Opinión

Sí merezco abundancia

¿Recuerdan aquella frase que se volvió viral cuando los diarios de la ex primera dama de Veracruz, Karime Macías, fueron descubiertos? Se trataba de un reiterado “sí merezco abundancia”, escrito cientos de veces en múltiples libretas. Desde luego, sin afán de entrar al análisis del poder o no de la ley de la atracción, sí es nuestro interés precisar a partir de este, probablemente unos de los casos de corrupción más icónicos del sexenio pasado, cuáles son las causas genéricas que inciden en la comisión de hechos corruptos.

La corrupción como comportamiento irregular, como un evento anormal, es decir, como uno que no debería acontecer emerge en manos de los individuos, pues somos nosotros quienes en última instancia lo cristalizamos, sin embargo, también es cierto que, normalmente tales sucesos tienen un origen organizacional e incluso social. No me refiero a tales orígenes como algo connatural o un vicio en toda genética corporativa ni institucional de una determinada empresa o dependencia (sea ésta pública o privada), sino como una debilidad estructural en algunas de ellas que, por supuesto puede superarse o, aún mejor, prevenirse y evitarse.

En auditoria forense, es común escuchar hablar del denominado “diamante del fraude” para intentar explicar cuáles son esas causas que propician el fraude pero que bien podríamos emplear para entender otros fenómenos de corrupción. Tal figura geométrica, que también sería posible se tratase de un cuadro o de un rectángulo, se forma a partir de sus cuatro ángulos, en cada uno de los cuales se ubica una de las respectivas causales (factores) que dan paso a la corrupción.

Corrupción

Corrupción

El primero de ellos es el denominado incentivo. Se trata de presiones económicas, sociales, familiares, o incluso personales que nos hacen desear más o creer que necesitamos más de lo que tenemos. Cuando ese algo más no puede obtenerse por medios convencionales, por ejemplo, a través del salario que corresponde al trabajo realizado, entonces el sujeto en cuestión tendrá un incentivo perverso, un estímulo o motivación para conseguir su propósito, probablemente explorando rutas nada virtuosas. Si usted alguna vez ha identificado sentirse en circunstancias particularmente agobiantes o estresantes, entonces quizás sea más fácil de comprender lo que digo.

Corrupción

Corrupción

Luego, precisamente en ese orden, surge la racionalización, un proceso cognitivo individual, consciente o inconsciente que nos hace elucubrar “justificaciones” de actos indebidos. Tales justificaciones pueden venir en forma de pensamientos, de expresiones o verbalizaciones como “no me lo estoy robando, sólo lo tomo prestado” o “esto por derecho debería corresponderme”, “trabajo demasiado, más de lo que me pagan y por eso está bien que haga x o y” o, incluso, de mensajes escritos, como en el célebre caso de la Sra. Macías. Sea cual sea la envoltura que se le ponga, en el fondo, tal racionalización no es más que las excusas camuflada para sentirnos bien –o menos mal- con nuestros comportamientos a los que sí le reconocemos su naturaleza indebida.

Más tarde, como reza un dicho popular, está la ocasión que hace al ladrón. Nos referimos a la oportunidad, que no es más que el espacio o una cuestión coyuntural, ni siquiera propiciada por el individuo, sino una circunstancia factual esperando ser aprovechada por alguien. El oxígeno de la oportunidad es la existencia de una o varias grietas estructurales en la organización como falta de controles efectivos, mecanismos de supervisión o de vigilancia que generan en el individuo la idea de que el acto corrupto no será siquiera descubierto o que, siéndolo, no será castigado.

Tenemos, finalmente, la capacidad, entendida como el conocimiento técnico indispensable para la concreción del acto corrupto. Así como una persona no puede hablar de aquello que desconoce, el individuo tampoco tiene la posibilidad de aprovecharse de las oportunidades si las ignora.

¿De qué sirve conocer las causas? puede preguntarse usted. Como en otras ocasiones hemos mencionado y ahora repetimos, el primer paso para vencer a un enemigo “invisible” es darle cuerpo, hacerlo identificable. Conociendo las causas, pueden evitarse los palos de ciego a la corrupción. La corrupción sí necesita de la racionalización para subsistir, pero se equivoca quien crea que termina con frases sacramentales, por decreto y, menos aún, que puede extinguirse sólo por desearlo.