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Salvador Alvarado: la muerte del último gran delahuertista

Murió porque, hasta el final, confió en el vacilante jefe de la rebelión que se opuso a Álvaro Obregón. Murió porque fue el que se atrevió a regresar a un país donde la derrota ya era un hecho. Había sido revolucionario, secretario de Estado, gobernador. La muerte lo encontró con la ayuda del engaño y la traición.

Historias sangrientas

En los dos años que fungió como gobernador y comandante militar de Yucatán, Salvador Alvarado auspició muchas leyes de avanzada en materia social. Naturalmente se hizo incómodo a los ojos de la “casta divina”.

En los dos años que fungió como gobernador y comandante militar de Yucatán, Salvador Alvarado auspició muchas leyes de avanzada en materia social. 

Si alguna muerte, ocurrida durante la accidentada rebelión de 1923-1924, debió pesar en la conciencia de Adolfo de la Huerta, tenía que ser la del general Salvador Alvarado, hombre lúcido y militar valiente, que cometió un error grave: creerle a su antiguo jefe, al líder -forzado, es cierto- de la sublevación contra el obregonismo, que lo enviaba de regreso a territorio mexicano para darle nuevos aires a la lucha, cuando todo estaba perdido ya.

Ese error le costó la vida al que llegó a ser gobernador de Yucatán, progresista y arrojado, y, por cierto, el que le abrió brecha a Felipe Carrillo Puerto para alcanzar el poder estatal. Quién se iba a imaginar que el boticario sinaloense Salvador Alvarado iba a morir muy cerca de Palenque, en el fragor de una guerra civil que no logró acotar las ambiciones políticas de Plutarco Elías Calles y de Álvaro Obregón.

RUTA DE MUERTE: DE JALISCO A PALENQUE

Cuando se supo que lo habían matado, el 10 de junio de 1924 se habló de un tiroteo durante el cual una bala le atravesó la cabeza. Otros hablaron de un fusilamiento en forma, en la población de El Hormiguero, muy cerca de Palenque. De lo que no hubo dudas es que se había tratado de una traición. Salvador Alvarado confió en los hombres que lo seguían, moviéndose por el sureste del país, terreno que conocía bien. No en vano había mirado esas tierras con pasión, en los días en que fue gobernador de Yucatán. Por eso creyó en el coronel Federico Aparicio, que se declaraba delahuertista. Por eso creyó en el subordinado de Aparicio, un teniente coronel llamado Diego Zubiaur.

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En otras circunstancias, el diputado Gurrión hubiera intentado conseguir que la región del Istmo se convirtiera en una entidad federativa separada de Oaxaca. Pero el enrarecimiento de la vida política nacional bajo el gobierno huertista, lo colocó en la lista de "rebeldes" y enemigos. Su destino era la muerte.

Poco a poco, mientras traían a la ciudad de México el cadáver de Alvarado, la información empezó a fluir. Para cuando lo llevaron a enterrar en el Panteón Francés de la Piedad, donde -cosas del destino- reposan tantos revolucionarios, ya más o menos se conocía la trama que lo había llevado a la tumba. Con él se apagaba la rebelión delahuertista, y don Adolfo se empeñaba, en su exilio estadunidense, en imaginar que haciendo activismo en la Unión Americana podría cobrar fuerzas y regresar a luchar. Pero nada había qué hacer. Algunos de los mejores generales que lo habían seguido en la revolución ya estaban muertos. Y algunos eran una verdadera pérdida para el país.

Como Salvador Alvarado, por ejemplo.

DE BOTICARIO A REVOLUCIONARIO

Salvador Alvarado era un hombre de mediana edad cuando lo mataron en 1924; para la época, alguien de 43 años estaba en las puertas de la madurez. Pero su vida había sido una gran aventura apasionada. Era sinaloense de nacimiento, pero desde los 8 años se había vuelto sonorense. Creció en Pótam, y de jovencillo entró a trabajar en una farmacia de Guaymas. Luego, puso su propia farmacia en Cananea, donde también hacía comercio. Ya era un joven avispado cuando ocurrieron los hechos represivos en la gran mina del pueblo. ¿Era raro que se interesara por el antirreeleccionismo? Como muchos de sus contemporáneos, prestó oído a lo que se decía: que si don Porfirio estaba viejo, que si los gobernadores también aspiraban a sacar tajada de la vejez del dictador. Fue en Cananea donde se afilió al Partido Liberal Mexicano y entró en contacto con los famosos, pero muy poco recomendables para los ciudadanos pacíficos, hermanos Flores Magón. Algo había en el carácter del boticario, una partícula de fuego que solamente esperaba la chispa adecuada para aflorar y convertirse en llamarada, porque de repente estaba Alvarado haciendo de propagandista encubierto para los Flores Magón.

