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Un fin de año accidentado, o de cómo los antiguos aliados de Madero se rebelaron

Apenas se acomodaba en su oficina, Francisco I. Madero se enfrentó a una dura realidad: algunos de quienes habían sido sus aliados en la revolución que acabó con el gobierno de Porfirio Díaz decidieron retirarle el apoyo, y con él la buena fe que los había convertido en una fuerza lo suficientemente grande como para sacar de la Presidencia al viejo general

Emiliano Zapata, el líder de la Revolución Mexicana
Emiliano Zapata, el líder de la Revolución Mexicana Emiliano Zapata, el líder de la Revolución Mexicana (La Crónica de Hoy)

Veinte días después de la llegada al poder de Francisco I. Madero, Emiliano Zapata se levantó en armas. Los que, por años, habían sido víctimas del despojo de tierras y de la vocación latifundista de las grandes haciendas, decidieron que no esperarían a que la voluntad democrática del pueblo y del congreso se tradujera en leyes nobles y justicieras. Así nació el Plan de Ayala. Pero el caudillo del sur no era el único inconforme. Unas cuantas semanas después, en el norte, Pascual Orozco se sublevaba.

Las dos rebeliones eran de una gravedad notable. Es cierto que, por esos mismos días, Bernardo Reyes andaba en el norte del país, llamando a levantarse en armas. Pero el reclamo del antiguo gobernador de Nuevo León atrajo a tan pocos seguidores, que su proyectado levantamiento se convirtió en un patético fracaso, pues sólo lo siguieron sus colaboradores más cercanos. El general Reyes, antiguo ministro de guerra, héroe de las guerras decimonónicas, acabó rindiéndose la Navidad de ese mismo 1911. Allí empezaba la ruta que lo conduciría, trece meses después, a la muerte.

La violencia que emanaban los antiguos aliados del nuevo Presidente, convertidos en sus contrincantes, era realmente peligrosa. En lo que tocaba al zapatismo, los campesinos de Morelos llevaban luchando desde febrero de 1911 y tenían una posición muy clara: no abandonarían las armas hasta que las tierras de las cuales habían sido despojados durante años, les fueran devueltas. Don Porfirio se había ido, se habían llevado a cabo nuevas elecciones y hasta había nuevo Presidente, y nada había cambiado. La insatisfacción de Zapata y de sus seguidores se tradujo en el Plan de Ayala, y lo que era una acción de defensa de intereses regionales, se transformó en un movimiento agrario con un profundo sentido social, que proclamaba al campesinado como el segmento poblacional más importante del país.

Pero Madero no emprendió ninguna acción militar de envergadura contra los zapatistas. Con instrucciones muy precisas y más bien benévolas, el mandatario envió al general Felipe Ángeles a controlar la situación, y, de hecho, el trato que recibieron los campesinos sublevados fue tan ligero y discreto, que la región no se incendió. A lo largo de 1912, las fuerzas zapatistas y las tropas oficiales sostuvieron breves enfrentamientos. Los zapatistas actuaban dispersos, en grupos pequeños. Así, el enfrentamiento, aunque de baja intensidad, duraría todo 1912.

LOS RECLAMOS DEL PLAN DE AYALA Y DEL PLAN DE LA EMPACADORA. Como lo reiteraría en marzo de 1912 el Plan de la Empacadora, firmado por Orozco y sus lugartenientes, el reclamo de estos antiguos aliados para con Francisco Ignacio Madero se resumía en una sola palabra: traición. El Plan de Ayala, documento fundacional del zapatismo, le reprochaba que, una vez ganado el poder, el olvido había caído en la defensa de los derechos ciudadanos.

Si se hace caso al texto original, incluso la gestión de Francisco León de la Barra había resultado perjudicial para el país, y, peor aún, todas las promesas políticas de Madero se habían convertido en una “sangrienta burla” contra el pueblo.

En algunos puntos, los planes zapatista y orozquista coincidieron: reprochaban a Madero el haber cambiado de compañero de fórmula electoral (Pino Suárez por Vázquez Gómez), y el nombramiento de gobernadores provisionales de manera vertical. Madero, concluía Zapata, había traicionado los principios revolucionarios y nuevamente se acercaba a los “científicos”, para entregarse en manos de ellos. Peor aún, aseguró que el Presidente era “inepto para realizar las promesas de la revolución” que él mismo había creado. En suma, juzgaban lapidarios los zapatistas, Madero era  “incapaz para gobernar”, y reconocía a Pascual Orozco  como “jefe de la revolución libertadora”.

La situación sirvió, esencialmente, para poner al descubierto las divergencias que, desde hacía mucho, tenían Orozco y Madero.

Pascual  Orozco, en aquellos primeros tiempos de la revolución, se había convertido en un líder autónomo, sin necesidad de abrigarse a la sombra del presidente coahuilense. A principios de 1912, el trato entre ambos personajes pasó del recelo a la más absoluta desconfianza. La proclama del chihuahuense, conocida como el Plan de la Empacadora, declaró a Madero traidor a la patria, por “falsear y violar el Plan de San Luis” y violar la soberanía de los estados al nombrar, “por la fuerza de las armas” a gobernadores interinos leales a él.

La rebelión orozquista se extendió con rapidez y en poco tiempo tuvo a todo Chihuahua en su poder. Orozco ejercía poder en Durango, Coahuila, Sonora, Zacatecas y su movimiento fue conocido hasta San Luis Potosí. En algunos momentos, el orozquismo gozó de tal fuerza, que se creyó seriamente que derribaría al gobierno maderista.

Hubo tiempos en que los capitalinos se despertaban con los rumores de una inminente llegada, por tren, de los hombres de Pascual Orozco. La lucha en el norte del país llamó la atención del gobierno de Estados Unidos, que no vaciló en restringir a los orozquistas la venta de armas y municiones y eso les impidió consolidar su poderío militar. No obstante, nunca dejaron de ser una amenaza, y por eso Madero envió tropas al norte para combatirlo. El hombre al que designó para encabezar aquellas acciones lo hizo con eficacia y alarde de violencia. Francisco Madero creyó sinceramente que tenía en ese hombre a un colaborador leal y efectivo. Ni por un momento se le ocurrió dudar del general Victoriano Huerta.

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