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De cómo Pedro Armendáriz eligió a la muerte
México, 1963. Se trataba de un actor que parecía tenerlo todo. Hasta que empezaron los dolores, hasta que los médicos le dijeron la verdad. Un cronista de hace 61 años no pudo menos que pensar en el hombre que había encarnado a Pancho Villa: había preferido matarse antes que padecer la agonía de largo plazo.Bertha Hernández -
Sospechas que nunca se disipan:la muerte de Carlos A. Madrazo
Desde hace siglos que el recelo y la sospecha forman parte de la cultura política de este país. Se dijo en el siglo XVIII que el virrey Gálvez había muerto envenenado; que Nicolás Bravo y su esposa también habían sido envenenados en 1854, que el feroz Maximino Ávila Camacho, eterno suspirante por la presidencia que sí había alcanzado su hermano, había muerto con una pequeña ayuda externa, justo cuando creía tener el máximo poder al alcance de su mano. Pero hay otras historias donde ese máximo poder político es el sospechoso principal.Bertha Hernández -
Tragedia en el Pico del Fraile: la estrella, el político, el fotógrafo
Un accidente aéreo es, siempre, terrible. Pero hay ocasiones en que la tragedia alcanza a tocar la sensibilidad popular y el drama se vuelve colectivo; nadie deja de enterarse. Hay ocasiones en que el azar reúne a un puñado de celebridades, de personajes prominentes, que están destinados a compartir el momento de la muerte. Es tal la reunión de personajes, que algunos alcanzan a salvarse. Solo conservan en el alma un leve arañazo, recordatorio de la fragilidad humanaBertha Hernández -
Todo por los hijos: el asesinato de Eloy Vallina
No hay padre o madre que no desee lo mejor para sus retoños, y que se sienta plenamente justificado para opinar o actuar respecto de lo que puede ser un futro promisorio para ellos. Pero, se sabe, en materia de pasiones y enamoramientos no hay mandato paterno que se imponga, y a pesar de las buenas intenciones, las cosas son como son. Y a veces, esa ruta de buenas intenciones, de las que se dice está empedrado el camino hacia el infierno, hacen alto en estaciones trágicas, donde aguarda la muerte inesperada.Bertha Hernández -
Muerte en la Casa de los Azulejos
Cuando parece que todas las reglas se rompen, aflora lo mejor y lo peor de la condición humana. En tiempos virreinales, la costumbre de andar por las calles con el rostro enmascarado en los días de Carnaval, equivalía a un “todo se vale” que derivaba en numerosos romances fugaces y clandestinos. Los tumultos y sublevaciones hacían que el pueblo se desparramara por las calles, desquitándose de décadas de marginación. Pero el rencor no solo era patrimonio de los más pobresBertha Hernández -
Jaime Torres Bodet, el ilustre suicida
Un suicidio siempre es desconcertante, profundamente inquietante. Deja al borde de un abismo a quienes fueron cercanos al que decide dejar esta vida por su propia mano. La tradición cristiana envía a quienes eligen esta muerte a algún punto de oscuridad sin posibilidad de redención. Pero, en el mundo de los hombres, ¿qué se hace cuando el fallecido es un prócer contemporáneo, un constructor de la vida moderna? Esa pregunta flotaba en el aire en el México de hace cincuenta años.Bertha Hernández -
A hierro mata, a hierro muere: el final de un huertista
El falso hijo, o el falso sobrino o el íntimo amigo de Victoriano Huerta ignoraba lo que hoy llamamos “karma” y que, sin embargo, operó sobre él. A pocos meses de cometer uno de los peores asesinatos derivados del cuartelazo que derrocó a Francisco I. Madero, el “ingeniero” Enrique Zepeda abrió la boca y echó a volar sus demonios internos. Obnubilado por el alcohol o por la droga, el hombre, ex alumno del Colegio Militar, fue enviado a la muerte por el mismo hombre al que creyó complacer con sus hazañas criminales.bertha hernández -
La monja suicida y su amante asesinado
Quien hoy día pase por la calle de Belisario Domínguez y mire el enorme templo de La Concepción, y perciba el descuido del rumbo, la tierra de años, los indigentes acurrucados en sus muros viejos de siglos, difícilmente podría adivinar de que un día fue la iglesia adyacente a uno de los conventos más ricos y poderosos de la Nueva España. La Concepción poseía numerosas fincas, y los terrenos de sus claustros se adornaban con una rica y hermosa huerta. Nada de eso existe ya, salvo la memoria de un suicidio por amor, detonado por la ambición de los hombres.Bertha Hernández -
Jorge Cuesta: un poeta atrapado en la locura
Cuando finalmente se quitó la vida, no importó a la fuente policiaca de la ciudad de México que se tratara de uno de los poetas notables de aquellos días. La nota roja es exigente, y la historia, atormentada y trágica de aquel veracruzano resultó apetitosa para los redactores de la época. Hubo, incluso, alguno que presumió, desde las páginas de su diario, ser el único que se había ocupado de aquella muerte para convertirla en tinta y papel de periódico.Bertha Hernández -
Los castigos inquisitoriales: fuego, cárcel y tortura hasta por bailar
