Jalisco

A medida que los mares se calientan, las zonas hipóxicas se profundizan y se vuelven más persistentes, atrapando a los organismos que dependen del oxígeno para sobrevivir

Ecos del agua: Las sombras del oxígeno

FOTO: Ecoosfera.com

El mar, que debería respirar, se está quedando sin oxígeno. Bajo la superficie, los océanos guardan un síntoma inquietante: las llamadas zonas muertas, regiones donde el oxígeno es tan escaso que la vida no puede sostenerse. Son áreas imperceptibles desde la orilla, pero letales para peces, moluscos y corales. Y lo más alarmante es que están creciendo: según la NOAA, Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica, hoy existen más de 400 zonas hipóxicas en todo el mundo, y su número se ha multiplicado en las últimas cinco décadas.

Los factores que crean estas zonas son ambos humanos: la eutrofización y el cambio climático. Los fertilizantes y residuos agrícolas llegan a los ríos y desembocan en el mar, disparando la proliferación de algas. Cuando estas mueren, se hunden y son descompuestas por bacterias que consumen oxígeno en el proceso. El resultado es un círculo vicioso: más nutrientes, más algas, más descomposición y menos oxígeno.

El cambio climático actúa como catalizador. El agua más cálida retiene menos oxígeno, mientras que las corrientes alteradas reducen la capacidad de los océanos para mezclar sus capas y reoxigenarse. Lo que antes era un desequilibrio estacional ahora se expande y prolonga. A medida que los mares se calientan, las zonas hipóxicas se profundizan y se vuelven más persistentes, atrapando a los organismos que dependen del oxígeno para sobrevivir.

La zona muerta más famosa, en el Golfo de México, alcanzó en 2024 un tamaño de más de 15 000 km², equivalente a todo el estado de Connecticut. Cada verano, el río Mississippi arrastra toneladas de fertilizantes agrícolas hacia el mar, creando una mancha invisible que afecta directamente a la pesca de camarón y a los ecosistemas costeros.

El impacto es devastador: peces y cangrejos huyen de estas áreas hipóxicas; los organismos que no logran escapar, mueren. Ecosistemas enteros se fragmentan, afectando la pesca artesanal y comercial de la que dependen millones de personas. En estas migraciones forzadas, muchas especies, al no lograr adaptarse a nuevos hábitats, se pierden en el intento. Y si bien los corales o los tiburones parecen lejanos, las consecuencias nos alcanzan: la seguridad alimentaria se tambalea cuando los océanos pierden su capacidad de sostener su propia vida.

Algunas bacterias que prosperan en estas zonas sin oxígeno producen gases de efecto invernadero como el óxido nitroso (N₂O), mucho más potente que el dióxido de carbono. Así, los océanos hipóxicos no solo pierden vida, sino que contribuyen al mismo calentamiento que los está deteriorando.

Los científicos coinciden en que estas zonas son más que un problema local: son un síntoma global de un planeta en desequilibrio. Igual que el deshielo del Ártico refleja el calentamiento acelerado, las zonas muertas evidencian la sobrecarga de nutrientes y la falta de control sobre nuestra relación con la tierra y el mar.

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Los efectos de estas zonas no se pueden eliminar por completo, pero sí revertir parcialmente y frenar su expansión. Las soluciones existen: reducir el uso de fertilizantes y mejorar prácticas agrícolas, restaurar humedales y manglares que filtran nutrientes naturalmente, repensar la agricultura y, sobre todo, limitar el calentamiento global. Regular aguas residuales para que no lleguen al mar y proteger los ecosistemas costeros que actúan como pulmones naturales del océano son acciones urgentes.

En varios países, proyectos piloto han demostrado que la recuperación es posible: en el Mar Báltico, la reducción de descargas de nitrógeno ha permitido el retorno gradual de especies que se habían perdido durante décadas. Son pequeños logros, pero muestran que cuando el ser humano deja de asfixiar al mar, éste responde.

El mar no tiene voz, pero cuando se queda sin oxígeno, nos habla con claridad. Nos recuerda nuestra propia fragilidad. Cuando el océano deje de respirar, ¿qué futuro puede quedarnos a nosotros?

Valentina Moreno

Valentina Moreno Plascencia es originaria de Guadalajara; apasionada del deporte, música, literatura y pintura, cursa el bachillerato en Portugal. Ha estudiado en México, Italia y Portugal y habla español, inglés, francés, italiano y portugués.

Cofundadora de empresas dedicadas a la creación y comercialización de alimentos saludables y de café de especialidad con causa social, se ha desempeñado como fotógrafa y administradora de redes sociales para marcas como La tía Trini, Trini Terrazas y Moreno y Asociados Firma Legal.

Fue creadora y conductora del programa “Valentina en la cocina”, transmitido durante 4 años por C7 Jalisco y YouTube, espacio que acercó la gastronomía a niñas, niños y adolescentes a través de recetas prácticas y educativas.

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