Opinión

La polémica por los libros de texto en 1992 (2): Aguilar Camín vs. Krauze

Con un llamado en la primera plana de La Jornada, el martes 8 de septiembre de 1992 Enrique Krauze fijó su postura con respecto a los nuevos libros de texto para la enseñanza de la historia en las escuelas primarias. Tituló a su artículo dividido en dos entregas “La prueba de los niños”, y arremetió con severidad.

Aguilar Camín vs. Krauze

Aguilar Camín vs. Krauze

Era una voz crítica que no proveía de las filas de la izquierda identificadas con el anti salinismo, sino de un prestigiado historiador liberal. Por ello sus observaciones tenían un peso distinto. Estaban, por otra parte, inevitablemente ligadas a una disputa previa que sostenían los autores y editores de las revistas Nexos y Vuelta por lo menos desde 1990, cuando esta última organizó el encuentro internacional “La experiencia de la libertad”, y al año siguiente Nexos reviró con el “Coloquio de Invierno”.

Krauze basaba su crítica a partir de una prueba empírica elemental: leerles fragmentos de los libros de texto a su hijo y su sobrino de 10 años. Los conceptos y categorías que aparecían en sus páginas resultaron demasiado ambiguos o incluso incomprensibles para ellos: “(Los libros) parten de una premisa (en la que) la historia es impersonal y tiene que ver sobre todo con ideas, conceptos, abstracciones. No pasarán la prueba de los niños”.

Acusó a los autores de no estar preparados para escribir con las habilidades pedagógicas que demandaba el encargo, no obstante sus altas credenciales académicas. Arremetió contra las ilustraciones de los libros, enlistó algunas de sus imprecisiones en relación a fechas y otras referencias históricas, pero sobre todo digirió sus baterías hacia lo que le parecía un proceso oscuro e irregular en la manera en que se otorgaron los contratos para su elaboración.

En esta primera parte arremetió a su vez contra algunos de los críticos que desde la izquierda cuestionaron los contenidos en relación, por ejemplo, a la manera de entender al porfiriato, pero les concedió parte de razón al advertir “la pobreza con la que el libro trata los profundos capítulos populares de la historia mexicana”.

En la segunda entrega de su artículo le dedicó más espacio a la crítica sustantiva: un párrafo en el que se explica la trayectoria del general Santa Anna le sirve para ejemplificar el carácter abstracto y poco didáctico de los contenidos. Y destinó las últimas líneas de su alegato a denostar la inclusión de elementos propagandísticos del gobierno en turno, como la mención al PRONASOL.

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También con un llamado en primera plana, La respuesta de Aguilar Camín apareció al día siguiente con el título “La prueba de las obsesiones”. “De la eficiente pedagogía que Krauze ejerce con sus hijos tengo un recuerdo igualmente pedagógico. Hace algunos años, su hijo mayor (…) me dijo al entrar a mi casa, donde venían a comer «¿Tú eres Héctor Aguilar? Mi papá habla muy mal de ti». (…) Sigue hablando mal, obsesivamente de mí y de lo que hago. (…) Que me descalifiqué a mí no es noticia. Es su deporte y su nece(si)dad”.

Expone que para la elaboración de los libros se consultó, entre otros, a los expertos de la editorial Santillana, con una gran experiencia internacional -así lo afirma- en libros de texto. Mas adelante minimiza el hecho de que les fueron encargados los libros por la asignación directa del Secretario de Educación, Ernesto Zedillo, como también descree y hace mofa de la acusaciones sobre el supuesto interés de la revista Nexos por “apoderarse de toda la cultura mexicana”. “Debo decirle que la propuesta de hacer los libros (…) no fue el fruto de ninguna maniobra, que no meneamos un dedo para obtener ese compromiso”.

Señala que el propio Krauze sugirió a Enrique Florescano para elaborar los libros cuando fue consultado por el secretario Zedillo, y que “luego se quejó porque Florescano no lo invitó a colaborar”. Reconoce que tienen fallas en ciertos datos y fechas pero le recuerda que en historia esos datos pueden resultar irrelevantes; reconoce a su vez que el discurso narrativo podía mejorarse; y comulga con su oponente al descalificar los argumentos ideológicos en contra que venían desde la izquierda antigubernamental. Hacia el final se reserva un argumento que considera irrebatible: Luis González, el célebre historiador y profesor de ambos en el Colegio de México, había dado poco antes su opinión favorable de los libros en unas declaraciones a la revista Proceso. Anuncia que dedicará otros artículos a exponer en extenso sus argumentos, y sin decirlo da por terminada la discusión con Krauze.

“El contexto de los textos” se titula la segunda parte de su defensa, publicada el 11 de septiembre de aquel año. La polémica, apunta, se refiere menos a los libros que “a las convicciones políticas, históricas o morales de los debatientes”. Se presenta “sin voltear a los libros o volteando a ellos sólo para encontrar lo que las (críticas) previas sancionaron”.

Pone como ejemplos de esta politización que pasaba por encima del contenido mismo de los libros lo ocurrido durante los gobiernos de López Mateos y de Echeverría, cuando desde la iglesia y desde la derecha se les fustigaron. “La reacción (actual) ha tenido su núcleo de resistencia inicial en el PRD, en la doble zona de izquierda retro y la guerrilla cultural, en un grupo de periodistas y en los círculos de la dirigencia magisterial”. En dicho recuento, los argumentos de Krauze, o antes, de historiadoras como Josefina Zoraída Vázquez e intelectuales como Carlos Castillo Peraza o Sergio Pitol – todos ahí mismo, en La Jornada- resultaban del todo desatendidos.

Se acerca a los linderos de lo retórico al señalar que en cualquier caso las críticas son bienvenidas y que de esta forma se le ha dado un nuevo impulso al estudio de la historia nacional, “frente a un momento de recomposición mundial en la que la requerimos más que nunca”. “Hoy como ayer, los libros de texto son un lugar de cruce de pugas ajenas a ellos”. Una de ellas, asegura: “la guerrilla periodística y cultural contra Nexos (y contra mí) en tanto que extensiones malignas del salinismo”. Atribuye incluso una parte de la explicación de la polémica a los entuertos de la sucesión presidencial.

Ese mismo día, el 11 de septiembre, Krauze publicó su respuesta a la primera réplica. Señala que Aguilar Camín intentó desviar la discusión hacia el terreno de lo personal. “Hablar bien o mal de alguien en privado no tiene importancia pública: lo importante es lo que se dice y se habla en público” y recuerda sus opiniones favorables sobre los libros de Aguilar Camín publicadas antes en Vuelta. “Hasta llegué a referirme con orgullo a nuestra vieja amistad”.

Reitera y ahonda en algunos de sus argumentos anteriores y concluye: “el libro no pasa la prueba, hay que hacer otro. (…) Estuvo mal concebido desde el principio, eso es todo.” Concluye a su vez: “Las obsesiones de Aguilar Camín tienen un origen tan único como los textos: su cercanía con el poder ha trastocado en él la noción de lo público y lo privado”.