Si algo tenía bien instrumentado el Tribunal del Santo Oficio de la Nueva España, era su aparato burocrático. Escribanos, copistas y archivistas al servicio de los señores inquisidores hicieron tan bien su trabajo, que hoy día, cuando se vuelven a leer esos papeles, viejos de siglos, es posible ver el alcance de las penas corporales y los castigos públicos que pretendían que hombres y mujeres escarmentaran en cabeza ajena, a la vista de la sangre y la hoguera.Bertha Hernández -
El Sapo, un multiasesino insólito
Sin duda, era uno de los personajes más perturbadores que habitaron en la Penitenciaría de Lecumberri. Con desparpajo, narraba un rosario de crímenes, sin el menos asomo de inquietud, vergüenza o culpabilidad. Es más, estaba orgulloso de algunos de aquellos sucesos. Tanto, que hasta ensayó su autobiografía.Bertha Hernández -
Muerte en el Río Bravo: así terminó el general Lucio Blanco
La llegada al poder de los sonorenses dejó un rastro de rencores que, como brasas, siguieron ardiendo por mucho tiempo. Entre esos enconos, estaban los de los carrancistas, que nunca tuvieron temor de señalarlos, en voz alta, como los asesinos de don Venustiano. Álvaro Obregón llevaría adelante su presidencia, con la constante sombra de sus enemigos. A todos, el presidente manco les respondería con violencia brutal.Bertha Hernández -
Gloria y muerte del general Rafael Buelna, “El Granito de Oro”
Enero de 1924 estaba lleno de muerte. La rebelión delahuertista desató la furia de los obregonistas en el poder. A pesar de la dispersión, y de la ausencia de un mando efectivo que diera coherencia y capacidad, la sublevación militar logró, en algunas regiones del país, avanzar y hacerse de pueblos y ciudades. La incursión rebelde en el Bajío les costó la vida de un joven general del que sus cercanos aseguraban que tenía madera de héroe. Pero, se sabe, los elegidos mueren a corta edad.Bertha Hernández -
Tiempo de venganzas: la muerte de un ex secretario de Gobernación
La Decena Trágica y los asesinatos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez no solo interrumpieron una incipiente democracia; provocaron una sucesión de ajustes de cuentas, de cobros de agravios pendientes, fueran reales o imaginarios. Muchos de ellos terminaron en algunos de los asesinatos más terribles de nuestra historia política. Pero en ese remolino de violencia también se sembró la semilla de nuevos rencores que se saldarían a la vuelta de pocos añosbertha hernández -
El frágil equilibrio y la tragedia del faquir Wieckede
A pesar de la guerra mundial, a pesar de los crímenes de Goyo Cárdenas, la ciudad de México no perdía capacidad de asombro en el lejano 1943. El alboroto empezó a crecer en el verano de 1943, cuando un peculiar aventurero, que se decía capaz de actos deslumbrantes, anunció su máxima hazaña, la que le permitiría retirarse con los bolsillos repletos de dinero. Todo el mundo lo admiraría: el Fakir Harry se convertiría en un personaje inolvidable. No imaginó la forma en que pasaría a la crónica inmensa de la capital del paísbertha hernández -
Hoguera para Cotita, La Estanpa y muchos más: historia de una persecución
Hoy día hablaríamos de crímenes de odio. Pero hace poco más de 350 años, formaba parte de la vida, y de la impartición de justicia, perseguir y castigar a quienes veían y vivían la vida de otra manera. Una vez más, había castigos corporales de gran violencia, para que nadie pensara que estaba fuera del alcance de la justicia del virrey y de la vigilancia de la Inquisición. Entre 1657 y 1658, la inquisición novohispana enjuició a más de 100 varones homosexuales y varios de ellos murieron quemados, declarados culpables de cometer “el pecado nefando”.Bertha Hernández -
Sangre en la Plaza Mayor: crímenes y castigos ejemplares
Quizá el crimen más famoso de los trescientos años de orden virreinal fue el del comerciante Joaquín Dongo, en la Nueva España. En él, como en tantos otros, se esperaba que las sanciones disuadieran a cualquier otro desocupado a cometer actos ilícitos. Por eso, y porque convenía que a los virreyes se les temiera antes que respetarlos, los grandes castigos de aquellos días eran públicos y brutalesBertha Hernández -
Las 781 cicatrices de María de Jesús Gress
Hay historias oscuras que no terminan en muerte, pero no por ellos son menos violentas. Un día de invierno de 1930, una mujer sintió que estaba cerca del abismo, y pidió atención médica. Lo que descubrió el galeno que la examinó reveló un infierno que duraba ya casi una década.Bertha Hernández -
La solitaria muerte de Abraham González
En la debacle que desencadenó el golpe militar de Victoriano Huerta, la muerte, como la huella que genera una piedra arrojada al agua, se expandió, lenta pero segura, por todo el territorio mexicano. Las primeras víctimas serían los maderistas de la primera hora. Donde quiera que estuvieran, en la posición política en que se encontraran. Todos, a los ojos del huertismo, eran muy peligrosos. Había que desaparecerlos antes de que alcanzaran a reaccionar.Bertha Hernández -
“Dead bandit”: así mataron a Pascual Orozco
Para las narrativas convencionales de los movimientos revolucionarios, aquel maderista de la primera hora, chihuahuense, se convirtió en traidor desde el momento en que criticó los lentos procesos del maderismo triunfante. Proscrito como rebelde, se convirtió en el terror de los capitalinos. Cuando le llegó la muerte, fotografiaron su cadáver como el de un delincuenteBertha Hernández