Opinión

Carlos Abascal Carranza

(La Crónica de Hoy)

Unos días antes de que Carlos Abascal Carranza tomara posesión como presidente nacional de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) en 1995, le dije que quería hacerle una entrevista para un programa de radio empresarial que recién comenzaba, y cuyo propósito era alentar la actividad de las pequeñas y medianas empresas. Me dijo que no daría ninguna entrevista a los medios de comunicación sino hasta después de la Asamblea en la que se formalizara su nombramiento y me aseguró que, el 10 de marzo, tras la comida que tendría lugar en el Hotel Nikko en el marco de la LXVI Asamblea de este sindicato patronal, me daría la entrevista que buscaba.

Después de la clausura de los trabajos de esta Asamblea, y una vez que los participantes comenzaron a abandonar el hotel, la asistente personal de Abascal se acercó para decirme que su jefe me esperaba en un salón para llevar a cabo la entrevista a la que se había comprometido conmigo días antes. Refiero esta anécdota personal pues creo que es un claro ejemplo de una cualidad destacable y permanente de quien fuera secretario de Gobernación en la administración de Vicente Fox: su respeto a las personas, a todas por igual, y el respeto a la palabra dada, algo tristemente pasado de moda en una sociedad en la que la palabra empeñada parece valer muy poco.

Abascal, encumbrado en el sector privado y en el gobierno, dispensaba la misma atención a cualquier empleado de cualquier nivel jerárquico, que a políticos poderosos y grandes empresarios que llegaron a estar en sus oficinas. Esa conducta se vio reflejada también en su comportamiento con los medios, y, a diferencia de otros políticos que se mueven tan sólo por la lógica del rating y el poder, mantuvo cercanía con todos sus interlocutores. Ayer, en la Universidad Anáhuac del Sur, este político mexicano fue investido Doctor Honoris Causa. Sin duda alguna, son muchos los motivos para tan merecida distinción, pero creo que existe un gran consenso, incluso en quienes cuestionaron su desempeño sobre todo por motivos ideológicos, en su calidad humana y en su aprecio genuino por los demás.

En la ceremonia de ayer, en la que se le dio la bienvenida al Claustro de Doctores de esta Universidad, Abascal, físicamente disminuido por el cáncer que se ha apoderado de su cuerpo, destacó en su discurso lo que ha inspirado su proceder a lo largo de toda su vida: “El ser humano vale por sí mismo”. En su intervención, aplaudida por una amplia concurrencia entre la que figuraban políticos, académicos, empresarios, miembros de la jerarquía católica y funcionarios de gobierno federal, quien fuera mensajero de Afianzadora Insurgentes, para años más tarde llegar a ser director general de esta compañía, mandó un mensaje de serenidad, ante un trance que, parece cercano, y al que se presenta sin duda alguna con la satisfacción del deber cumplido.

No quiero con esta reflexión adelantarme al ocaso de una vida humana que, en última instancia, sólo está en manos de Dios. Sí, Carlos Abascal, como lo ha hecho toda su vida, sin ningún complejo ni falso respeto, se refirió ayer a Dios y a la preparación al encuentro con Él. A muchos, el testimonio de Abascal cuando era secretario de Gobernación los hizo rasgarse las vestiduras. Su presencia, congruente con sus propias convicciones, en la ceremonia de Beatificación de Anacleto González Flores, el 20 de noviembre de 2005 en el Estadio de Guadalajara, generó fuerte ámpula en muchos que, lo consideraron un franco quebranto a la laicidad del Estado mexicano. Lo que se vive en México, como en muchos otros países, más que laicidad es un laicismo que, contrario a la auténtica laicidad, busca inhibir cualquier manifestación religiosa de las personas, lo que resulta entre otras cosas algo totalmente antidemocrático.

Creo que la trayectoria de Carlos Abascal ha sido un ejemplo de congruencia. La integridad de los hombres se aprecia con más nitidez cuando éstos han ejercido el poder, y al hacerlo, no han dejado de creer en lo que siempre creyeron, sino que por el contrario, normaron su quehacer de acuerdo a sus propias convicciones.

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