hace muchos años, cuando se realizaba en Morelia un festival de poesía cada año, algunos de los participantes se habían conducido con exceso en las libaciones espirituosas; es decir, se habían emborrachado con singular tesón, fervor inusitado y ardiente frenesí, como decía un amigo mío de entonces.
Y todos lo sabemos, Baco y Venus siempre han hecho buena pareja, pero nada de eso ahora ocupará estas líneas.
A bordo de un autobús alquilado para los participantes y en camino a una de las muchas actividades del congreso, el poeta David Huerta (hoy pleno de galardones), amodorrado en los últimos asientos, fue interrumpido en sus meditaciones por alguien cuya curiosidad no hallaba satisfacción.
Le preguntó imprudente sobre la utilidad de la literatura.
Huerta le contestó: “…es el mejor pretexto para una vida disipada”.
Hoy las disipaciones de la literatura y en general del arte, son materia de curiosidad pública.
Ya sea por la audacia “gay” de poner a Emiliano Zapata como si fuera Freddy Mercury, a lomos de un potro de magnífica herramienta; desnudo, con sombrero rosa y tacones de aguja o por la pública ventilación de las sábanas debajo de cuyo blanco silencio se escribió con tinta invisible la historia de Elena Poniatowska y J.J. Arreola
Como todos sabemos esta develación tardía (innecesaria pues lo sabíamos todos) y al parecer inagotable pues a cada paso le salen nuevas protagonistas, versiones y cartas cruzadas, se inició—como tantas cosas en esa colmena chismosa de la cultura llamada Feria Internacional del Libro de Guadalajara—, con la presentación de la obra “El amante polaco” de la señora Poni, quien en páginas de indudable tono autobiográfico, se refiere a la adolescente joven deslumbrada por el Maestro a quien (como dice Catón), le entrega —con abuso y sorpresa indefensa—, la “impoluta flor de su doncellez”.
Como ese maestro no podía ser otro sino Juan José Arreola —casado, con hijos y veinte años más—, la familia del difunto, en un inexplicable arranque de altiva custodia del honor manchado a causa de tan aleves alusiones a las bondades del autor de Confabulario, inicia un pleitazo de lavanderas, verduleras o comadres.
La seducción de Arreola a la entonces joven y seguramente ingenua Elena, no se puede concebir como un asunto de alcoba sino en una mesa de pimpón. Al menos eso me contó, jactancioso, el difunto, cuyas historias de conquista —ahora se les llama abuso a secas— han sido legendarias en la chismografía de las letras mexicanas. Tanto como las aventuras de otros y otras, cuyos nombres ahora no vienen al caso.
Tita Valencia, otra de las mujeres cuyo testimonio ha aumentado la condena de esta leyenda negra de literatura, por la cual ahora se muestra al ocurrente e infatigable y verboso conquistador y coleccionista de “admiradoras” como un ogro, tiene una frase interesante reproducida por el diario Reforma en cuyas páginas se crea esta nueva versión del TV Notas:
“…Siempre tenía un coro de aquellas jóvenes alrededor. A todo ello se agregaba el maltrato verbal en términos de crueldad, que no de grosería. La crueldad de la que son capaces los hombres que dominan la palabra…”
Triste reflexión, pero no tanto como esta literaturizada versión de Poniatowska:
“…Soy joven, sonrío a todas horas, río con facilidad. Una tarde, a media clase, el maestro se yergue amenazante, flaco, los cabellos parados, un palo también dentro de su pantalón. Usted es un pavorreal que ha venido a pavonearse a un gallinero… su cuerpo, la expresión en su rostro, se distorsionan, es una calavera de José Guadalupe Posada, absolutamente distinta de la que admiré hace unos días; no sé si grita, camina como enjaulado. Me acerco a la puerta. Ah!, no, no es tan fácil, amenaza…”
Hoy los personajes de la cultura nos mueven a morbo, a compasión o a risa.
Ricardo Valero —mundano, culto, inteligente y muchas cosas más— sorprendido en una ratería insignificante en una librería de Buenos Aires, es la muestra más lamentable de a dónde nos pueden llevar las travesuras de la infancia senil.
No deja, por otra parte, de ser significativo el tema del libro hurtado por Valero: la vida de Casanova.
El gran burlador, el seductor inagotable, el autor de sentencia repetida por Kierkegaard, según la cual a las mujeres se les conquista en un minuto, se les seduce durante una hora y se les olvida por el resto de la vida.
Y quizá los hombres como Casanova (o el nostálgico Valero, quién sabe), olviden a aquellas de quienes abusan, o a las que conquistan o seducen, pero ellas nunca pierden la memoria y a veces, tampoco el rencor.
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