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Sangre de estrellas: los asesinatos de Ramón Gay y Agustín de Anda

Aquel 1960, el inicio de una década que sonaba a inminente modernidad, tuvo escándalos sonados, historias de violencia y muerte que hicieron las delicias de los reporteros de nota roja. Oscuro fue mayo aquel año para todos los aficionados al cine y a las novedades que ofrecía el mundo de la farándula, porque con diferencia de pocas horas, dos hombres jóvenes y famosos fueron asesinados. ¿Las razones? Las pasiones desatadas, el llevado y traído honor. Nada cambia en la condición humana, y menos en un país que todavía no se desprendía de un profundo conservadurismo.

Historias sangrientas

Un equívoco y los celos del esposo de la actriz Evangelina Elizondo le costaron la vida a uno de los galanes cinematográficos de la época: Ramón Gay (d)

Un equívoco y los celos del esposo de la actriz Evangelina Elizondo le costaron la vida a uno de los galanes cinematográficos de la época: Ramón Gay (d)

El inicio de la agitada década de los sesenta del siglo pasado tuvo su parte violenta: aquellos primeros años, en los que México vivía la Guerra Fría y una fuerte corriente anticomunista se percibía en muchos ámbitos de la vida cotidiana, también fueron el escenario de escándalos, suicidios y asesinatos notorios. Una rubia modelo se suicidó, dejando una nota de despedida nada menos que para el mundialmente famoso Mario Moreno, el célebre Cantinflas. Como treinta años antes, una autoviuda se hizo famosa en todo el país. Pero nada se comparó con dos asesinatos, cometidos con pocas horas de diferencia. No bien se terminaban los funerales del actor Ramón Gay, las primeras planas de los periódicos ya pregonaban el asesinato, en un centro nocturno, del joven y prometedor Agustín de Anda, nada menos que a manos del padre de su prometida, la reina de belleza y triunfante actriz, Ana Bertha Lepe.

La prensa se dio vuelo con las notas de esos dos asesinatos, ocurridos con pocas horas de diferencia. Las dos víctimas eran jóvenes y atractivos actores, y sus muertes violentas escandalizaron al país.

La prensa se dio vuelo con las notas de esos dos asesinatos, ocurridos con pocas horas de diferencia.

El país se estremeció con la muerte de las dos jóvenes estrellas. Los dos actores asesinados habían encontrado su fin en el mismo coctel mortal: una mezcla de pasiones y valores arraigados en la vida cotidiana de los mexicanos. Furia, celos, la defensa del honor, una fórmula que, al hurgar en los archivos criminales y en los periódicos de otros siglos, es siempre la misma, y solamente acarrea dolor y sangre derramada.

Esa mezcla mortal se manifestó en dos personajes: un exmarido frenético, y un hombre maduro, padre de una reina de belleza. Se habló de celos desmedidos, de ira vengadora; se insinuó el drama eterno que detonaba la pérdida de la virginidad sin la bendición matrimonial. Ese era el México de 1960, donde los grandes almacenes departamentales pagaban planas de publicidad para anunciar “la temporada” de primeras comuniones; donde ser tildado de “comunista” le podía costar el trabajo a quien fuera señalado con tal etiqueta. Era un país en el que la evolución de los códigos penales había transformado algunas cosas, para bien, como los derechos civiles de las mujeres.

Lo que no había desaparecido eran los viejos valores por los que los habitantes del siglo XIX se habían batido en innumerables duelos, y que se resumían en una sola expresión: la defensa del honor. Y si bien hacía mucho que no había duelos, el honor, siempre el honor, había sido el gran concepto que permitió absolver autoviudas o disminuir las sentencias de homicidas confesos. El honor y su defensa, en la segunda mitad del siglo XX, seguía siendo uno de los ayudantes preferidos de la muerte.

LOS CELOS QUE MATARON A RAMÓN GAY

Se terminaba mayo de 1960. Ramón Gay triunfaba en la pantalla grande por su actuación, al lado de María Félix, en la película “La estrella vacía”. La noche del 28 de mayo, fue a cenar con una amiga, Evangelina Elizondo, famosa cantante y actriz, con quien compartía créditos en la obra de teatro “Treinta segundos de amor”. Lo que no advirtieron es que los seguía el ex esposo de Elizondo, el ingeniero petrolero José Luis Paganoni, quien cuando vio que el auto de Gay se estacionaba a las puertas del domicilio del actor, en la calle de Río Rhin, llegó y pretendió llevarse a la actriz, entre golpes e insultos.

El profundo conservadurismo de la época convirtió a Evangelina Elizondo en una víctima. Fueron muchas las voces que la señalaron como la

El profundo conservadurismo de la época convirtió a Evangelina Elizondo en una víctima. Fueron muchas las voces que la señalaron como la "verdadera culpable" de la muerte de su amigo, Ramón Gay.

