Opinión

La mansión de Houston

El presidente de la república ha sido rebasado por la revelación que hicieron, el 28 de enero, Latinus y la organización civil “Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad” (MCCI) sobre la mansión en Houston que habitaron su hijo José Ramón López Beltrán y la esposa de éste, Carolyn Adams. López Obrador no tenía contemplado que su discurso sobre la austeridad y “vivir en la honrosa medianía” iba a colapsar estrepitosamente ante la evidencia de que su vástago y su nuera no siguen ese patrón de conducta. El tabasqueño presumía de ser ejemplo de sobriedad y humildad. El trabajo hecho por Latinus y MCCI dejó al descubierto el doble discurso.

Eso lo tiene enfurecido, lo sacó de sus casillas: en vez de dar alguna explicación coherente y creíble sobre el tren de vida de José Ramón y Carolyn, o admitir, simple y sencillamente, que él y su familia no predican con el ejemplo y que cayeron en la incoherencia, el hombre de Macuspana se ha dedicado a denostar a Carlos Loret de Mola.

El hombre de Tepetitán se pasó de tueste en la mañanera del viernes 11 de febrero cuando hizo públicos los presuntos ingresos de Loret. Este hecho contraviene varias disposiciones jurídicas: el artículo 16 de la Constitución, los artículos 6 y 31 de La Ley General de Datos Personales, el artículo 69 del Código Fiscal de la Federación, y el artículo 51 de la Ley General de Responsabilidades Administrativas.

Se trata de un uso faccioso del poder en contra de un ciudadano. En este caso, no está por demás recordar que el Estado democrático constitucional se creó con base en la idea de que el poder debía tener límites para proteger, precisamente, a los individuos del abuso de poder: la superioridad de la norma jurídica; la división de poderes entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el federalismo y la presencia de órganos constitucionales autónomos.

Lo que ha quedado al descubierto en todo este embrollo de la mansión de Houston no es sólo la incoherencia del discurso presidencial, sino también que no existen contrapesos que frenen los excesos del Jefe del Ejecutivo. En efecto: el tabasqueño ha procedido como un dictador: usa su investidura para cobrar venganza contra un periodista inerme. Esa es una señal alarmante: cualquiera de nosotros podría estar expuesto a la ira de López Obrador, y no tendríamos recursos para defendernos.

Por supuesto, la conducta del Presidente ha causado indignación. En las redes sociales se han mostrado numerosos apoyos en favor de Loret. Incluso, se hizo un evento en el que participaron cerca de 60 mil usuarios.

Lo cierto es que, mientras más denuesta López Obrador a Loret, más se hunde el tabasqueño y más eleva al periodista como líder social de oposición. Si AMLO fuese capaz de hacer un cálculo de conveniencia racional dejaría de cometer semejante dislate; pero la ira lo ha cegado, perdió los bártulos simple y sencillamente porque le pegaron debajo de la línea de flotación y no sabe cómo resolver el problema. Ha querido distraer la atención de múltiples maneras: reavivando el encono contra España, pidiéndole a Austria que nos regresen el penacho de Moctezuma, animando a la gente a que vaya a votar para el revocatorio, yendo para aquí y para allá. Nada le ha funcionado, a él que es un maestro en el arte de la manipulación.

Considero importante traer a colación la clásica distinción entre las dos principales formas de tiranía: Por una parte, se considera como un tirano a quien, sin tener derecho al título de gobernante, se hace de él. Este tipo de autócrata no tiene legitimidad, es un usurpador. Por otra parte, también se considera tirano aquel individuo que habiendo llegado legítimamente al poder abusa de él; no respeta ni las leyes ni las instituciones.

Es evidente que, ya desde hace tiempo, López Obrador había estado cometiendo diversos actos contrarios a la ley y las instituciones de la república; pero, el caso de la casa de Houston, fue la gota que derramó el vaso: se ha extralimitado; es decir, ha cometido una serie de tropelías que, indudablemente, lo ubican como un tirano por abuso de poder.

López Obrador, no gobierna tomando en cuenta el interés general, sino el interés de una facción, su partido Morena y también de sus amigos y familiares; ahora ha quedado claro que el tabasqueño considera al poder público como un instrumento que puede usar a placer; para saciar sus propios apetitos y para llevar a cabo las represalias que se le antojen.

Pero queda un contrapeso que lo puede frenar: la sociedad civil y la opinión pública. Esos son los mecanismos que se han puesto en marcha en países en los cuales los gobernantes se comportan como López Obrador: los ciudadanos se organizan, principalmente a través de las redes sociales, para expresar su descontento; también quedan en pie los medios de comunicación independientes que ejercen la libertad de prensa y la libertad de expresión. Eso forma un muro de contención contra la tiranía, y una vía para el restablecimiento de la democracia constitucional.

Este zipizape me recuerda el cuento de terror escrito por Edgar Alan Poe, “La caída de la casa de Usher” (The Fall of the House of Usher, 1839). Gracias a la revelación de la casa de Houston, la autoridad moral de López Obrador se vino abajo.

Casa Houston José Ramón.

Casa Houston donde vivió José Ramón, hijo mayor del presidente de México.