día cualquiera.

Como el chamaco que era, Pablo remolonea un poco, pero se resigna: hay que regresar a la casa por la camisa, porque si no, no podrá entrar al examen de Español. Entra a su hogar hacia las 10:30 de la mañana. Lupe le entrega la camisa blanca planchada. Pablo llama a su escuela, y pide permiso para llevar tenis. No quiere que lo regresen de nuevo. Con el uniforme más o menos en orden, se regresa a la prepa, hace el examen y termina sus clases.

Se acaba la jornada. Aunque su casa está a ocho cuadras, le da flojera caminar, de modo que toma un taxi. Cuando llega, encuentra abierta la puerta del garage. Pero su madre no ha llegado. Algo le inquieta no bien cruza la puerta. Su madre no está. Nada se escucha del usual trajinar de Lupe. No hay radio encendida. No hay ruido. El silencio es extraño, pesa. Ahoga.

Pablo entra a la cocina. Ahí, en un charco de sangre, está Lupe. Tiene dos cuchillos clavados en la espalda. Después dirá que se acercó al cuerpo para ver si respiraba. En ese momento, con el tenis, y sin preocuparse mucho del asunto, pisa la sangre. Lupe no respira. El muchacho intenta dominar el pánico; corre escaleras arriba y llama a su madre.

La doctora Aguilar llega acompañada de Rosa María, una amiga. Ella, como conoce a gente del Juzgado Segundo Penal, les llama para que manden a la policía, a un agente del Ministerio Público. Sus conocidos allá le dicen que mandarán a quien esté de turno.

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Han pasado unos cuantos minutos, acaso diez o quince, cuando a la casa de la doctora Aguilar llega una multitud: la policía judicial estatal, policías federales, policías preventivos; llega una agente del Ministerio Público y hasta algunos reporteros de la fuente policiaca en esa ciudad, Salamanca donde, hace 32 años, casi nunca ocurría nada. En algún momento del escándalo que se desatará con esa movilización, alguien pregunta cómo fue que todos esos cuerpos policiacos y sus acompañantes llegaron tan pronto a la escena del crimen.

Uno de aquellos personajes responde, con mucho sentido del drama, que “alguien”, previamente, les había contado que estaba por cometerse un “crimen satánico” en Salamanca.

EL CASO MOLINET

Para esta aparatosa tropa policial, Pablo Molinet Aguilar se convierte de inmediato en el principal sospechoso del asesinato de Guadalupe Díaz. El adolescente se da cuenta de que acaba de entrar a una etapa de su vida que no puede sino calificarse como infernal. De la noche a la mañana, es considerado como el asesino de la mujer.

La agente del ministerio público dice hacer su chamba: con soltura, contamina la escena del crimen y con las manos saca los dos cuchillos de la espalda del cadáver. ¿Tomar antes huellas digitales? ¡Para nada! Entre la multitud que llega a la casa de la doctora Aguilar no había peritos forenses.

Los diversos policías comienzan a revisar la casa. Encuentran las huellas del tenis ensangrentado de Pablo. Empiezan a actuar con rapidez. Suben al piso superior y sin orden judicial arrasan el cuarto del muchacho; se llevan todos sus libros, sus objetos personales. Es el primer cateo, más bien saqueo, que padecerá esa casa.

Pablo rinde declaración mientras el forense hace su trabajo: Lupe tiene diez heridas de cuchillo en el cuerpo y su cuello muestra las huellas de tres ¡tres! Intentos de ahorcarla con un trozo de cordón de una cortina.

A la mañana siguiente, Pablo es el protagonista de una historia brutal: los reporteros de nota roja de Salamanca por fin tienen en las manos algo con “carnita” y se dan vuelo a partir de lo que les cuentan sus contactos de la policía.

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Lo que se publica a la mañana siguiente es impactante: este muchacho de diecisiete años escribe “cosas raras”, lee “cosas raras”. Resuena todavía en los anales del periodismo policiaco de México la historia de los Narcosatánicos que hacían negocios con drogas y hacían rituales de santería que incluían sacrificios humanos. La violencia del asesinato de Guadalupe Díaz les encanta, aunque no lo digan de esa manera. ¿Escribe textos extraños, tiene lecturas de gente rara? Para la fuente policiaca de Salamanca, está más que justificado que Pablo Molinet Aguilar sea un inadaptado social, con tendencias violentas: un asesino en ciernes que, a sus diecisiete años, sufre en lo más profundo algo que lo lleva a atacar con violencia a la infeliz sirvienta de su casa. Deveras, deveras, ¿a poco no es emocionante?

HISTORIAS DE DELIRIO

El azar hace que el caso de Pablo Molinet y el asesinato de Guadalupe Díaz se vuelva tema de interés nacional: el chico es hijo de un antiguo condiscípulo del escritor Paco Ignacio Taibo 2, y quiere el azar que un par de meses antes del crimen, Pablo le haya escrito a Taibo, mostrándole, en efecto, parte de su incipiente trabajo poético. Si Taibo no hubiera tomado el asunto como cosa personal, creyendo las declaraciones de Pablo y de su madre, el joven Molinet hubiera purgado una sentencia por homicidio.

Este es un caso donde muy pronto, a víctima pasa a segundo término por la negligencia de los cuerpos policiacos que prefirieron irse por la fácil, buscando un sospechoso sin investigar a fondo la escena del crimen, contaminada casi desde el inicio de los acontecimientos. A ello contribuye la fuente policiaca local, que agiganta los prejuicios y las ocurrencias de los policías que acudieron al primer llamado.

Es negligencia, es la falta de pruebas y una investigación casi inexistente. Parece que la policía judicial del estado tiene prisa por acabar con el asunto, y si se puede colgar una medalla por acción pronta y eficaz resolución, tanto mejor. Pablo fue encarcelado casi de inmediato y, declararía después, sometido a tortura. La brutalidad doblega al adolescente que se declara culpable. En menos de una semana, Pablo Molinet es declarado culpable, y la prensa local habla de él como “el satánico homicida”.

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Cuando Taibo II se involucra empieza a escuchar historias que desconciertan: para el Ministerio Público y para la prensa, Pablo Molinet es sospechoso principal de asesinato porque lee libros de William Blake y tiene montones de libros de cuentos de terror. Entre los autores preferidos del chico destaca Stephen King. ¿Quieren mayor prueba de las aficiones “satánicas” del sospechoso?

Vean, vean, insiste la prensa e insiste la policía de Salamanca: este chamaco tiene un juego de Tarot, pinta en los muros de su alcoba frases de Jim Morrison. Las autoridades, aquel primer día, hallan restos de un cigarro de marihuana y el examen toxicológico el muchacho da positivo. ¡Ahí está! Insiste triunfal el MP: este muchacho, con el juicio enturbiado por sus lecturas y la marihuana, asesina a la sirvienta. Como el asunto no acaba de convencer, se plantea una nueva hipótesis: Lupe habría robado las joyas de la doctora Aguilar, el chamaco la sorprende y en su furia, la asesina. El problema es que no hay indicios que confirmen el robo.

Taibo II se empeña en el caso. Busca a un colega con largas horas de vuelo en esto de la nota roja: escriben un breve libro, “El caso Molinet”, donde se cuentan todas las cosas raras, inconsistentes y delirantes de la investigación. Si en el argot periodístico se llama “volar” al invento que se publica, en el caso Molinet, parece que los autores de aquellas notas vuelan en un Concorde. Se dan el lujo de publicar un titular así: “Sólo la torturé poco, dice el presunto satánico homicida”.

No cuesta trabajo poner en tela de juicio la investigación. Trascienden fragmentos del interrogatorio: “Que diga el acusado si el libro de Juan Rulfo llamado Autobiografía puede influir en la mente de los jóvenes para invocar a Satán... Diga usted si son demoniacos o no los otros libros que le fueron encontrados al acusado”.

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Taibo II y Ronquillo llevan su pequeño pero sustancioso libro a la Cámara de Diputados y allí lo presentan. El escándalo se vuelve nacional. Hasta el experimentado Miguel Ángel Granados Chapa se sube a ese tren y exige se esclarezca. Se interpone amparo. Hay esperanzas para Pablo Molinet.

Dos años después, el joven es liberado, porque la debilidad de la investigación ya no da para mantenerlo en una cárcel de Guanajuato. Son muchos, entre ellos numerosos periodistas, los que han presionado para que se esclarezcan los sucesos. Pero las cosas no llegan hasta ahí. Es cierto que Pablo Molinet Aguilar fue liberado porque no hubo ningún elemento de prueba que demostrara que él asesinó a una mujer aquel 24 de marzo de 1992. Pero el escándalo era tal, que a mediados de los años 90 del siglo XX, ya nadie se acordaba de aquella humilde empleada doméstica.

EPÍLOGO

Dentro de dos días se cumplirán 32 años de aquel asesinato. Pablo Molinet es, efectivamente, poeta y editor. La muerte de Guadalupe Díaz, claramente asesinada con furia, sigue impune.