Opinión

Pablo González Casanova

Pablo González Casanova, nuestro científico social más renombrado, cumple cien años. Nació en Toluca, el 11 de febrero de 1922. A los 35, fue director de la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas. A los 48, Rector de la UNAM. Durante su segundo medio siglo ha escrito docenas de libros y artículos y ha obtenido todos los reconocimientos posibles. Ha sido promotor de instituciones y del desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. También ha tenido opiniones muy discutibles que es preciso considerar con el mismo espíritu crítico que él imprimió en sus estudios más importantes.

Doctorado en sociología en Francia, González Casanova ha entendido a la realidad social desde el marxismo pero sin anteojeras ortodoxas. Ha reconocido siempre que la sociedad y sus circunstancias son dinámicas y contradictorias. El más conocido de sus libros, La democracia en México (1965) comienza advirtiendo contra una perspectiva apologética pero también contra el escepticismo. Los textos de don Pablo han mantenido una enfática esperanza, a veces desmedida, en la capacidad de la sociedad para abatir a los autoritarismos que la han sojuzgado. “Con los líderes actuales o con otros nuevos, necesariamente, las masas se movilizarán” aseguraba en 1985 en el epílogo a México ante la crisis, que coordinó junto con Héctor Aguilar Camín.

González Casanova, PGC, impulsó la apertura de las ciencias sociales mexicanas a las corrientes de pensamiento que despuntaban en los años sesenta. Reorganizó el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, que ha sido su casa y que dirigió en el segundo lustro de aquella década. Como Rector de la Universidad Nacional creó dos instituciones fundamentales, el Colegio de Ciencias y Humanidades y el Sistema de Universidad Abierta. En ellas se expresaron la convergencia de distintas áreas de conocimiento, habitualmente dificultada por la compartimentación disciplinaria y, por otra parte, la búsqueda de modelos de enseñanza más flexibles. Esos cambios, que hoy siguen siendo un reto para las universidades, los entendió don Pablo hace medio siglo.

Las dificultades mayores de su breve rectorado, de apenas dos años y medio, no fueron académicas. Estuvo al frente de la UNAM cuando ocurrió la criminal emboscada del 10 de junio de 1971 contra una manifestación estudiantil. Aquella represión, que PGC desde luego condenó, intensificó el recelo de los estudiantes organizados y ensombreció la vida en el campus. Un año después, a fines de julio de 1972, el edificio de la Rectoría fue ocupado durante dos meses por una pareja de facinerosos. Provocado desde fuera de la Universidad, aquel sigue siendo un episodio oscuro. Luego estalló la huelga del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, que había nacido poco antes. González Casanova no quiso reconocer al STEUNAM, entre otras cosas porque le preocupaba que en la Universidad hubiera cláusula de exclusión como en el resto de los sindicatos. El 16 de noviembre de aquel 1972 presentó su renuncia.

No obstante aquel difícil episodio, a González Casanova le ha interesado siempre la organización de los trabajadores. En parte por la tradición marxista que subraya la lucha de clases, pero especialmente porque advertía que en el sindicalismo se encontraba el segmento organizado más importante de la sociedad mexicana, PGC fomentó el estudio de ese tema, desde su Seminario de Historia de la Clase Obrera en México.

De esa experiencia tengo que hablar en primera persona. El seminario de don Pablo fue un privilegiado espacio de intercambio y aprendizaje, en la segunda mitad de los años 70. Más tarde organizó la colección de libros La clase obrera en la historia de México (para la cual me encargó el segmento sobre el gobierno de López Mateos) y la Historia del movimiento obrero en América Latina (en donde escribí el capítulo destinado a México). En la discusión de nuestros textos González Casanova hacía gala de un pensamiento sistemático, organizaba las ideas de otros y recogía con interés interpretaciones o conceptos.

Con esa capacidad de convocatoria académica organizó muchos otros libros colectivos sobre América Latina y su historia, las elecciones y los partidos, los estados de nuestro país. En todos ellos y en frecuentes conferencias expresó tres preocupaciones: la defensa de los explotados y las vías para resolver la desigualdad social, la omnipresencia del imperialismo y las carencias organizativas de la sociedad. Esas inquietudes aparecían ya en La democracia en México, de cuya primera edición dentro de tres años se cumplirán seis décadas.

Frente a las interpretaciones ancladas en la ideología, PGC propuso una sociología nutrida en datos y no por ello positivista, ni funcionalista. El impresionante respaldo estadístico de La democracia en México marcó para siempre a los estudios sociales en México: había que documentar la realidad antes de interpretarla. La democracia entendida como aspiración a la que se arriba paso a paso y no por un súbito giro de la historia es, según escribió allí, “libertad de crítica, de reunión, de asociación, la lucha de partidos, el sufragio, etc.” Eso sigue siendo la democracia.

Aunque en varios textos (como El Estado y los partidos políticos en México, 1981) cuestionó con severidad al izquierdismo, González Casanova ha sido apologista del movimiento zapatista, que lo encandiló y entusiasmó. Allí encontró una participación popular que ha considerado ejemplo de democracia. Don Pablo no toma en cuenta el caudillismo armado de los jefes zapatistas, ni la exclusión forzosa de quienes no están con ellos en las comunidades chiapanecas. También ha sido en extremo complaciente su postura acerca de gobiernos que devinieron en dictaduras, como los de Cuba y Nicaragua. En esos casos, la simpatía política ha turbado al talante crítico. También los grandes pensadores tienen contradicciones.

En los años recientes PGC ha seguido atento a los grandes cambios del mundo. Le inquietan la destrucción del ambiente y, por otra parte, la renovación de los conceptos para entender a nuestro tiempo. Le preocupa sobremanera la defensa de la universidad pública. Su centenario es buena ocasión para celebrar a don Pablo y agradecer su largo y fructífero magisterio.

Foto: Especial

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