Opinión

Las dimensiones del ridículo

No se necesita mucho. Simplemente un poco de dignidad. Tampoco vendría mal un ápice de decencia, y si nada de esto hubiera a la mano, pues resulta simple hacerse de un puñado de habilidad.

Si no se tiene nada de eso, entonces la política se convierte en el arriesgado sendero por donde se llega inevitablemente al domicilio del ridículo y quien ahí se aloja, perderá (si lo tenía), el respeto de los ciudadanos.

Y eso le ha sucedido a los militantes del Partido Naranja, conocido por sus aspiraciones “Movimiento ciudadano”, organización comandada por el veterano Dante Delgado, quien sin respeto al calendario y su propia historia, agita la banderita de la juventud con cuya (falsa) potencia quiso irrumpir en el escenario nacional con la gracia de una libélula fosforescente para derrumbarse con la pesadez de un paquidermo lisiado.

El desastre de Nuevo León y la desorbitada aventura del binomio Dante-Fosforito, nos deja muchos temas para la reflexión. Y también una enseñanza fundamental: la primera obligación de un político profesional es evitar el ridículo.

Samuel García y Mariana Rodríguez

Samuel García y Mariana Rodríguez

FB Samuel García

Pero en esa categoría, se hartaron todos.

Dante Delgado, estimulado por la falsa oposición al Palacio Nacional, quiso pasarse de listo. Y se cayó al agua.

Con un gran sentido de la ironía bautizó a los demás partidos, especialmente a los aliados, como el Titanic y les pronosticó el naufragio, pero sin contar con un detalle: él mismo iba a bordo. Y su chalupa se sumergió como el Kursk.

Su entenado, un ocurrente tiktokero cuyo talento mayor proviene de los tenis de su esposa (¿cómo andarán las cosas?), simplemente no pudo procesar un trámite de solicitud ejecutiva parta contender por otro cargo.

--¿Cuáles serán las dimensiones de su impreparación política y sus limitaciones reales, si no pudo hacer algo sencillo hasta para “El Bronco”? Todo se le fue en amagos, avances y reversas, declinaciones y baladronadas.

Y al final, el regreso al punto de partida, en medio del batidillo cuya mefítica sustancia salpicó a todo Nuevo León, a sus políticos y sus padrinos, quienes quedaron, como dice el tango, en el mismo lodo, todos manoseados.

Al pobre diablo fosforescente, le vendría de vez en cuando asomarse a un librero. No lo podría invitar a una biblioteca, mucho menos a la Alfonsina de Monterrey, pero sí le recomendaría estas ideas del Cardenal Mazarino, regente de Francia en el tiempo de Luis XIV:

“… No te dejes convencer por promesas que por lo pronto te podrían causar algún daño, por más que te aseguren que habrán de compensarte en un futuro. Estas son palabras y nada más, y sólo se te pagarán con eso, con palabras, algo que rápidamente se olvida. El daño, en cambio, te quedará para siempre…”

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Total, Nuevo León ha visto cómo cuánto cuesta poner las instituciones en manos de la incompetencia conyugal o a caballo, estridentes e incompetentes. También han visto los “regios” y sus demás coterráneos, cómo la juventud sirve para crecer, pero no para ostentarla como una profesión, mucho menos un mérito.

Deben haber comprendido ya el alto precio de la frivolidad, (ellos, tan ahorrativos y tacaños), sobre todo si se comparan con su vecino cercano, Coahuila, donde Manolo Jiménez tomó el gobierno sin roces, ni estrépito de instituciones crujientes.