Fue de aquellos primeros en sumarse al Plan de San Luis y levantarse en armas. Los últimos días de 1910 lo vieron intentando tomar el cuartel de Hermosillo, y escapar a Arizona cuando la suerte le fue adversa. Pero resultó tenaz: en 1911 llegó a teniente coronel a las órdenes de Juan G, Cabral. En los días de la presidencia de Madero, le tocó mandar a las tropas enviadas a someter al decepcionado pero levantisco Pascual Orozco. Entonces, se atravesó la traición.

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duró poco más de una década.

Alvarado, naturalmente, desconoció a Victoriano Huerta y se sumó al constitucionalismo. Venustiano Carranza lo ascendió a coronel y lo nombró jefe militar de la zona central de Sonora. A poco, el boticario ya era general, y de los importantes. En ese predominio de los norteños, y concretamente de los sonorenses, en la plana mayor del carrancismo, Alvarado y Obregón caminaban en paralelo. A lo largo de 1914, Salvador Alvarado fue hombre de confianza de Carranza, quien, mientras se guarecía en Veracruz, le encargó al sinaloense reorganizar las tropas de Puebla y de Tlaxcala.

Como ocurrió con Adolfo de la Huerta, la antigua cercanía entre Salvador Alvarado y Álvaro Obregón no contó a la hora de la lucha por el poder.

Como ocurrió con Adolfo de la Huerta, la antigua cercanía entre Salvador Alvarado y Álvaro Obregón no contó a la hora de la lucha por el poder.

UN GOBERNADOR SINALOENSE EN YUCATÁN

Alvarado fue enviado, en 1915 a combatir a Abel Ortiz Argumedo, que había derrocado al gobernador carrancista, Toribio de los Santos. Allá llegó en calidad de comandante militar en el estado, y en marzo entró, triunfante a Mérida. Era un 19 de marzo, y, en calidad de gobernador y comandante militar, se quedó hasta finales de 1917.

Era un personaje raro en la península. Vio la oportunidad de aplicar sus ideas en materia de justicia social, que se remontaban a sus simpatías con el magonismo. Muy probablemente, Felipe Carrillo Puerto no hubiera ganado la gubernatura sin la brecha dejada por Alvarado.

Porque con Salvador Alvarado se habló en Yucatán de reparto agrario, de administración municipal, de organización obrera, de igualdad entre hombres y mujeres. Fue durante su gobierno que se organizó el muy controvertido congreso feminista, a donde llegó otra carrancista, Hermila Galindo, a armar escándalo entre las maestras yucatecas con sus opiniones acerca de la libertad sexual y el amor libre. No era un secreto que el congreso contó con el auspicio del gobernador Alvarado.

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A la “casta divina” de hacendados henequeneros no les acababa de gustar Alvarado. Había organizado la Casa del Obrero Mundial en Mérida para que apoyara y defendiera los derechos de los trabajadores de la península. Se crearon escuelas de artes y oficios, de bellas artes y de agricultura. Planteó la existencia de una “república escolar” que pretendía preparar a los alumnos para una vida colectiva con la elección de sus representantes. Convencido de que una manera de aminorar el yugo que pesaba sobre las comunidades mayas, declaró a Yucatán “estado seco”, para frenar problemas de alcoholismo en los pueblos indígenas. En suma, era un personaje que miraba hacia el futuro.

No le interesaba ser “socialista” pretendió que la economía yucateca sostenida en el henequén creciera y diera buenos frutos. Mucho dinero yucateco sostuvo las maniobras carrancistas en 1916 y 1917.