-¡A una señora no se le pega!, alcanzó a decir Gay, interviniendo en defensa de Evangelina, quien, después contaría cómo Ramón le dijo a su ex marido: “vamos a ver quién puede más”, y bajó el auto para enfrentarse con Paganoni, quien, por toda respuesta, Paganoni sacó una pistola y disparó cuatro veces.

Dos balas reventaron la llanta del auto de Evangelina, estacionado adelante del de Gay. Otra mató al pájaro enjaulado de un departamento vecino, y una atravesó el antebrazo de Ramón Gay y se alojó en su vientre. Entre Evangelina y algunos testigos del ataque, subieron al actor al auto de ella y lo llevaron a urgencias del Hospital Rubén Leñero. Allí murió Ramón Gay pocas horas después.

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En ese México todavía muy conservador, al tiempo que se publicaban notas y notas donde se lamentaba la carrera violentamente truncada de Gay, se desató una oleada de críticas contra la causante indirecta del roce que le costó la vida al actor: se puso en duda la buena reputación y “la decencia” de Evangelina Elizondo.

Llovieron las críticas y los juicios morales sobre Evangelina Elizondo, a cual más desmesurado. Docenas de lo que hoy llamamos “opinadores”, y cientos de mexicanos de a pie la consideraron “culpable” de la muerte de Ramón Gay.

Poco a poco afloraron los detalles del crimen: avanzaban las investigaciones y se intensificaba la búsqueda de Paganoni, quien se ocultó por espacio de un mes. Para cuando fue localizado, el país entero sabía que el ingeniero era bígamo, que golpeaba y maltrataba a Elizondo y que se negaba a darle la pensión de la hija pequeña que tenían.

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EL HONOR BURLADO DE ANA BERTHA LEPE

“Lo maté porque tuvo el descaro de decir que ya se había burlado del honor de mi hija y de mi familia”, declaró Guillermo Lepe al presentarse ante las autoridades después de haber matado a tiros al prometido de su hija Ana Bertha, el actor Agustín de Anda.

Para 1960, Ana Bertha Lepe, Miss México 1954 y cuarto lugar en el certamen Miss Universo de ese año, era ya una de las actrices jóvenes preferidas del público mexicano. Al empezar la década de los sesenta, tenía un show “hawaiano” en uno de los cabarets de moda, “La Fuente”. Era sabido por todo México que faltaba poco para que contrajera matrimonio con de Anda.

Era público y sabido que la ex reina de belleza y el joven actor estaban comprometidos para casarse.

Era público y sabido que la ex reina de belleza y el joven actor estaban comprometidos para casarse.

Según declaró Guillermo Lepe –hermano, por cierto, de una de las víctimas de la ruta de locura de Higinio Sobera de la Flor- , Agustín de Anda habló de aplazar la boda. Se hicieron de palabras. De Anda quería que Lepe, en su papel de padre y representante de Ana Bertha, sacara a la muchacha del trabajo en el cabaret, y, si eso no ocurría, “que cada quién hiciera su vida por su lado, porque su hija ya ha sido como mi mujer”, dando a entender que la pareja ya había tenido relaciones sexuales. Otras versiones aseguraron que de Anda no amenazó con cancelar la boda, pero sí que deseaba que Ana Bertha dejara el cabaret.

La revelación ofuscó a “papá Lepe”, como le llamó la prensa. Ana Bertha echó a correr a su camerino, y los dos hombres caminaron al estacionamiento. Allí, Agustín de Anda hizo ademán de sacar un arma. Pero Lepe actuó más rápido. Eran años en que aún era cosa común que los varones anduvieran armados, aún en la capital mexicana. El padre de Ana Bertha disparó dos veces contra el actor. Una de las balas le atravesó el cráneo.

Lepe, argumentando haber salido a la defensa del honor mancillado de su hija, fue convincente a los ojos del juez y de buena parte del México de entonces. Lo sentenciaron a 10 años de prisión, que, tras una apelación se redujeron a ocho y que en realidad solamente fueron cinco años y cinco meses.

Siempre se dijo que, en realidad, “papá Lepe” no deseaba la boda de su hija y que De Anda sí quería casarse. Muchos dijeron que, siendo el representante de Ana Bertha, Guillermo Lepe iba a extrañar las comisiones que le tocaban por todos los contratos que firmaba su hija.

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Pero en el México de 1960, donde la virginidad femenina era tan preciada y custodiada como en el siglo XIX, el argumento de “papá Lepe” fue muy bien visto por muchos señores, respetables jefes de familia: “¿Qué padre que se precie de querer a sus hijas no haría lo mismo?”