Opinión

AIFA: opacidad, delirio, militarización

Sociedad y Poder

Firme y solemne, el general Gustavo Vallejo se para delante de la estatua ecuestre de Felipe Ángeles. “¡Es un honor recibirlo!”, le dice a la figura de bronce que tiene 10 metros de altura. Esa delirante escena forma parte de la película que el gobierno promueve para hacer propaganda al aeropuerto que inaugura este 21 de marzo.

General de Brigada, egresado de la Escuela Militar de Ingenieros, Vallejo ha estado a cargo de la construcción del aeropuerto en Santa Lucía. El sitio web de esa obra lo describe como un hombre que “confía en lo asible, en la norma, en los números, en la realidad que se comprueba una y otra vez”. Ese empeño en la racionalidad no impidió que el general Vallejo conversara con la estatua de Felipe Ángeles.

Esa mayúscula obra de ingeniería ha requerido de un gran esfuerzo de edificación, realizado por millares de trabajadores a las órdenes del Ejército. La propaganda oficial la presenta como resultado de una hazaña del “pueblo uniformado”. Con menos afectación, se puede decir que el aeropuerto es parte de la militarización de importantes segmentos de la vida pública.

El Ejército, junto con un dispendio de miles de millones de pesos, ha sido utilizado para satisfacer un capricho del presidente López Obrador. El presidente destruyó la obra que se edificaba en Texcoco y que llevaba un avance del 33% para demostrar que él es, y nadie más que él, quien tiene el poder en este país. López Obrador dice que aquel aeropuerto resultaba muy costoso pero lo que más le disgustaba era que esa obra, de innegable calidad, fue diseñada en gobiernos anteriores.

En el panfletario documental con el que publicita el Aeropuerto Felipe Ángeles, AIFA, el presidente dice que costará 75 mil millones de pesos y que, en cambio, el aeropuerto de Texcoco hubiera costado 300 mil mdp. Se lograron “225 mil millones de ahorro”, asegura.

López Obrador reconoce que al costo del aeropuerto cancelado “se puede agregar lo que se pagó a las empresas constructoras por no realizarse esa obra, tenemos un estimado de 80, de 100 mil millones… estamos hablando de un ahorro de 125, 130 mil millones de pesos”. Esas cuentas no cuadran con la información disponible acerca de los costos del aeropuerto fallido y, por decirle de alguna manera, el aeropuerto tullido que se inaugura en Santa Lucía.

Foto: Alberto García

Foto: Alberto García

El año pasado la Auditoría Superior de la Federación informó que la cancelación del Nuevo Aeropuerto en Texcoco, NAICM, costaría 332 mil millones de pesos. Tal cantidad incluye 163.5 mil mdp de gastos ya realizados y 168.5 mil mdp por la cancelación e intereses de bonos emitidos para financiar esa obra. Aquella cifra fue impugnada por el gobierno y entonces la Auditoría dijo que la cancelación costó 113 mil mdp.

Para rectificar la cifra inicial, la Auditoría descontó el pago de bonos que tuvieron que ser recuperados o liquidados por el gobierno, con todo y pago de intereses. Se ha estimado que esas erogaciones ascenderán al menos a 169 mil millones de pesos. La Secretaría de Hacienda dijo que esos compromisos serán sufragados con la Tarifa de Uso de Aeropuerto, TUA, del actual Aeropuerto Internacional y del nuevo, en Santa Lucía. Si se trata de gastos que el país debe hacer, entonces tienen que ser considerados en el costo por la cancelación.

Los recursos obtenidos con la TUA deberían servir para el mantenimiento de los aeropuertos. Si con ellos, en cambio, se paga la cancelación del NAICM, eso explica en parte el abandono en que se encuentra el saturado Aeropuerto Benito Juárez.

Así que la cancelación del aeropuerto en Texcoco no nos ha costado 80 o 100 mil millones como, con tanta vaguedad, dice el presidente. Por esa decisión tendremos que pagar una cantidad dos o tres veces mayor.

Tampoco es cierto que el Felipe Ángeles haya costado 75 mil mdp. El presupuesto inicial para construirlo era de 79 mil 305 mdp. Hasta ahora ha costado al menos 116 mil mdp, de acuerdo con datos publicados por El Universal el 15 de marzo.

Hace tres meses, la Agencia Federal de Aviación Civil reservó la información sobre aeronavegabilidad, planes de inversión y otros documentos del título de concesión del aeropuerto Ángeles, con el pretexto de evitar “un sabotaje” que podría arriesgar la construcción (El Financiero, 18 de noviembre). En ausencia de información completa y confiable, se mantienen las reservas de especialistas en aeronáutica que han expresado temores sobre la seguridad de las rutas de vuelo en torno a Santa Lucía y su compatibilidad con el aeropuerto Benito Juárez.

A pesar de la opacidad en la información sobre el AIFA, en noviembre pasado Latinus documentó la discrecional contratación de compras con empresas fantasma. Ahora los reporteros de ese medio, Isabella González y Mario Gutiérrez, encontraron que la Torre de Control del aeropuerto no tiene dictamen de seguridad estructural.

Sus constructores han querido que esa Torre de Control sea un emblema de la militarización del aeropuerto. Un video en el sitio web de esa obra explica que el alargado edificio de 88 metros representa al Macuahuitl, un arma de los guerreros mexicas que consistía en un palo de madera incrustado con piedras de obsidiana. Ese garrote prehispánico podía “generar laceraciones sumamente fuertes que en ese tiempo eran difíciles de curar y producían la muerte del enemigo”, explica un militar en ese didáctico video.

La misma Torre es el eje de un conjunto que, visto desde el aire, imita la figura de un Chimalli. Ese era el escudo que traía cada guerrero águila, que “era un representante de esa población, era el líder y era el que defendía al pueblo en aquellos tiempos”.

Si se sugiere que los militares son los líderes de la sociedad, es porque el presidente les ha conferido un arriesgado protagonismo con tal de edificar a toda prisa obras innecesarias, improvisadas y onerosas, que satisfacen su delirante megalomanía a costa de destruir parte del patrimonio nacional.