Nacional

“El hombre de El Cantil”: el origen de la Fuga del Siglo

En la memoria de los mexicanos de fines del siglo pasado pervivió la historia de aquel gringo riquísimo, que, preso en Santa Marta Acatitla, decidió evadirse de manera espectacular: un helicóptero descendió en el patio de la prisión para sacarlo de ahí. Joel David Kaplan cumplía sentencia por un asesinato, cometido con lujo de violencia, contra un paisano suyo, al que decidió matar en territorio mexicano.

historias sangrientas

Joel David Kaplan fue procesado con rapidez, a pesar de que la investigación por el homicidio de Louis Vidal tenía muchos cabos sueltos. Se le señaló como culpable por un solo testimonio, pero la policía mexicana lo dio por bueno porque el resto de los socios de Vidal y Kaplan habían escapado del país.

Kaplan fue procesado con rapidez, a pesar de que la investigación por el homicidio de Louis Vidal tenía muchos cabos sueltos. 

Las ropas de hombre, ensangrentadas y con perforaciones de bala aparecieron en el kilómetro 21 de la carretera México-Cuernavaca, en un paraje conocido como El Cantil, frecuentado, al atardecer, por numerosas parejas. Era el 18 de noviembre de 1961. Así fue como se alertó a la policía del hallazgo. Era el primer capítulo de una historia que desembocaría en la famosa Fuga del Siglo: un espectacular escape a bordo de un helicóptero.

En un bolsillo del pantalón se encontraron 603 pesos en efectivo, un talonario de cheques de viajero, un paquete de cigarros, manchado de sangre, un pañuelo con una “L” bordada, un maletín de cuero en el que se apreciaba cómo se habían raspado las iniciales del dueño. Pero también estaba la llave de la habitación 908 del hotel Hilton en la ciudad de México. De esa manera, la policía capitalina pudo identificar a un hombre que probablemente estaba muerto, pero del cual solamente tenía en las manos sus pertenencias. El sujeto en cuestión era un estadunidense llamado Louis Melchior Vidal Jr.

Una de las primeras hipótesis de las autoridades era que Vidal había secuestrado por un grupo de “castristas” que operaban en la ciudad de México. Aquella suposición, nada extraña en tiempos de la Guerra Fría, se generó a partir de la conversación telefónica que la policía mexicana sostuvo con Teresa Carrasquillo, esposa de Vidal, que se encontraba en Nueva York. Al enterarse de la desaparición de su esposo, Carrasquillo afirmó que, en la Urbe de Hierro, Louis había sido golpeado por “castristas” anteriormente.

Sí, era el primer viaje de Louis Melchior Vidal Jr. A la ciudad de México. Venía en plan de negocios con la industria azucarera. Teresa Carrasquillo no sabía mucho más. A la llegada de su esposo a la capital mexicana, le envió un telegrama con una sola línea: “Cantinflas aprueba y aprecia mi llegada. Louis”.

¿Conocía Vidal a Cantinflas? En absoluto, aclaró Carrasquillo. La prensa se dedicó a especular por el extraño mensaje: los reporteros de La Prensa aseguraron que la esposa del desaparecido explicó el telegrama: “nuestro hijo se parece a Cantinflas, es una broma que Louis suele hacer”. Falso, dijo desde El Universal una de las estrellas de la fuente policiaca, Eduardo, el famoso Güero Téllez. Según Téllez, Teresa Carrasquillo dijo que no comprendía el telegrama; “es cierto que nuestro hijo se parece a Cantinflas, pero no sé qué me quiso decir Louis”.

Lee también

Miroslava, la suicida más bella

Bertha Hernández
Algunos reporteros afirmaron que a Miroslava se le encontró vestida de camisón y bata. Las fotos del cadáver publicadas la mostraban en ropa de calle.

