Con el término “sintiencia”, aceptado ya a medio regañadientes por la RAE, que más bien lo promueve como “sensibilidad”, queda expresada con total validez, y lo mejor, ampliamente entendida en español, la capacidad que más allá de sentir dolor físico tienen los animales no humanos -incluidos varios invertebrados- para revelar sensaciones de angustia, ansiedad, aburrimiento, hambre, sed, placer, confort, felicidad, e incomodidades físicas y térmicas. Ya no se trata, pues, de una manifestación filosófico-histérica entablada desde el sector protector mundial, sino que tras una serie de 300 estudios sobre diversas especies conceptuadas como insensibles, se produjo un reporte donde queda demostrado cien-ti-fi-ca-men-te que seres como los pulpos, las langostas, los cangrejos y hasta los camarones, son hábiles para expresar situaciones como las enlistadas y que les fueron calificadas bajo ocho criterios donde los octópodos, ¡OJO!, cumplieron rigurosamente con todos. El resultado fue resumido por cinco autores en un trabajo titulado Review of the Evidence of Sentience in Cephalopod Molluscus and Decapod Crustaceans, apenas publicado este noviembre por The LONDON SCHOOL of ECONOMICS and POLITICAL SCIENCE. Solicítenmelo y se los comparto.

Y más allá de esa tan necesaria como indispensable investigación compendiada magníficamente por los autores de apellidos Birch, Burn, Schnell, Browning y Crump, no pueden imaginar quienes me leen en este momento, lo que para mi, en lo más profundo de mi ser, fue conocer el trabajo referido, ya que como una loca unidad siempre me manifesté por incluir a determinados invertebrados en las reuniones en que he participado durante aaaaaños para promover reformas y/o construir normatividad diversa por los otros animales, recibiendo sí y siempre, amable atención a mi comentario, pero invariablemente bajo la mirada escrutadora de los compañeros que nunca se sumaron en cantidad suficiente como para provocar una sola disposición, por ejemplo, para que las langostas dejaran de comercializarse, exhibirse y eliminarse como se acostumbra en cadenas comerciales, mercados y restoranes, y asimismo para que se regularizara la crudelísima y mecánica matanza de los pulpos durante su pesca en el sureste del país. Ahora, tras este reporte no quedará de otra que entrarle al tema de manera formal; desde los congresos locales en materia de protección animal y por parte de la federación, involucrando a las secretarías competentes para que conjuntamente con especialistas y profesionistas del tema e incluso integrando antropólogos y protectores, se actualicen las NOM y/o para que los diputados y senadores reformen o construyan leyes justas y viables que incluyan a las especies invertebradas con demostrada capacidad de sufrimiento, actualmente en el limbo jurídico.

Y ya que estamos en temas legales, hay que tener cuidado con tantas iniciativas de protección a los animales que están surgiendo continuamente en el Congreso de CDMX. Al respecto, me preocupan varias, pero específicamente una que aplicaría al Código Penal por cuanto lo propuesto, aunque lo reconozco con muy buena intención por la proponente, requeriría ser analizado me-ti-cu-lo-sa-men-te por contener ambigüedades, imprecisiones y hasta omisiones. Incluso hay un punto en el que pareciera dar un brinco hacia atrás, lo que ni para tomar impulso. Me refiero al proyecto presentado por los panistas Ana J. Villagrán Villasana y Diego O. Garrido López, del que me ocuparé DM la semana entrante a falta de espacio por hoy, más adelantando que la zoofilia, iniciando por la etimología de la palabra y siguiendo por la ruta de sus distintas denominaciones y conceptos, es un terreno moral-cultural con historia desde los albores de la humanidad, pero que además dejó se der considerada práctica aberrante o trastorno mental para entenderse como una parafilia, por lo que hay que ser muy cautelosos, concretos y específicos en definirla con grado de abuso y crueldad para que, entonces sí, le corresponda justo castigo que por lo mismo la inhiba.

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