Opinión

Acapulco

El Acapulco que conocimos no volverá. No hay condiciones para que el puerto vuelva a ser el que fue. La devastación física y social ha sido demasiado grande.

Acapulco, devastado tras paso de huracán Otis

Acapulco, devastado tras paso de huracán Otis

Cuartoscuro

La cuestión, entonces, es qué tipo de ciudad sustituirá a la que Otis se llevó. Y hay un gran abanico de posibilidades. Alguna de ellas, de terror. Todo depende de qué tipo de políticas se apliquen.

Tendrá que ser un proceso por etapas. Y todas ellas son difíciles.

En el cortísimo plazo, será necesario terminar con la etapa actual, que es la de ausencia de autoridad, que ha lanzado mensajes contrastantes sobre cómo afrontar la crisis y que ha podido hacer muy poco, o nada, ante la violencia generada por la combinación explosiva de varios factores: muchas necesidades insatisfechas, expectativas rotas, dificultades de la fuerza pública para restablecer el orden y evitar la impunidad, y una arraigada cultura de la violencia. Lo que tenemos todavía es comunidades desesperadas por la lentitud de la ayuda, grupos de saqueadores y, de manera creciente, vigilantismo: ciudadanos que se defienden o “hacen justicia” por propia mano.

Es de suponerse que, mientras fluya la ayuda humanitaria, se restablezcan los servicios básicos y se vaya recobrando la presencia del Estado, se superará la parte más crítica de la emergencia. En la medida en la que las autoridades se aboquen a lo realmente importante (que no es la propaganda) esa parte se superará más rápido.

Pero la etapa de reconstrucción propiamente dicha va a tener varios problemas. El primero es que tomará mucho tiempo, por el tamaño de la destrucción y la insuficiencia de recursos. La clave es cómo cambiarán las cosas durante ese tiempo.

El primer punto es de todos sabido. La economía acapulqueña depende en gran manera del turismo -que no es solamente el de los hoteles- y de su consumo asociado. El turismo no volverá pronto, y cuando lo haga, será en un proceso paulatino. Eso significa, como varios comentaristas han señalado, que una parte importante de la población quedará sin su fuente de ingresos. Y eso será más grave en el sector formal de la economía.

Ese es un problema que no se resuelve multiplicando los apoyos del gobierno, -como lo sugiere la idea de adelantarlos desde ahora-porque se convertiría en un pozo sin fondo. Los apoyos siempre han sido complemento de los ingresos, no pueden ser lo único, y menos en el largo plazo. Serían mera supervivencia, en una situación en la que la gente ha perdido casi todo su patrimonio.

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El empobrecimiento súbito, por encima de la pobreza ya existente y la falta de oportunidades, se asocian, casi naturalmente con la descomposición social, de la que ya hemos visto vislumbres.

En esas circunstancias, no sería de extrañar una mayor presencia del crimen organizado, el verdadero carroñero, que ya estaba ahí, esperando su oportunidad. Es el tipo de espacios en los que estos grupos se apropian del poder real, aprovechando el vacío social y la falta de respuestas de parte de las autoridades.

Por lo mismo, la reconstrucción necesitará de muchísimo más dinero que el que inicialmente puede presupuestarse. Miles de millones de dólares que deben ser utilizados, también, para ocupar a la población que perdió su empleo en las propias tareas de rehacer la ciudad.

Si a este gobierno no se le da gastar dinero, porque ese va para sostener el zombi de Pemex y para las obras simbólicas, ahora sí tendrá que cambiar de perspectiva. De otra manera, el escenario infernal se asomará en Acapulco.

Otra de las patas con las que este gobierno cojea es la improvisación. Y una reconstrucción de Acapulco capaz de evitar la descomposición social también requiere de planeación. Sería un error tratar de reconstruir el puerto tal y como estaba, con colonias hechas en su mayoría sin lógica urbanística alguna y con una división social brutal en la existencia y los niveles de mantenimiento de los servicios públicos.

El Acapulco que conocimos y conocemos reflejaba un proyecto muy desigual de país, que es mejor no replicar.

Una reconstrucción de ese tamaño implica la combinación de esfuerzos privados y públicos. Es equivocado considerar que uno le quita espacio al otro. En casos como estos, poner la política y la ideología por delante es poner el burro delante de la zanahoria.

Se requerirán incentivos. Los pocos incentivos que hay para la inversión privada en Acapulco en estos momentos pueden acercarse a cero, debido a las expectativas de que vienen años de vacas flacas, precedidos por meses de vacas famélicas. Lo primero a evitar es una desinversión en el puerto.

En resumen, tras la crisis humanitaria de estos días y semanas, vendrá algo menos dramático, pero de lo que depende el futuro de más de un millón de mexicanos. Otro Acapulco, diferente y mejorado, es posible en el mediano plazo. Pero requerirá tiempo, dinero, esfuerzo y cerebro. En cambio, si pensamos que lo importante es la imagen del gobierno y su presidente; si nuestra perspectiva no llega más allá de 2024, los peores pronósticos se harán realidad y el que fuera un pujante destino turístico se convertirá en una pesadilla nacional.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez