Nacional

La monja suicida y su amante asesinado

Quien hoy día pase por la calle de Belisario Domínguez y mire el enorme templo de La Concepción, y perciba el descuido del rumbo, la tierra de años, los indigentes acurrucados en sus muros viejos de siglos, difícilmente podría adivinar de que un día fue la iglesia adyacente a uno de los conventos más ricos y poderosos de la Nueva España. La Concepción poseía numerosas fincas, y los terrenos de sus claustros se adornaban con una rica y hermosa huerta. Nada de eso existe ya, salvo la memoria de un suicidio por amor, detonado por la ambición de los hombres.

historias sangrientas

Convento Concepción.

Convento Concepción.

Nadie en la familia formada por Gil González de Benavides y Leonor de Alvarado, parientes y herederos de conquistadores, tuvieron buen fin. Aquella familia se extinguió en muerte y violencia, y la ambición fue el origen de todo: fueron cuatro hijos, tres varones y una mujer. Uno de ellos, siendo niño, se ahogó en una letrina. Los otros dos, ejecutados de manera infamante en lo que hoy llamamos Zócalo, y ella se colgó de un árbol frutal en la huerta del convento de La Concepción, donde sus hermanos la encerraron.

¿Es todo esto algo más que una leyenda? Desde aquellos sucesos, ocurridos cuarenta años después de la caída de Tenochtitlan, se habló del fantasma de una monja, de una suicida que se aparecía en La Concepción. Pero el dato existe. Se trata de una crónica escrita por un criollo, testigo de los acontecimientos: Juan Suárez de Peralta, quien viajó a España en 1579. El texto, de larguísimo título, y que menciona “el suceso del Marqués del Valle”, fue descubierto, en el siglo XIX. Se encontraba en la Biblioteca Provincial de Toledo, y fue dada a conocer, en 1878, como “Noticias Históricas de la Nueva España”. Naturalmente, habla del famoso viaje a la Nueva España de Martín, hijo legítimo y heredero de Hernán Cortés y su hermano mayor y tocayo, Martín, hijo del conquistador y de doña Marina. Los hermanos de esta historia, Alonso y Gil, son los célebres hermanos Ávila, cuyo solar fue arrasado para que a nadie se le volviera a ocurrir retar a la corona de España. Su hogar, en los terrenos de lo que hoy es la zona arqueológica del Templo Mayor, se destruyó por completo y se regó con sal para infamar la memoria de los dos jóvenes.

En ese relato, Suárez de Peralta coló un dato: el de una joven suicida, enferma de amor frustrado, por culpa de aquellos dos muchachos que fueron ejecutados en la plaza mayor.

LAS DESDICHAS DE UNA MONJA

La hija de los Ávila, cuenta la crónica, era la maravilla, “que tenían sobre los ojos [cuidada y vigilada] y muy guardada para casarla, conforme a su calidad”. Pero nunca la casaron y en cambio la encerraron en La Concepción.

Monja Concepcionista.

Monja Concepcionista.

¿Por qué? Porque se enamoró de un mestizo, apellidado Arrutia, y de tan baja condición, que “aun paje no merecía ser”. Aquel hombre, audaz, ignoró la diferencia social en un mundo donde el origen, el color de la piel, la pretendida alcurnia de los conquistadores, marcaban una distancia enorme entre él y la muchacha, que probablemente se llamó María. El amorío llegó a tal grado, que ella le dio palabra de casamiento, apunta Suárez de Peralta, lesionando el honor de sus padres.

El romance llegó a oídos de los hermanos de María, quienes fueron al encuentro de Arrutia. “Sabemos todo”, le dijeron, y agregaron que tenían noticia que el mestizo cortejaba a la muchacha por interés de su herencia. “Por su seguridad”, le dijeron, tendría que irse a España… y le dieron cuatro mil ducados. Si se le ocurría volver, le advirtieron, los Ávila lo matarían.

Lee también

Los castigos inquisitoriales: fuego, cárcel y tortura hasta por bailar

Bertha Hernández 
El gran castigo inquisitorial era la hoguera, etapa final de todo el proceso: detención, interrogatorio, a veces aderezado con tortura,
confiscación de bienes, y finalmente la muerte, rápida cuando era por garrote, muy lenta y dolorosa cuando era en la hoguera.

Haya sido por miedo, o porque en verdad su amor era falso e interesado, Arrutia se embarcó, sin despedirse, y según el cronista se quedó varios años en España, recibiendo cada tanto algún otro apoyo de los hermanos de María. Ella, agobiada por la pena, vivía con gran dolor cuando su hermano Alonso le dijo: “Andad acá, hermana, al monasterio de las monjas, que quiero, y nos conviene, que seáis monja, (y habéislo de hacer), donde seréis de mí y de todos vuestros parientes muy regalada y servida, y en esto no ha de haber réplica, porque conviene”.

Y así María fue el Convento de la Concepción, que está en la calle que hoy se llama Belisario Domínguez, donde duró mucho tiempo de novicia, sin tomar los hábitos definitivos, esperanzada en que Arrutia habría de volver un día.

Los hermanos inventaron cartas donde se decía que el mestizo había muerto. Desolada, María tomó los hábitos. Luego, vino el desastre de su familia.

Suárez de Peralta afirma que “muchos años después, diez o quince”, Arrutia volvió, fuera por aburrimiento o por falta de dinero. Mandó a que avisaran a María que estaba vivo. Y sí, le avisaron… cuando ella ya era monja profesa.

El dolor de María, que nunca había dejado de amarlo”, fue enorme. “dicen cayó amortecida en el suelo, que le duró un gran rato, y ella no dijo cosa, sino empezó a llorar y sentir con menoscabo de su vida verse monja y profesa, y que no podía gozar del que tanto quería”. El cronista asegura que María perdió la razón. “Se fue a la huerta del monasterio y allí escogió un árbol, donde la hallaron ahorcada”.

Lee también

El Sapo, un multiasesino insólito

Bertha Hernández
Tanto los documentos del siquiatra que trató con él, como la nota del reportero estadunidense que reseñó su boda, hablan del Sapo como un hombre "de rostro monstruoso y repugnante"

¿Ocurrió todo esto? No sólo está la crónica de Suárez de Peralta, sino el proceso de una monja concepcionista, Sor Francisca de la Asunción, investigada por la inquisición, a finales del siglo XVI, por probable herejía. En las acusaciones, se afirmaba que Sor Francisca opinaba que “la monja que se ahorcó” en el convento no se había condenado al suicidarse, y que, en cambio, se le había aparecido varias veces, para decirle que su arrepentimiento, al momento de morir, había bastado para evitarle el infierno.

Ninguno de los testigos del proceso menciona el nombre de la monja suicida. Pero el expediente concuerda con el relato de Suárez de Peralta: se trataba de la desdichada hermana de los Ávila, quien, probablemente a partir de los dichos de Sor Francisca, ocurridos en 1564, se convirtió en personaje de leyenda: su espectro, colgado del árbol, se podía ver, al caer la noche, en las aguas del pozo de la huerta de las monjas concepcionistas. A la fecha, sigue siendo una de esas leyendas de la ciudad de México, donde las almas desgraciadas pagan su proceder.