La esposa del desaparecido reconoció que Vidal estuvo involucrado en un asunto de dólares enviados desde Cuba, y eso le había acarreado una trifulca con anticastristas, que lo consideraron un agente del gobierno de la isla. Hacía tres meses que Louis recibió una amenaza telefónica, que denunció a la policía neoyorquina, pero que no recibió mayor atención.

¿Quién era, entonces, Louis Vidal? ¿Un enviado de Cuba, llegado a México para promover movimientos de agitación? Estuvo hospedado en el Hilton, pero tenía una reservación hecha en el Hotel del Prado. ¿Estaba vivo?

LA INVESTIGACIÓN

Agentes de la Policía Judicial, al mando de Jesús Miyazawa, peinaron El Cantil. Cuatro días después del hallazgo de las ropas, encontraron el cadáver de Louis Vidal. Estaba semienterrado, tenía cuatro balazos en la cabeza, y lo habían golpeado antes de asesinarlo. Al dejarlo casi a flor de tierra, algunos perros ferales habían hallado el cuerpo y le devoraron algunos dedos de los pies.

La viuda de Vidal llegó a México para reconocer el cuerpo, y dio algunos otros detalles de la vida de la víctima: Louis Vidal dirigía una empresa, la Paint Company of America, y era tesorero de la American Sucrose and Molasses Co, y había viajado por diversos países de Latinoamérica. Vidal, además, era ahijado del dictador dominicano Leónidas Trujillo. Teresa Carrasquillo insinuó que los asesinos podrían ser hombres de Trujillo, pues su gobierno adeudaba al padre de Vidal más de un millón de dólares. Vidal padre era ingeniero de puentes y en el gobierno de Eisenhower había sido embajador en España.

Para que Teresita Carrasquillo pudiera identificar el cuerpo de tu marido, los forenses trataron de aliviar la desfiguración del cadáver. Incluso, le colocaron ojos de vidrio al cadáver de Louis Vida, pues entre los golpes y los tiros los había perdido. Se determinó que lo habían matado el mismo día 18. La viuda revelaría que recibió una llamada telefónica:

-¿La señora Teresita?

-Sí.

-Louis ya está muerto en México. Nosotros lo matamos. Ya tendrá noticias nuestras.

Carrasquillo regresó a Nueva York, a esperar el cuerpo de su esposo. Dejó a la policía mexicana una carta enviada por Louis, extraña, críptica, donde hablaba de “negocios”. Empezaron a dudar. ¿Acaso Vidal se dedicaba al narcotráfico? Pero ya no pudieron ahondar en ello: Teresa Carrasquillo se negó a tener con ellos nuevas conversaciones telefónicas.

Lee también

La doble muerte de Lupe Vélez

Bertha Hernández
Los líderes del sindicato de actores, Jorge Negrete y Cantinflas, encabezaron los funerales mexicanos de Lupe Vélez, quien está sepultada en el Lote de Actores del Panteón de Dolores.

La investigación encontró avances por el lado del Hotel Hilton. Un botones jovencito, que condujo a Vidal a su habitación, declaró que iba acompañado de un estadunidense y un mexicano, ambos muy bien vestidos.

La prensa mexicana de aquellos días afirmó que, antes de marcharse de México, la viuda de Vidal mencionó a los socios del muerto como los probables responsables del crimen. Algunos afirmaron que había sido muy directa y, de entre ellos, había señalado directamente a Joel David Kaplan. Los otros socios eran Harry Coppelson, Evsel Petrunshansky, Luis de Garay Jaimes.

Pero, ¿por qué querrían matar a Vidal? La viuda había declarado que el muerto tenía una nueva tecnología para aprovechar mieles incristalizadas. El procedimiento resultaba particularmente beneficioso, en términos de tiempo y de dinero, para la producción de melaza, industria a la que pertenecían las empresas de la familia Vidal. Según la viuda, la negativa de su esposo a revelarles el procedimiento, fue lo que lo condenó a muerte. Y si bien la policía adoptó con entusiasmo aquella línea de investigación, la prensa se fue con más cuidado: se habló de drogas, de venganzas personales, de contrabando de armas que iban hacia Cuba. Mucho más que un montón de socios voraces.

EL ACUSADO

A Joel David Kaplan lo llamaban “El rey de la melaza”; era dueño de un emporio azucarero que valía varios miles de millones de dólares. Viajaba por toda América, y no bien se le señaló como sospechoso, se empezó a decir que estaba involucrado con grupos criminales de diferentes giros. La policía mexicana empezó a seguirle los pasos, pero Kaplan se escurrió durante semanas, Se tuvo noticia, a fines de ese 1961, de que había escapado a España.

Era el 28 de marzo de 1962 cuando Kaplan fue atrapado en Madrid. La policía Internacional española lo detuvo cuando el hombre, completamente despreocupado, se tomaba un café y leía el periódico en un bar de tapas. Kaplan fue entregado a la Interpol, que lo metió en un avión de Iberia. Al anochecer del 29 de marzo, el presunto asesino de Louis Vidal aterrizaba en nuestro país. Fue entregado a los comandantes Eduardo Ojeda y Antonio Cordero, jefes de la Policía Secreta del entonces Distrito Federal.

Lee también

El largo rencor: la masacre de Topilejo

Bertha Hernández
Si Eulogio Ortiz dio la orden, el famoso Maximino Ávila Camacho fue el ejecutor principal. Comandaba el 51 Regimiento de Caballería, cuyo cuartel era la hacienda de Narvarte, donde se mantuvo secuestrados a los vasconcelistas.

Kaplan se dijo inocente. Pero cometió el error de salir de México, con un pasaporte falso, no bien se descubrió el cadáver de Vidal. Demasiadas mentiras para ser confiable. Antes del asesinato, había estado hospedado en un hotel, con nombre falso y pasaporte británico.

El interrogatorio de Kaplan duró siete horas. Extenuado, acabó por señalar a otro socio, Harry Coppelson, como el verdadero asesino. Coppelson, agregó, sí traficaba con armas y drogas. El comandante Cordero lo presionó: ¿dónde y a quiénes vendían drogas? ¿Hacia dónde llevaban armas? Kaplan aseguró que él no tenía los detalles, pero que eran transacciones ilegales, por muchos millones de dólares.

CONFESIONES Y CONDENA

La captura de “El Rey de la Melaza” hizo mucho ruido. El asesinato de Vidal había sonado mucho en la prensa mexicana, y hasta mereció espacio en las páginas del New York Times. Empezó el proceso contra Kaplan, a pesar de que no había confesado responsabilidad en el asesinato. Mientras, la policía continuaba la búsqueda de Harry Coppelson y Evsel Petrunshansky.

Kaplan hubiera seguido negando todo, de no ser porque uno de los presuntos socios, Luis De Garay Jaimes, capturado una semana después del hallazgo del cadáver de Vidal, señaló a Kaplan como el autor intelectual del homicidio.

Según De Garay, la tarde del 11 de noviembre del 61, Kaplan, Coppelson y Petrunshansky fueron a recoger al aeropuerto a Vidal. Ellos lo habían convencido de viajar a México, prometiéndole negocios muy redituables. Fueron ellos quienes lo llevaron al Hilton, donde le habían reservado la habitación.

Vidal se instaló y bajó al lobby, donde lo aguardaban. Se suponía que sería una tarde tragos, pero Kaplan y sus compañeros agarraron camino hacia la carretera a Cuernavaca. A la altura del kilómetro 10, lo bajaron y le propinaron una brutal golpiza: querían el procedimiento para mejorar las melazas, pero también le exigían su participación en un asunto de tráfico de armas, de Estados Unidos a Nicaragua.

Lee también

1913: La muerte de Gabriel Hernández o la sangre, el fuego, la locura

Bertha Hernández
Compañero de estudios de Victoriano Huerta, Enrique Cepeda presumía de ingeniero. En medio de una borrachera enorme, concibió el asesinato del maderista Hernández.

