La oposición mexicana no acaba de entender que vivimos un cambio de época. Todo se ha trastocado, vagamos sin metas y confusos, discutiendo a favor y en contra, sobre esto y aquello, tratando de entender un mundo que se transforma rápidamente. Es una época que ha perdido la metáfora, el signo y el contexto. Estos cambios radicales han desestabilizado las certezas existentes y afectan directamente a la política y la democracia, produciendo efectos colaterales sobre nuestras sociedades derivados en parte, de una radical modernización tecnológica. La metamorfosis política significa simplemente que aquello que hasta ayer era impensable, hoy es real y posible. Lo que acontecía antes se ha modificado y actualmente sucede lo inconcebible. Así acontece con muchos aspectos de nuestra vida cotidiana que se ven directamente afectados ya sea por el catastrófico cambio climático que padecemos a nivel mundial o por las amenazas a la libertad derivadas de la vigilancia totalitaria en la era de la comunicación digital y la robótica inteligente.
Un ejemplo de reacción a las condiciones sociales y políticas de la modernidad lo representa la nueva Constitución chilena derivada de un gran acuerdo social y político. En diciembre de 2019 se realizó una reforma constitucional para establecer el procedimiento para elaborarla. En octubre de 2020 se llevó a cabo un plebiscito con una participación del 78%, para aprobar la realización de una Convención Constitucional elegida para redactar la nueva Carta Magna que terminaría con el ordenamiento jurídico establecido por la dictadura pinochetista. En mayo de 2021 se eligieron 155 constituyentes quienes instalaron la Convención e iniciaron los trabajos para construir el nuevo orden constitucional. Atenta a las problemáticas generadas por la metamorfosis política en curso, la Constitución de la República de Chile con sus 11 capítulos y 388 artículos, establece una amplia gama de derechos ciudadanos así como la reorganización del sistema político en su conjunto. Se trata de un nuevo pacto social para enfrentar los efectos negativos de la metamorfosis política.
Tres fenómenos caracterizan esta gran transformación. En primer lugar, el cambio de paradigmas que deja sin sentido a las dicotomías clásicas para comprender el mundo político representadas por las contraposiciones: izquierda-derecha, movimiento-partido, más iguales-más libres, derecho-barbarie. En segundo lugar, un replanteamiento de la arquitectura institucional de los equilibrios de poder donde el Estado abandona su función tradicional de mediación social para convertirse en la expresión absoluta de las diferencias sociales, económicas y políticas, acompañado de un declive de la evolución de los derechos ciudadanos generando nuevas polarizaciones. En tercer lugar, una modificación de ruta en los sistemas políticos identificando un cambio de perspectiva que va desde la tendencia hacia la universalización de la democracia y el declive de los regímenes autoritarios, a su contrario, que es la crisis de la democracia dialogante y a la expansión del populismo unipersonal.
No se trata solamente de un cambio, una evolución o una transformación, sino que enfrentamos a una metamorfosis general de la política. Cambio significa que algunas cosas se modifican mientras que otras permanecen iguales. Contrariamente, la metamorfosis implica una transformación más radical en la que las viejas certezas desaparecen y nace algo totalmente nuevo. Vivimos una metamorfosis del mundo que exige aceptar los riesgos que implica una metamorfosis de las ideas. Para comprenderla no podemos limitarnos al análisis de la realidad sociopolítica, sino que debemos dirigir la atención hacia los nuevos inicios, es decir, a las estructuras y normas futuras. Por lo tanto, es necesario asumir el nuevo ciclo que aparece y modificar nuestra orientación ideal en función de las condiciones que caracterizan a la metamorfosis mexicana.
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