Pero no le gustó Flor de Té, el candidato de Carranza para sucederlo en la presidencia de la República. De modo que Alvarado se sumó al plan de Agua Prieta, dejando en el olvido la antigua cercanía con don Venustiano. Al morir Carranza, y en el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, se le llamó para ocupar la cartera de Hacienda. Ahí nació una relación más estrecha, que a la larga, le costaría la vida a Salvador Alvarado.

LA REBELIÓN Y LA MUERTE

Alvarado, que había tenido en la ciudad de México su etapa de política y de periodismo, se sumó al delahuertismo. Se quedaron atrás los días en que disfrutaba su periódico, El Heraldo de México, donde tenía encargado de la página de opinión a un joven cercano Alberto J. Pani, un muchacho en sus treintas llamado Martín Luis Guzmán. El 4 de diciembre de 1923, Alvarado estaba entre los que se sublevaron en Jalisco, bajo el mando de Enrique Estrada. Cosas de la vida, Estrada, que fue el más eficaz general del delahuertismo, saldría con vida de aquel desastre. Alvarado, cercano a De la Huerta, se murió intentando cumplirle al jefe revolucionario.

Alvarado había defendido la línea de trincheras de Ocotlán, hasta que las tropas de Obregón lo vencieron el 11 de febrero. Ya no había mucho qué hacer: el respaldo estadunidense le dio al gobierno federal armas y tecnología para sofocar la revuelta. No tuvo otra que salir huyendo.

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Fue aprehendido en Colima, pero un núcleo masón, leal a Enrique Estrada, lo ayudó a escapar. Extrañas lealtades y simpatías: Alvarado debía su libertad a que Lázaro Cárdenas seguía vivo. Ese era el gesto que los masones colimenses agradecían ayudando a Alvarado. Nota oscura: el hombre que había respetado al joven Cárdenas, herido, y lo había enviado a Guadalajara a restablecerse, era el Granito de Oro, Rafael Buelna, que había muerto en combate a fines de enero. Salvador Alvarado le sobrevivió a Buelna cinco meses más.

El sinaloense logró salir de México, y en febrero, en Nueva York se presentó ante Adolfo de la Huerta, que había escapado de su reducto tabaqueño. Mientras algunos seguidores hacían labor política en Estados Unidos, para recolectar dinero y armas -cosa en la que fracasaron- Fito de la Huerta envió a Alvarado de regreso a México, con el nombramiento de Jefe Militar del Sureste… de una revolución derrotada. Y, no obstante, Alvarado regresó. Un último gran gesto de lealtad.

EL FINAL

Alvarado regresó a tierra mexicana en marzo, solo para darse cuenta de la realidad: sus esfuerzos no darían fruto. En Palenque lo habían derrotado por completo un par de generales, Lucero y Castrejón. Optó por escapar hacia Guatemala. A salto de mata, azarosamente, pasaron las semanas. Un grupo muy pequeño de seguidores lo acompañaba. En junio decidió regresar, hacer un último intento. Tal vez Adolfo ya tuviera fuerzas para remprender la lucha.

Con algo que se puede ver, a la distancia como un presentimiento muy oscuro, le escribió a su esposa: "Compromisos de amistad y de política me hacen volver a luchar con aquellos que convencí ir a la Revolución y debo estar con ellos; recuerda siempre que es preferible que seas viuda de un hombre valiente a la esposa de un cobarde...". Fue entonces cuando surgió casi de la nada el coronel Aparicio y el teniente coronel Zubiaur, jurando lealtad al delahuertismo. Alvarado les creyó, se sumaron a la columna. En un lugar conocido como El Hormiguero, Zubiaur se quitó la máscara, y lo traicionó: quiso apresarlo, se desataron los tiros. Uno de ellos atravesó la cabeza de Salvador Alvarado. El boticario que llegó a despachar en la secretaría de Hacienda, se desplomó, muriendo sin darse cuenta de que moría. Era el 10 de junio de 1924. Fue el último delahuertista de alto nivel en caer. Por esas cosas de la vida y la política, el general Enrique Estrada viviría veinte años más, y Adolfo de la Huerta volvería al país muchos años después. En el camino se quedaron los que habían creído en él.