Vidal se negó a entrar en el negocio de armas, y dijo que no les daría nada de procedimiento. Los golpes siguieron, hasta que lo dejaron inconsciente. Luego, Kaplan le soltó cuatro balazos en la cabeza. Metieron el cadáver en la cajuela del auto. Once kilómetros más adelante dejaron las pertenecías de su víctima y lo fueron a semienterrar en otra parte. Kaplan exigió un careo con De Garay, pero se lo negaron. Fue sentenciado a 30 años de cárcel, mientras Harry Coppelson y Evsel Petrunshansky seguían prófugos.

La policía dio el caso por cerrado.

UNA FUGA DE PELÍCULA

Pasaron los años. Kaplan tenía dinero para invertirlo en abogados. Apelaban una y otra vez, insistiendo en que el preso nunca había reconocido su culpabilidad. Lo único que obtuvo la defensa fueron algunos cambios de penal. Joel David Kaplan fue huésped de la penitenciaría de Lecumberri, de la cárcel de Coyoacán y del penal de Santa Marta Acatitla. Puesto que el camino de los tribunales no rendía frutos, Kaplan empezó a urdir maneras de evadirse de la prisión.

Intentó salir, disfrazado de celador. Logró sobornar a algunos custodios, que a la hora de la hora se arrepintieron y lo delataron. Luego, pagó para que en el taller de carpintería de Santa Marta se hiciera una caja con compartimento secreto, en el que lograría escapar. Pero nuevamente, una delación le echó a perder el asunto. Su tercer intento sacudió al país entero.

Eran las 18:35 de la tarde, y los reclusos de Santa Marta estaban en el salón de proyecciones, disfrutando una película. En el patio, Kaplan y un amigo, el venezolano Carlos Antonio Contreras, lo acompañaba.

El estruendo del helicóptero anunció que era la hora de correr. Kaplan y Contreras empezaron a moverse. La nave aterrizó en uno de los patios. Los dos hombres corrieron hacia ella y lo abordaron. El helicóptero se elevó con prontitud. Los guardias no salían de su asombro, no alcanzaron a reaccionar. Ni siquiera habían atinado a hacer sonar las alarmas.

No acababan de decidir qué hacer, cuando el helicóptero ya aterrizaba en las cercanías de Actopan, Hidalgo. Ahí, una avioneta esperaba a los fugitivos. Kaplan voló a Estados Unidos y Contreras recibió un vehículo que lo ayudaría a llegar a Guatemala.

El escándalo de la fuga fue tan grande como el del asesinato de Vidal. Se apresó a las esposas de los reos, pero las liberaron porque no pudieron demostrar su involucramiento. Se suspendió a todo el personal de Santa Marta, pero también se les restituyó cuando no se hallaron pruebas contundentes de su complicidad.

Solo diez segundos fueron necesarios para sacar a Kaplan y a un amigo suyo, un venezolano apellidado Contreras, de San Marta Acatitla.

Solo diez segundos fueron necesarios para sacar a Kaplan y a un amigo suyo, un venezolano apellidado Contreras, de San Marta Acatitla.

Joel David Kaplan envejeció y murió en Estados Unidos, sin que la policía mexicana pudiera hacer valer su sentencia por homicidio. Muy anciano, le contó sus memorias a tres escritores, Eliot Asinof, Warren Hinckle y William Turner, autores de Kaplan, fuga en 10 segundos. Ahí reveló que un vendedor de drogas, Vic Stadler, con contactos en toda América Latina, decidió ayudarlo, al enterarse de su caso. Fue Stadler quien armó todo el operativo para sacar a Kaplan de México.

A la policía mexicana solamente le quedó el helicóptero, como un humillante recuerdo. Si Kaplan fue el verdadero culpable, el homicidio de Louis Vidal quedó impune.