Opinión

La debilidad del obradorato

Es común oír hablar que el presidente, Andrés Manuel López Obrador, ha acumulado un gran poder; incluso más poder que el de los mandatarios del Régimen de la Revolución quienes, por cierto, poco a poco, fueron aceptando la transición a la democracia; vale decir, el equilibro de poderes, la existencia de órganos constitucionales autónomos y el diálogo como método para garantizar la gobernabilidad del país. En sentido opuesto a esa tendencia democratizadora, López Obrador ha doblegado a los otros dos poderes de la Unión, es decir al Legislativo y al Judicial. La antigua expresión “potestas superiorem non recognoscens” utilizada en el derecho constitucional para indicar a los supremos órganos del Estado que, puestos en una posición de independencia e igualdad entre ellos, no están sometidos a algún poder superior, con López Obrador no tiene cabida. Es más, el principio fundamental del Estado democrático liberal de que el poder debe estar sometido a la ley, tampoco ha sido respetado por el tabasqueño. No sólo se trata del renacimiento de los poderes metaconstitucionales del viejo régimen (ancien régimen), sino de un poder arbitrario En efecto, desde el inicio de su mandato López Obrador ha hecho lo que se le ha pegado la gana. A eso Max Weber lo llamó sultanato (Id., Economía y sociedad, tomo I, México, FCE, 1977, p. 185); esto es, el predominio del poder personal sobre el poder legal-institucional.

Cerró el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) ubicado en Texcoco que tendría 110 entradas (el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles tendrá solamente 10 entradas); canceló las estancias infantiles, y dio por terminado el Seguro Popular. ¿Por qué? Por sus pistolas. El argumento que esgrimió fue que eran focos de corrupción. Ese San Benito se lo ha endilgado a todo aquello que no le parece bien, como los fideicomisos, los órganos constitucionales autónomos o las organizaciones de la sociedad civil; es decir, lo que salga de su ámbito de control es susceptible de ser señalado por el dedo flamígero del todopoderoso.

El hombre de Tepetitán se ufana de que ganó la presidencia de la república con 30 millones de votos; ahora su partido Morena controla 15 gubernaturas y 19 congresos estatales. Se le olvida que el padrón electoral en 2018 tenía 90 millones de ciudadanos, de tal manera que dos de cada tres mexicanos no votaron por él. Tiene un déficit de legitimidad.

Además, en las elecciones del 6 de junio de 2021 perdió la mayoría calificada en la Cámara de Diputados; la oposición controla nueve alcaldías en la capital.

Convengamos en que López Obrador ha concentrado sus esfuerzos en mantener un alto nivel de popularidad. El mecanismo preferido para llevar a cabo este cometido son sus “mañaneras” que, en realidad, se han convertido en un púlpito desde el cual el Pontífice lanza acusaciones sin fundamento, descalifica a los oponentes (neoliberales, conservadores, deshonestos), se perdona los pecados (presuntos delitos) cometidos por sus familiares y su círculo cercano.

El problema es que, por estar distraído en la autoafirmación (síntoma inequívoco de inseguridad), se le ha olvidado gobernar: la pandemia hace tiempo que se le fue de las manos. México ocupa el primer lugar a nivel mundial en muertes del personal de salud por Covid-19; estamos en los últimos lugares entre los países que hacen pruebas (test) para detectar a tiempo a las personas infectadas por el virus SARS-COV-2. Aparte de que nuestras autoridades sanitarias no han planteado una política pública efectiva contra la epidemia; más bien se han dedicado a contradecir lo que Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la Organización Mundial de la Salud, indica como directrices a seguidas contra el Covid-19.

Después de dos años de pandemia el personal de salud está cansado y desalentado en vista de la poca atención que, por parte del gobierno federal, se ha brindado a los servicios hospitalarios. Allí se padece el desabasto de equipo quirúrgico, batas, caretas, cubrebocas, gel sanitizantes.

Otra expresión de ingobernabilidad es la creciente presencia del crimen organizado. Zonas enteras del país están controladas por los cárteles de la droga. Valga como ejemplo lo que recientemente sucedió en Fresnillo, Zacatecas. Allí fueron dejados diez cadáveres esparcidos cada diez metros. Otros seis cuerpos sin vida fueron encontrados en una bodega en la localidad de Pánfilo Natera. “Tras conocerse la noticia, el gobernador David Monreal reconoció que el estado vive ‘el peor clima de seguridad de toda su historia’.” (France 24, 06/02/2022).

No hay día en que no sepamos de algún crimen o masacre perpetrados por las bandas de mal vivientes o sus extensiones como el caso del tráiler sin conductor que los normalistas, de Ayotzinapa dejaron ir contra de un módulo de turismo en la Caseta de Palo Alto, en la Autopista del Sol. Abelina López, alcaldesa de Acapulco dijo que no había delito que perseguir porque el tráiler venía sin chofer (¡recórcholis!). Sabemos, desde hace tiempo, que Ayotzinapa está infiltrada por el crimen organizado.

Intelectuales como Roger Bartra y Jean Meyer han dicho que López Obrador quiere restaurar el autoritarismo presidencial propio del Régimen de la Revolución. Se les olvida que ese autoritarismo tuvo como base de sustentación un Estado grande y fuerte; en contraste, lo que hoy tenemos es un Estado pequeño y débil. Además, el propio López Obrador se está encargando de demoler a las instituciones públicas. Luego entonces, no puede haber presidente fuerte con Estado débil.

Andrés Manuel López Obrador, pese a la puesta en escena que ha montado para aparentar fuerza, en realidad es un presidente débil que está haciendo caer a México en la ingobernabilidad.

Foto: EFE

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