Sucesos

Berlinale: Los tonos mayores o brindar por el misterio

Tonos mayores

Tonos mayores

Berlinale

“Sólo vemos el mundo una vez, en la infancia / el resto es memoria”, escribió la poeta estadounidense Louise Glück. Apegarnos a sus dichos implica, por un lado, reconocernos como ciegos o, al menos, como seres con la vista oculta por el cristal de la nostalgia. Por otro, que todo lo que hubo fue, en su momento, sorpresa; descubrimiento de las cosas, que se apagan al dejarse atrás. El mundo es, entonces, puramente misterio.

¿Y qué se hace con el misterio cuando se ha descubierto su secreto y cuándo no se puede volver a develarlo?

Se le representa.

Los tonos mayores (Dir. Pokropek, Argentina, 2024), ópera prima de la directora argentina Ingrid Pokropek, sigue la historia de Ana (Sofía Clausen) una niña de catorce años, quien cree recibir señales es Código Morse a través de la placa de metal que tiene en el brazo.

Ese, un juego de niño, interpretar las pulsaciones como notas musicales, perderse en la ciudad, descubrir amigos y jugar a buscar fantasmas, se mezclan con los descubrimientos de la edad. La mejor amiga que la abandona por un chico, su padre soltero que busca y encuentra una nueva pareja, su madre muerta que no va a volver. Pero también halla lo hermoso, las amistades repentinas, la ciudad de noche, la posibilidad de encontrarse con la gente uno ha amado y perdido, siempre el misterio a la vuelta de la esquina.

Quizá una de las escenas más hermosas y a la vez más reveladoras sea aquella donde Ana, siguiendo las indicaciones cartográficas que el código en su antebrazo le indica, llega a un restaurante en el puerto a muy altas horas de la noche. Allí se sienta y espera a que la presencia (¿ultaterrena?) que la ha conducido a allí, cruce la puerta. Pero eso no pasa. La noche avanza mientras ella ignora las llamadas de su padre, que abandona su cita para buscarla. Entonces, un hombre entra. Ana cruza miradas con el camarero que ha tratado de correrla. Ninguno lo puede creer. Este va y se sienta al otro lado del restaurante, también espera a alguien, que no es Ana. Tiempo después, cuando él se levanta al baño, listo para irse, uno hombre más llega al restaurante, no ve a nadie y camina hacia la puerta para irse. Ana rápido se levanta y le dice que espere, el primer hombre llega, se abrazan. Cuando se van, Ana llora desconsolada.

Para unos, la Flor de Colerdige se ha realizado. Para Ana, la certeza de que su madre no la llama ni volverá es absoluta. Las coincidencias existen y en ellas residen los milagros, pero les corresponde a las personas realizarlas. Los tonos mayores no niega el juego ni la sorpresa, que están ausentes por completo en cierto cine europeo sobre la juventud, pero se lo asigna al mundo real. En la pequeñez y en la fragilidad de las acciones humanas (levantarse de la mesa para decirle a alguien que espere un poco, acercarse a saludar, tocar una canción) se encapsulan la maravilla. Todo es bondadoso – y a la vez terrible –, pero en su justo tamaño y no a expensas del resto de la experiencia humana.

Ver el mundo por primera vez es, también, verlo tal y como es. Hallar “lo que detrás de Él anda escondido: / el tintero, la silla, el calendario / - ¡todo a voces azules el secreto / de su infantil mecánica! - / en el instante mismo que se empeñan / en el tortuoso afán del universo”, escribió Gorostiza. Pero que no es tortuoso sino lleno de gloria.

Representación, dijimos, que es interpretación. Pokropek actualiza sus recuerdos de la infancia como una adolescente de Buenos Aires y pone su ciudad – la de su memoria – en los pies y los ojos de Ana. Buenos Aires de ayer, Buenos Aires de hoy. Misterio de siempre. ¿Pero qué ciudad fue aquella? ¿Qué queda?

Pacheco escribió, en boca de Carlitos, que recuerda: “demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa”. ¡Pero no! Sí importa, pues sólo recordando, interpretando nuestros recuerdos y representándolos, es que las cosas perviven, como Buenos Aires. Así lo hizo Pokropek y al hacerlo mantiene vivo el mundo y su misterio.

Demetrio Gutiérrez

@deme_flores