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La tragedia se desvanece en Tultepec

La iglesia permanece con las puertas cerradas por largos periodos ◗ En el pueblo la explosión de puestos de pirotecnia ya no es noticia ◗ Son pocas las viviendas que muestran un moño negro

Bomberos combaten incendio en zona urbana
Bomberos combaten incendio en zona urbana Bomberos combaten incendio en zona urbana (La Crónica de Hoy)

Puede ser que algunas tragedias sean más fuertes para quien las ve de lejos que para quien las vive de cerca. Tultepec, este pequeño pueblo que se vio inmerso en la desgracia por la explosión del mercado de San Pablito, el 20 de diciembre, lo demuestra.

Incluso la iglesia de Santiago Apóstol, un sitio ideal para pedir por los muertos, permanece con las puertas cerradas por largos periodos.

Para los habitantes del municipio la vida ha comenzado a normalizarse. Algunas escenas parecen dar cuenta de que se hizo una corrección en el calendario: del 19 de diciembre, se salta ahora al día 21. La noticia que dio la vuelta al mundo, la gran explosión de puestos de venta de pirotecnia, no es noticia aquí.

Las calles están en calma excepto por la presencia de los vehículos de la Policía, tanto Federal como Municipal, así como las camionetas con militares armados a bordo.

La gente los mira y saben, dicen, que cuando acabe la limpieza de San Pablito, se han de ir y, ahora sí, todo volverá a la rutina, al orden.

Las mujeres caminan a prisa, la mayoría de ellas con la bolsa del mandado.

Los niños juegan, disfrutan sus vacaciones, pues cuando fue el accidente ellos aún estaban en clases y muchos desconocen la magnitud del evento; saben que algo pasó, pero no piensan en ello, lo único que les interesa es divertirse.

Con sombrero puesto y bota vaquera, hombres caminan también por las calles, otros se fuman un cigarrillo mientras platican sentados en las bancas del pequeño parque que está en el pueblo. Bromean, juguetean y ríen a carcajadas. 

“Deme un litro de pulque, el calor está cabrona”; “¿qué harás pa’l Año Nuevo?”; “nos vemos mañana”, son algunas de las cosas que se escuchan por las calles del pueblo. La vida sigue.

En esta población, que tuvo hasta hace ocho días un mercado de pirotecnia y en el que no existe uno para sentarse a comer una quesadilla o comprar verduras y carne, pocas viviendas muestran un moño negro.

Cuando algunos pobladores hablan del tema, llegan a comentar que en los talleres en los que se fabrican los cohetones y que abastecían a San Pablito con regularidad se presentan accidentes. La explosión del mercado fue un eslabón en esa cadena de siniestros.

Al llegar a la calle Doctores, la que lleva a San Pablito, dos tambos naranjas y un mecate impiden el paso en auto, pero los policías indican la forma de conducir hasta alcanzar la parte trasera del extinto mercado. Además, hacen un pequeño informe de lo que se verá, si se visita el lugar de los hechos:

“Está bien fuerte, así que prepárese para lo que verá, no cualquiera aguanta el espectáculo”, dice un policía municipal mientras explica otra forma de llegar. 

La restricción en Doctores es exclusivamente vehicular, sólo pueden ingresar trascabos, camiones de carga y vehículos oficiales, sin embargo, se puede llegar caminando.

Los curiosos llegan y estacionan donde mejor les convenga. Caminan para ver la escena. El olor a pólvora quemada aún se percibe. Las pláticas hacen evidente que los visitantes son personas ajenas, que se arriman al alambrado para ver “qué tan fuerte estuvo el accidente” y “qué tan grande está el desmadre que dejó”.

Al alejarse del lugar, el olor a pólvora se va perdiendo, así como la sensación de estar en un pueblo en desgracia.

Algunos de los comerciantes del lugar tienen un pacto de silencio para no hablar del mercado así como de su reconstrucción. Quieren que “persista la tradición” y ya piensan en volver a levantar el mercado de San Pablito.

En algún momento cercano al mediodía, Doña Gertrudis le grita a Lorenzo, lo reprende una y otra vez porque “se le va la lengua cada que alguien llega a preguntar por la explosión”.

Cualquiera pensaría que en medio de la tragedia las puertas de la iglesia de Santiago Apóstol estarían abiertas para todo aquel que busca pedirle a Dios por lo sucedido en el mercado, por los muertos o los heridos. No obstante, justo a una semana de la explosión, se debe esperar a que el párroco abra las puertas hasta la tarde, para poder rezar y dejar cualquier tipo de ofrenda al santo que mejor le convenga.

En cambio, en el alambrado que delimita la zona donde se vendían juegos pirotécnicos, se pueden observar cientos de globos amarrados, un tanto desinflados, en color blanco y negro. Es una forma de tributo.

También hay pegadas cartulinas con mensajes de amor y solidaridad, pero no de los tultepeños, sino de personas de otros municipios que llegaron a la capital de la pirotecnia a ofrecer su apoyo y condolencias por lo ocurrido.

La vida sigue igual en Tultepec, ese pequeño pueblo que ha de seguir nombrado por el accidente de boca en boca, pero que en su interior ha comenzado a digerir la tragedia, a disolverla, a retornar a la vida de siempre.

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