Opinión

Putin, Duguin, Limónov y Carrére

El pasado 21 de Agosto el automóvil que conducía la joven politóloga rusa de 29 años, Daria Dugina, explotó a las afuera de Moscú matándola al instante. En el asiento del copiloto tendría que haber viajado junto con ella su padre: el filósofo de ultraderecha Alexander Duguin, contra quien al parecer estaba dirigido el atentado con bomba cuyos autores no han logrado identificarse, si bien todas las acusaciones del Kremlin apuntan a Kiev.

Los perpetradores del atentado no supieron que el también ideólogo nacionalista ruso, promotor entusiasta de la invasión a Ucrania y -a la sombra- mentor ideológico del presidente Putin y de la cúpula militar rusa, decidió de último momento no abordar el coche con su hija al volante -ella misma líder de opinión y figura muy visible a favor de la invasión a Ucrania en las redes sociales rusas- luego de participan como orador principal en un mitin belicoso realizado en un suburbio de Moscú.

A sus sesenta años de edad, este personaje de mente no menos brillante que fanática, heredera del pensamiento más conversador eslavo y europeo, conoció por primera vez en carne propia la tragedia de la violencia desmesurada que se cultiva en las parcelas de los nacionalismos más beligerantes, de los que, paradójicamente, él mismo ha sido un exponente implacable.

Le han llamado a Duguin uno de los pensadores más lúcidos y peligrosos del siglo XXI. Admirador lo mismo de Marx, que de Stalin, de Hitler o de Yukio Mishima, personaje de culto de la ultra derecha europea, en una entrevista de 2019 con el periódico español El Confidencial reiteró su simpatía con Putin por el hecho de ser “mitad Trump, mitad Dugin”.

Expulsado como profesor de la Universidad de Moscú por sus ideas promotoras del odio, y declarado non grato por el gobierno de Estados Unidos, en 2014 publicó en redes sociales su opinión sobre el movimiento independentista ucraniano conocido como el Euromaidan: "Deberíamos limpiar Ucrania de estos idiotas. El genocidio de estos cretinos es inevitable y obligatorio... No puedo creer que sean ucranianos. Los ucranianos son gente eslava maravillosa. Y esto es una raza de bastardos que ha salido de las alcantarillas”.

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Al menos para mí la noticia del atentado de agosto pasó desapercibida por completo. Sin embargo, la lectura en estos días de la extraordinaria biografía novelada del bizarro y casi indescifrable escritor y activista ruso Eduard Limónov, escrita por Emmauel Carrére y publicada en Francia en 2011, me llevó a averiguar más sobre Alexander Duguin. Fue así como di con la noticia de la tragedia de agosto en la que su hija perdiera la vida.

Ambos, Limónov y Duguin, se conocieron a principios de la década de los noventa, recién desaparecida la Unión Soviética. Su nostalgia por el “glorioso pasado soviético”, así como su desconfianza ante la apertura de los nuevos gobernantes rusos hacia Occidente, y el desmantelamiento del viejo imperio ruso, selló desde un principio su amistad y los llevó a concebir la idea de fundar juntos, en 1992, el Partido Nacional Bolchevique, organización política marginal que fuera férrea opositora lo mismo del “traidor” Gorbachov, que del gobierno del beodo Yeltsin, y del primer gobierno de Vladimir Putin, contra el que recaían todas sus sospechas ultra nacionalistas.

Proscrito el partido en 2005 y disuelto finalmente en 2010 -cuando Limónovov y Duguín ya estaban distanciados- en ese entonces ninguno de los dos hubiera imaginado que al cabo de los años Putin habría no sólo de comulgar a pie juntillas con sus posturas, sino de llevarlas a la práctica con singular radicalismo.

Esto escribía Carrére sobre Putin hace poco más de una década:

“Hace lo que dice, dice lo que hace, cuando miente lo hace con tal descaro que no engaña a nadie. (…) Su padre un suboficial (del ejército) su madre ama de casa, (su familia) un montón de gente hacinada en una habitación. Niño enclenque y arisco, Putin creció en un entorno de culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica y al KGB. De adolescente fue, según sus propias palabras, un pequeño maleante. Lo que lo impidió convertirse en un golfo fue el judo al que se entregó con intensidad”.

“(…) Ingreso en los órganos (policiacos) por romanticismo, porque en ellos había hombres de élite que defendían a su patria, y se sentía orgulloso de que lo hubieran aceptado. Desconfió de la perestroika, aborreció que unos masoquistas agentes de la CIA se desgarraran las vestiduras por el gulag y los crímenes de Stalin, y (…) vivió el fin del imperio como la catástrofe más grande del siglo XX”.

“En el caos de los primeros años noventa estaba del lado de los perdedores, de los engañados, y se vio obligado a conducir un taxi. Llegado al poder, le gusta (…) que le fotografíen con el torso desnudo, musculoso, con un puñal al cinto. Sabe que el hombre es un lobo del hombre, sólo cree en el derecho del más fuerte, en el relativismo absoluto de los valores, y prefiere inspirar miedo que sentirlo”.

Putin, Duguin, Limónov: Dios los separa, y el diablo -y Carrére, ese escritor endemoniadamente dotado- los junta. 

El presidente ruso Vladimir Putin

El presidente ruso Vladimir Putin

EFE