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La hora de Adolfo de la Huerta: así inició la rebelión

Acaso no era personaje para los tiempos violentos que le tocó vivir. El torbellino que se desencadenó en el otoño de 1923 lo llevó a renunciar a la cartera de Hacienda, a distanciarse de Álvaro Obregón y de Plutarco Elías Calles, a aspirar a una candidatura presidencial independiente. Pero quienes lo rodeaban le hicieron ver que no eran tiempos de democracia, y que sus antiguos amigos estaban más que dispuestos a enviarlo al otro mundo si insistía en disentir. Por eso no le quedó otra que fugarse hacia adelante

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De la Huerta estaba convencido de que Obregón respetaría una candidatura independiente a la presidencia de la República; pensaba que dada la buena aceptación en algunas ciudades del país, bien podría competir y ganar. Y creía que, dada su antigua cercanía, nada había que temer del presidente manco. El problema es que nadie, sino él, creía en la buena fe de Obregón/

De la Huerta estaba convencido de que Obregón respetaría una candidatura independiente a la presidencia de la República; pensaba que dada la buena aceptación en algunas ciudades del país, bien podría competir y ganar. Y creía que, dada su antigua cercanía, nada había que temer del presidente manco. El problema es que nadie, sino él, creía en la buena fe de Obregón/

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Se lo dijo a sus colaboradores más cercanos: “no quería ser un caudillejo encabezando una revolución”. Pero en diciembre de 1923 las cosas no pintaban como para pensar en que Adolfo de la Huerta podía ser un candidato independiente a la presidencia de la República, y que el apoyo del Partido Cooperatista se dejaría sentir en todo el país. Algunos simpatizantes, como Martín Luis Guzmán, quien acabó escapando al exilio, le desaconsejaron involucrarse en una revuelta armada, que, entienda Adolfo, estaba condenada al fracaso. Pero las maniobras de su gente más cercana perfilaron el camino hacia lo que hoy se conoce como la rebelión delahuertista. Y es que, después de todo, no había ninguna razón para creer que los paisanos de don Adolfo estaban dispuestos a portarse como demócratas.

Los últimos meses de 1923 fueron malos para la salud de De la Huerta. Desde la fuerte discusión con Obregón, en septiembre, cuando había renunciado a la secretaría de Hacienda, aquel hombre no la pasaba bien. Convalecía de un derrame biliar -producto de la discusión con el presidente manco- cuando la “indiscreción periodística” cometida por Martín Luis Guzmán acentuó la ruptura. La cosa era más seria que los fingidos “ataques de apendicitis” con los que eludía, en sus días de secretario, cualquier reunión que le resultara incómoda. De ahí en adelante, las intrigas, las tensiones y la mala salud parecían ir de la mano. En diciembre de 1923, De la Huerta sufría por una mala gripe al tiempo que las cosas parecían precipitarse.

Comenzaba el último mes del año y todo estaba revuelto. De la Huerta no estaba de acuerdo en lanzarse a una rebelión militar. Creía, más bien, que habría que llevar adelante la candidatura presidencial independiente y competir contra Plutarco Elías Calles. En el peor de los casos, decía, si les “hacían chanchullo”, ya sería otra cosa y entonces sería muy comprensible que él llamara a levantarse en armas ante un fraude electoral.

Pero sus allegados no pensaban igual, en particular los que, estando dentro del ejército, no se tragaban la idea de que Obregón podría respetar una candidatura que no fuera apoyada por él. En noviembre, el general Jesús Villanueva Garza le propuso a los líderes del Partido Cooperatista que apoyaban a De la Huerta, trasladar el poder legislativo a Veracruz, y que el jefe de operaciones de aquel estado, el general Guadalupe Sánchez, estaba dispuesto a iniciar una rebelión que derrocara al gobierno obregonista. Pero Sánchez necesitaba certezas: quería estar seguro de que De la Huerta encabezaría el movimiento.

Todo se precipitó: Obregón, seguramente al tanto de lo que ocurría en Veracruz, ordenó el retiro de las tropas en el estado. Guadalupe Sánchez apremió a De la Huerta y a su gente: era en ese momento, sin dilaciones. De la Huerta todavía argumentó que había otra salida: “Mañana nos presentamos todos al Congreso. Infundimos respeto con nuestra presencia y ganamos la voluntad de la Comisión Permanente. Entonces, yo me presento en la Suprema Corte de Justicia, denuncio las maniobras de Obregón, y pido garantías para mi y para mis partidarios. Así aguardamos las elecciones y si hay fraude, ¡sabrán entonces quién es Adolfo de la Huerta!”.

Presionado por militares y civiles, Adolfo de la Huerta asumió la jefatura de la rebelión militar que empezó en diciembre de 1923. El levantamiento estaba condenado a fracasar/

Presionado por militares y civiles, Adolfo de la Huerta asumió la jefatura de la rebelión militar que empezó en diciembre de 1923. El levantamiento estaba condenado a fracasar/

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La confianza de don Adolfo se desvaneció ante el realismo de sus colaboradores. Su consejero más cercano, Rafael Zubarán Capmany fue terminante: corrían peligro si se quedaban en la ciudad de México; no había otra que irse a Veracruz.

-Pero, ¿Y qué haremos en Veracruz? inquirió De la Huerta.

-La revolución, señor. La revolución.

LA FUGA, EL CALLEJÓN SIN SALIDA

Tal vez Adolfo de la Huerta no quería asumirlo, pero en el momento en que tomó el tren para irse a Veracruz, estaba escapando y empezaba a enfrentar a sus destino. Renuente, todavía iba diciendo que él no iba al puerto para encabezar la sublevación. Además, él no corría peligro quedándose en la capital. Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles eran amigos viejos, compañeros de tantas luchas… “me quieren como a un hermano y no se atreverán…”

Pero sus colaboradores le hicieron ver que Álvaro Obregón no solía tentarse el corazón para quitar del camino -y del mundo de los vivos- a todo aquel que estorbaba sus planes. En esas discusiones, fue que Adolfo de la Huerta, acompañado por Zubarán Capmany y Jorge Prieto Laurens, tomó en la Villa de Guadalupe el tren que lo llevaría a Veracruz- Llegó en la madrugada del 5 de diciembre. La última edición de El Mundo que dirigió Martín Luis Guzmán antes de salir huyendo hacia la frontera norte, alcanzó a dar la nota: “De la Huerta llegó a Veracruz”.

Y aún en el puerto, De la Huerta insistía: no deseaba aparecer como la cabeza de una rebelión. Quienes lo seguían empezaban a exasperarse. La resistencia de don Adolfo era una extraña mezcla de espíritu democrático e ingenuidad política. ¿Quería esperar, acaso, a que lo mataran antes de las elecciones? Decidieron darle “un empujoncito” que ya no le dejara otro camino, otro destino que la fuga hacia adelante.

Jorge Prieto Laurens preparó el “empujoncito”. Prieto era un personaje peculiar: en 1917, había fundado el Partido Cooperatista, en unión de diversos líderes estudiantiles y apoyados por el entonces Secretario de Gobernación, Manuel Aguirre Berlanga. En sus orígenes, el Cooperatista fue un partido carrancista que, con el paso del tiempo, había ganado posiciones importantes, como casi todos los ayuntamientos del Distrito Federal y algunas gubernaturas. En 1923, Prieto Laurens, que en algún momento apoyó la candidatura de Plutarco Elías Calles, había sido electo gobernador de San Luis Potosí.

Precisamente, en su calidad de gobernador potosino, Prieto Laurens redactó en Veracruz un documento al que llamó “Plan de Xilitla”, donde, en su calidad de gobernador constitucional de San Luis Potosí, se declaraba en rebelión ante el gobierno obregonista y reconocía a Adolfo de la Huerta como el líder de la sublevación militar en contra del mal gobierno federal.

Pero era solo una parte del plan. Luego, Prieto Laurens se fue derecho a la redacción del periódico más importante de Veracruz, El Dictamen, a donde llevó, en bandeja de plata, la nota que nadie más tendría y que fue la nota de ocho columnas la mañana del 6 de diciembre:

“Estalló aquí la revolución: el general Guadalupe Sánchez desconoce a Obregón y don Adolfo de la Huerta es declarado jefe supremo del movimiento revolucionario. Prieto Laurens lanza la primera proclama”.

Ya no había camino de regreso. La rebelión delahuertista estaba en marcha.

AMARGO DESAYUNO

A Adolfo de la Huerta se le atragantó el café cuando leyó la primera plana de El Dictamen, ese 6 de diciembre de 1923. Nada sabía y nada se imaginaba de las maniobras de Prieto Laurens. Naturalmente, le reclamó con acritud, pero ya no había otra que respirar profundo y seguir adelante. Ese mismo día, la marina del Golfo anunció que se sumaba a la rebelión. Guadalupe Sánchez, en unión del comandante general de la marina, Hiram Toledo, y de Alfonso Calcáneo, jefe de infantería, produjeron otra proclama donde desconocieron al gobierno de Obregón. De mala gana, pero acorralado, Adolfo de la Huerta accedió a convertirse en jefe de la rebelión que llevaría su nombre y que estaba condenada al fracaso.

(Continuará)